Fuentepodrida: balneario perdido

 Tomar las aguas

El llegar a cierta edad tiene alguna compensación: bonobús gratuito, entrada libre en museos, descuentos en cines y alteridades y también los famosos viajes del Imserso, que han puesto a Benidorm y otros destinos en el mapa invernal para los de la "cierta edad". El caso es que el organismo correspondiente de la Comunidad Valenciana ofrece la posibilidad de realizar estancias de una semana en alguno de los balnearios del territorio. El nombre del que elegimos podrá parecer disuasorio, pero venía avalado por una estancia previa de mi hermano y de un compañero de coral. Ambos me hablaron de las delicias de los baños y de la exquisita cocina, además de las posible rutas de los alrededores. Y nos decidimos. Era necesario viajar hasta Villatoya, aldehuela de no más de cien habitantes, en la provincia de Valencia ya, pero en la frontera con la de Albacete, junto al río Cabriel, el más limpio, dicen, de España, pues no atraviesa ningún núcleo urbano previamente. El mes de noviembre auguraba lluvias y fin de otoño, pero la sorpresa, pasado Ayora camino de Cofrentes, fue una niebla casi tan densa como la londinense. Todo tenía un aire ciertamente fantasmal. 














Al llegar a destino la sorpresa fue grande porque, casi oculto entre los pinos, la entrada puede pasar desapercibida al conductor si llega de noche, se encontraban unas cuantas cabañas y dos pequeñas edificaciones unidas por un pasillo que las comunica: el balneario originario del s. XIX, restaurado con esmero, y la ampliación de habitaciones y zona de baños. Había mucho coche aparcado, los viejecitos siguen conduciendo, pero la sensación de tranquilidad era casi absoluta. Era la hora de comer y unas ochenta personas se disponían a hacerlo; muchos de ellos repetían estancia, por lo que la dinámica les era conocida. Lo anunciado en cuanto a las comidas se cumplió: todas eran caseras, sabrosas y bien cocinadas, ninguna se repitió a lo largo de la semana y cada noche nos ofrecían la posibilidad de elegir entre dos opciones. El servicio de sala era impecable por la amabilidad y la presteza.








































El manatial de aguas sulfídricas, de ahí su olor penetrante y no muy agradable, aunque se acostumbra uno pronto, se usaba desde principios del siglo pasado por parte de la gente pudiente de Valencia, que deseaba no sufrir los calores estivales y aprovechar los beneficios que parecía comportar su bebida y los baños de unas aguas ricas en muchos otros componentes, y que aportaban limpieza interior y cuidados de la piel y los huesos, aunque no se obraran milagros. Después cayó en el abandono, y la restauración y puesta a punto de hace unos años parece haberlo salvado. El programa incluye la pensión completa y el tratamiento con las aguas termales, siendo los masajes y los fangos opcionales y de pago. Se pueden dar paseos a pie a lo largo del curso fluvial y realizar excursiones no demasiado lejos. Las tardes, anochece pronto, se emplean en lectura, televisión, y actividades de una animadora con muchos recursos. Lo primero que hicimos tras la comida fue recorrer los alrededores, desde la ermitica cercana hasta la antigua fuente.







































El paseo resultó tan idílico como muestran las imágenes. Luego lectura y cena. Es importante en estos casos que el azar te proporcione buenos vecinos de mesa, puesto que los lugares se mantienen durante la semana. Nuestro compañeros, de Castellón, eran del gremio magisteril, buenos andarines, muy viajados y buenos conversadores, con lo que las comidas y cenas resultaron en todo momento amenas y divertidas. Durante la noche no se oía más que el repiqueteo leve de la lluvia. Y a la mañana siguiente, tras la correspondiente visita médica  y las subsiguientes recomendaciones, se iniciaba el programa matutino de baños, dirigido por un grupo de profesionales que nos guiaban a lo largo del proceso con amabilidad y paciencia. Lo de beber el agua era más arduo, pero lo conseguimos dejándola reposar. Inhalaciones, duchas verticales a distintos niveles del cuerpo, sauna húmeda y baño en la piscina de cuyas paredes salían chorros de agua a presión que masajeaban de abajo a arriba, hasta acabar con la cascada y la olla de remolinos, y una especie de hamaca burbujeante para relajarse. Se terminaba con una piscina pequeña de agua fría para ayudar a la circulación de las extremidades inferiores.  


















                                                                                                                                                                                                                                                                                                       


















Sabiendo el frío exterior, la sensación de bienestar aumentaba y el conjunto del baño hacía disfrutar como si fuera uno un niño. Y luego había que ponerse en marcha. Nuestra primera ruta nos llevó al que dicen que es uno de los pueblos más pintorescos de España: Alcalá del Júcar. La carretera serpentea en el descenso hacia el valle, pero conviene desviarse para ir primero al castillo que corona el promontorio, desde el que se tiene unas espléndidas vistas. Además se puede visitar el interior, que no deja de resultar curioso. Es de época almohade, del s. XII, conquistado por Alfonso VIII ya en el XIII, y suponía un enclave de lo más estratégico. El alcor, de roca caliza, está horadado y hay unas cuevas que se pueden visitar, aunque nosotros no lo hiciéramos por la premura de tiempo. Luego se puede bajar hasta el pueblo para admirar el fantástico contrapicado que la peña ofrece y el meandro con pesquera que divide la localidad. Pocos turistas y un tímido sol lo hicieron todo más agradable.















                                                                                                   
                                                                                                                                                         
































                                                                                                


















La siguiente ruta nos llevó hasta las Hoces del Júcar. La mañana estaba de nuevo soleada, tras haber estado lloviendo toda la noche y, a través de unas carreteras absolutamente secundarias y desiertas, pasamos por Casas de Ves, para llegar a Villa de Ves, de la cual parte una carreterucha casi de único sentido, que desciende hasta el embalse del río, desde el que se provee de agua a la nuclear de Cofrentes. No sabía que el terreno es de los más sísmicos de España. Buen enclave para una central. No se imagina uno, al ir por la planicie manchega, el desnivel que se va a encontrar luego y cómo la vegetación cambia de manera radical y se puebla de abundante arbolado. Conviene subir también hasta el caserío del santuario del Cristo de la Vida, situado en un enclave si no estratégico, sí con ínfulas de mágico. Se divisan así las dos orientaciones del embalse, a cual más hermosa. Pudimos localizar todo ello gracias a las indicaciones de mi hermano, buen geógrafo y amante de los descubrimientos. Doy todas estas precisiones, por si alguno de los que se pierdan en estas páginas tuvieran la ocasión de ir, para que les pueda resultar más fácil llegar. Las fotos, uns vez más, creo que resultarán invitadoras.
























Las tardes se suceden entre siestas, lluvia, lectura (me llevé el tocho de Ramiro Pinilla, flamante Premio Nacional de Literatura de este año, Verdes valles, colinas rojas, del que daré cumplida referencia cuando lo acabe), televisión... Ese día me entero en la sauna del fallecimiento de Rita Barberá. Lo que tomo por una broma inicial, se convierte en realidad ante el tono compungido con el que lo dice la señora que trae la noticia. El público del balneario es una buena radiografía de la sociedad valenciana, al menos de esa parte de su población que ha dado mayorías absolutas sin fin a un partido imputado por mafioso, sin importar acusaciones ni escándalos. Y aunque no me alegro de la muerte de nadie, me enfada que nos quedemos sin escuchar sus explicaciones y sin saber cuál hubiera sidio la decisión de los jueces. Con su muerte, el caso queda sobreseído. Como dice uno de nuestros compañeros de mesa, "no me indignes, que quiero comer en paz". El sábado decidimos pasarlo en Albacete. Se trata de la excursión más larga que vamos a realizar, 69 km., y además es una ciudad que no he vistado nunca. El objetivo fundamental es visitar su museo, obra arquitectónica de referencia, diseñada por A. Escario en los años setenta del pasado siglo, ubicada en el parque más grande de la ciudad y perfectamente integrada en él, lo que se percibe desde la misma puerta de entrada y desde los ventanales interiores que miran al verdor. 

























Las salas son espaciosas y se conectan de forma orgánica entre sí y a distintos niveles, con lo que quedan diferenciadas las distintas secciones: la pictórica está dedicada, casi en su totalidad, a la obra de Benjamín Palencia, y me sorprende descubrir que es más rico que el pasiajístico pintor con el que yo lo asociaba. Hay ejemplos de cubismo, buenos retratos, dibujos sencillos y expresivos y, por supuesto, las vistas de la meseta que le dieron fama, algunas de gran fuerza. Hay obra de todas su épocas y  se complementan con esculturas y pinturas de sus coetáneos y coterráneos. Dejo tan sólo un par de ejemplos de su buen hacer. Mi padre era un pintor al que admiraba. 


























La parte más extensa se dedica a lo que fueron los orígenes del museo, antaño de la Diputación, la zona arqueológica, alberga algunos de los descubrimientos de la zona, iberos, romanos, de época musulmana... Soprendentes algunas de las piezas, los mosaicos y los utensilios de la vida diaria, todo expuesto de modo correcto, claro y bien iluminado sin excesiva acumulación. A la salida nos llegamos hasta el Pasaje Lodares, muestra de la burguesía finisecular y luego a la bodega de Serapio, antigua tasca hoy reconvertida y hasta los topes de gente que se castiga con el tapeo previo a la comida. El viaje sirve también para el reencuentro con un antiguo alumno del Módulo que da título a este blog, Luis Emilio Moreno, para comer juntos y para conocer a su hijo Manuel, que está muy crecido y al que teníamos ganas de ver. Así pues el viaje ha valido la pena, aunque nos toque conducir de noche hasta nuestro albergue. Voy conociendo la ruta y ya no me pierdo, como me sucedió el primer día.



















































Va quedando poco que contar, puesto que sólo nos falta el domingo, que pensamos dedicar a Requena, a tan sólo 40 km. de carretera nacional. Esta vez sí que no podemos evitar mojarnos, pero no hace frío y se soporta bien. La Villa, que es como se conoce el reducto antiguo, la he pateado ya, por haber venido a cantar aquí los Carmina Burana, bajo la batuta del Maestro F. Melero. Visitamos una de las cuevas que recorren las entrañas de la parte vieja y que, tras haber estado colmatadas durante años, se han limpiado y restaurado, lo que permite su vista cómodamente. En la misma plaza se puede tomar una orejita a la plancha que quita el hipo. La joya gótica permite disfrutar sólo de su fachada, pues la iglesia de Nuestr Señora sólo se abre con motivo de alguna exposición o acto cultural. Lo que sí  podemos visitar es la maravillosa restauración de la iglesia de S. Nicolás, hoy desacralizada y que se usa para conciertos. 


















































Como se puede deducir de estas apresuradas notas, que me quieren servir como siempre de aide-memoire, ha sido un viaje bien aprovechado, a pesar de que la temporada casi invernal nos haya privado de paseos y de senderismo. Parece que hay unas rutas muy bien señaladas y perfectamente caminables. Una última reflexión. Al llegar al balneario y entrar en su comedor, el paisaje humano parecía indicar, "hacia aquí nos dirigimos; fin de trayecto". Son esos pequeños hitos en el camino de la vida que nos van situando donde nos corresponde, rodeados de gente no menor de sesenta años. Sin embargo, frente a este sentimiento de tempus fugit irreparabile, es cierto que también se puede concluir que todas estas personas tienen todavía fuerzas, ilusión y ganas para salir del entorno hogareño, tan acomadaticio, y ponerse en relación con otras personas y jugar a las cartas, y hacer yoga, y tirar las bolas de la petanca, y bailar por las noches, y participar en una fiesta de despedida y hacer excursiones. Como dice mi amiga Merxe, "Aún le quedan cañones al Cartagena", y habrá que aprovechar mientras se pueda disfrutar. Dice el geógrafo citado más arriba: "Hermano, estamos en lo mejor de lo peor". Yo lo trasformo en algo más acorde con las hojas de estos árboles: estamos en la primavera de nuestro otoño.

José Manuel Mora. 





























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