Paterson, de Jim Jarmusch

 Cuarta dimensión

A veces una frase en una crítica es suficiente para sentirse atraído por la peli que se comenta en ella y hace que vaya uno a la sala, antes de que la quiten, cosa que suele suceder con el cine minoritario. Debió de pensar lo mismo más de uno, porque para ser martes y en V.O. el cine tenía bastantes espectadores. Y resulta raro porque su director suele filmar historias extrañas y de un modo poco convencional, por decirlo de manera suave. Se trata del estadounidense Jim Jarmusch, que profesa en el llamado cine independiente desde sus inicios, allá por los años ochenta. Paterson es el título de la cinta, que encierra una serie de "casualidades": que sea el nombre del protagonista y que coincida con el nombre de la ciudad en la que vive, Paterson, New Jersey (precisión de la que nos enteramos al final, en la escena con el turista japonés). La televisión permite a veces recuperar títulos que en los cines no se repondrían nunca. Y no tenemos filmoteca en Alicante. Así que gracias a los canales temáticos he podido ver alguno de los anteriores filmes del director: Down by Law (1986), Mistery Train (1989), Night on Earth (1991), con una Winona Ryder jovencísima y muy divertida. O Broken Flowers (2005), con un Bill Murray genial. Todas ellas me dejaron la sensación de estar ante un cine que se sale de los cauces establecidos. Todas ellas llevan un sello muy personal.


Lo que me atrajo en la crítica que leí era la alabanza de una historia casi sin historia; la cotidianeidad de una pareja que "necesita poco y lo poco que necesita, parece necesitarlo muy poco". Simplemente son felices: él con su empleo de conductor de autobús urbano y ella con la elaboración de madalenas y su obsesión por el blanco y negro en la decoración. Ambos tienen además una pasión "artística": él escribe versos, poemas que anota cuidadosamente en una libreta que lleva siempre consigo por si le asalta la inspiración; ella, su ansia de aprender a tocar la guitarra. Se estructura en siete partes que se corresponden con los días de la semana. Y al llegar al martes ya somos conscientes de la rutina diaria, desde el despertar sin necesidad de alarma, hasta que el día acaba, pasando por el paseo del perro y el alto en un bar para tomar una única cerveza. Las pautas se van repitiendo, pero con mínimos elementos que van enriqueciendo lo que ya sabemos que va a suceder: el encuentro diario con el controlador de los autobuses, la mirada que resbala desde lo alto del asiento del conductor sobre una ciudad fea y descuidada, la avería en pleno trayecto. A las tres dimensiones canónicas en las que la historia se desarrolla, hay que añadirle la cuarta, la del tiempo, que con su paso todo lo tramuta y lo ahonda al permitir recrearse en los detalles.


La coincidencia con la niña poeta y su poema al pelo que cae en cascada sobre los hombros; el enfretamiento con el enamorado lleno de desesperación en el bar; el encuentro final con el turista japonés seguidor de un poeta de la localidad: William Carlos William (¿o era Carlos Williams Carlos?). Todo va profundizando en la personalidad de un hombre que parece de un solo gesto, pero con toques mínimos va mostrando su amor por su mujer, su atención por las conversaciones de los pasajeros que viajan en el autobús, su tristeza por lo perdido, su empatía con quien siente próxima a él por su sensibilidad: la niña. No he reconocido al actor que la protagoniza, Adam Driver, con la que parece ser su única expresión, sin embargo la wiki me recuerda que lo vi en J. Edgar, en Lincoln y en Inside Llewin Davis en papeles secundarios. Está perfecto en su protagonismo absoluto. La belleza de su compañera, Golshifteh Farahani, posee un componente naïf que está muy conseguido. Y la música, que no tiende a subrayar, sino simplemente  acompañar a los personajes en sus vivencias. Todo trascurre sin sobresaltos apenas, como la misma vida.


No quiero dejar de señalar la secuencia final, conmovedora y levemente divertida, frente al tal vez único lugar hermoso en esa ciudad de la América profunda, tan lejos y tan cerca de Nueva York y en la que probablemente habrán votado a Trump. Cine pues para cultivar la capacidad contemplativa. Abstenerse los que busquen acción. Auténtico poema en prosa. Palabra en el tiempo.



 José Manuel Mora.


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