I, Daniel Blake, de Ken Loach

 Citizen Blake

Esta vez no necesité recordar alguna crítica leída (se me olvidan todas), o esperar a la recomendación de alguien más madrugador que yo. Fueron suficientes un tráiler y la firma del director para saber que, en cuanto la pasaran por nuestras pantallas, correría a verla. Algo así debió de sucederle a otras personas pues ayer miércoles, bien es cierto que día del espectador, el cine estaba lleno. Se trataba de la última cinta del británico octogenario Ken Loach, quien vuelve a filmar el realismo cotidiano de los desfavorecidos: Yo, Daniel Blake. Desgraciadamente la vi doblada, con lo que las diferencias de clase y geográficas, que el idioma señala en Gran Bretaña con enorme contundencia, quedaban anuladas. La peli viene avalada por el premio del público en el Festival de San Sebastián y por la Palma de Oro del Festival de Cannes, que ya había ganado con anterioridad en una ocasión con El viento que agita la cebada (2006).


Empecé a seguir a Loach en 1990 con su Agenda oculta, que me supuso un puñetazo en la base del estómago. Riff-Raff y Lloviendo piedras (1993) siguieron conformando el perfil de un cineasta comprometido con la realidad de su país, acompañado siempre por su guionista de cabecera Paul Laverty. Sus ataques a la política de la Thatcher y a sus consecuencias sociales se han ido sucediendo sin descanso. No siempre está igual de acertado. Recuerdo que en Tierra y libertad, de 1995, ambientada en la Guerra Civil española, todo me pareció de guardarropía y me quedé completamente fuera del asunto. Probablemente la edad, como sucede a muchos, lo ha radicalizado aún más y nos sirve ahora una historia despojada de melodramatismos, aunque parece que no todos la han debido de ver igual (amigos míos ayer en el cine, al final, enjugaban lágrimas como podían, sin ser capaces de levantarse de los asientos). Trascurre en Newcastle, una ciudad que visité hace años y de la que el director evita el tipismo (un solo plano reconocible de la calle mayor y otro de la biblioteca municipal que fui a ver, impresionante; hay entrada del blog al respecto). Es esa urbe como podría ser cualquier otra, británica o continental. 


Hay un aspecto en la peli, el "vuelva usted mañana" de nuestro Larra, que aquí muestra en toda su crudeza el sinsentido de la burocracia administrativa, su crueldad, que lleva a considerar meros números a los solicitantes de ayudas de carácter social, como le sucede al protagonista, el Daniel Blake del título. Se trata de un carpintero a punto de cumplir los sesenta y que ha padecido un ataque al corazón, por lo que su doctora le impide que vuelva al trabajo. A pesar de los informes, en las oficinas de búsqueda de empleo, le exigen que ésta sea activa, que patee empresas a las que luego no podrá acudir, a que la mayoría de los trámites los realice telemáticamente, aunque no tiene los conocimientos mínimos para manejarse con un ordenador. Los empleados de la agencia parecen más atentos a las formalidades que a la escucha activa. En la oficina coincide con una madre soltera, acabada de llegar de Londres, con dos hijos a su cargo y sin trabajo. Surgirá entre ellos la necesaria complicidad de los que no tienen nada más que el abrazo solidario. Todo el fime es un crescendo hasta la autoafirmación final en los muros de la oficina siniestra.


Los actores, desconocidos para mí, de la extraordinaria cantera actoral británica, procedente en su mayoría de los escenarios, son Dave Johns y Hayley Squires. Ambos están perfectos en su papeles, así como los niños, de una naturalidad pasmosa. El trabajo del actor, cuya carrera ha sido en la comedia, deja algunos rasgos de humor amargo y da vida a su personaje con una fuerza y una delicadeza a la vez extraordinarias. Las escenas en el banco de alimentos podrían darse en cualquier ciudad española. La reivindicación final de este veterano trabajador consiste en autoafirmarse con su dignidad inalienable como ser humano, como ciudadano, sujeto por ello de todos los derechos que la ciudadanía confiere y que poco a poco parece que se nos van arrebatando. Realismo social parece ser la etiqueta en la que encuadran a Loach. Realismo puro y, sobre todo duro, como la vida misma.

José Manuel Mora.


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