Verdes valles, colinas rojas, de Ramiro Pinilla


 Saga

Tengo que hacer más caso de mi compañera, y sin embargo amiga, Clara García Peña quien, antes de que me jubilara, ya me habló del libro en cuestión. El número de páginas me pareció disuasorio estando trabajando, como sucedía en aquel momento, 2005. Ella, adelantada a su época y lectora impenitente como es, ya se lo había fundido. Gracias a ella, que me lo ha prestado, lo he leído ahora. PINILLA, RAMIRO. Verdes valles, colinas rojas. 1. La tierra convulsa. Barcelona: Tusquets Editores, 2004, de 744 páginas. Señalo aquí la extensión de la novela para que se intuya el largo aliento necesario para acometer la lectura de una trilogía de semejante magnitud de la que forma parte. Y la valentía necesaria de una editorial para enfrascarse en tal aventura, cercana a las dos mil páginas, si los tres volúmenes son como éste.


El autor, Ramiro Pinilla, nació en Bilbao en 1923 y murió en Barakaldo en 2014, hace bien poco. Supongo que fuera de su tierra no ha sido un escritor muy conocido, porque ha preferido vivir alejado de los circuitos comerciales al uso. Ya es raro que, mucho antes de la era de los ordenadores e Internet, decidiera fundar una editorial para autoeditar sus libros y venderlos a precio de coste sin distribuir más que en Bilbao. El Premio Nadal primero (1960), y el Planeta después (1972), lo hicieron salir de la cueva y desde entonces ha sido fiel a Tusquets, que es la que le publicó la trilogía desde 1986, año de su primera edición. Así que llego bastante tarde al personaje y a la obra. Sin embargo estoy seguro de que en su momento debí leer en prensa que había sido galardonado con el Premio Euskadi de Literatura en Castellano (2004), con el de la Crítica (2005) y con el Nacional de Narrativa (2006), todos ellos a la obra que voy a comentar. Si a mí me había pasado desapercibido, como tantas cosas, pienso que a otros les ha podido suceder lo mismo. La txapela, el recogimiento en su territorio, la mar y las gentes de su tierra me trajeron pronto a la mente la figura de Pío Baroja. También su apuesta por la narrativa de corte realista a la que pertenece la presente historia. ¿Por qué me decidí a pedírselo en préstamo a mi amiga precisamente ahora? Tal vez porque intuía que podía tratarse de un posible maestro de Aramburu, de quien hace poco hablé aquí.


El libro se abre con un índice de los diferentes capítulos que indican la cronología en la que se mueven los personajes del relato: entre 1889 y 1969, fecha desde la que cuenta uno de los narradores, no el único, Asier. Sigue la paginación con un mapa, casi croquis, de la zona de Getxo, donde sucede la acción. Y terminan los preliminares con otra doble página en la que aparecen los dos árboles genealógicos de las dos familias que se enfrentan a lo largo de los años: Los Baskardo y los Altube. Las ramificaciones de ambos árboles, su interrelación y los años en los que van creciendo me han llevado a subtitular la entrada con la palabra "saga", pues de eso se trata, una saga doble. Ambas familias representan dos maneras de ver el mundo y las dos se ven sujetas a las increíbles trasformaciones que sufrió la sociedad vasca desde finales del s. XIX con la llegada de la industrialización y la consiguiente venida de mano de obra foránea, los maketos, ajenos absolutamente a las costumbres, a la lengua, al concepto de tierra solar a la que van ligados los apellidos. Todo ello unido a las ideas de Sabino Arana, padre del nacionalismo vasco de la época y que todavía hoy, a pesar de la globalización y relajación de las fronteras europeas, sigue vigente, dramáticamente hasta hace poco. Sus ideas, llenas de etnicismo, ("Qué preciosa cara de vasca tiene", pág. 24; o bien, "su sangre vasca sólo se mezclará con sangre vasca", pág. 39; ambas afirmaciones de la Amá Cristina, fiel seguidora de Arana), fueron las que hicieron que los recién llegados fueran tan mal vistos en una sociedad cerrada y pequeña, más si se trataba de un pueblo. "Euskeria", como S. Arana había empezado a llamar a nuestro país [en 1883]" , (pág. 75). De él se dice que "la misión de S. Arana. Una cruzada dirigida más contra algo que por algo. Tan cargada de fe como todo nacionalismo acosado" (pág. 627).
En el inicio hay dos mujeres enfrentadas: la oligarca, Cristina Oiandia, y la que llega con tan sólo lo puesto, una muchachita que la acompaña y un embarazo del que se desprende como puede, Ella, sin más nombre ni apellido. El que se deje embarazar de nuevo por el potente industrial Baskardo, y el afán por ir consiguiendo cada vez más riqueza y bienestar, aunque sea despojando de ella a los que viven apegados a la tierra ("Si al vasco le quitan la tierra no es nada", pág. 22), primero por necesidad de supervivencia ("Esa mujer no llegó con odio, sino con hambre", pág. 46), después por pura ambición ("Ella bien sabría que en nuestra inhóspita sociedad, lo único que mata el hambre es el dinero", pág. 86), será lo que las mantenga en pie de guerra, a ellas y a sus descendientes. Los odios, como las posesiones, también se heredan. Y todo sucede en un territorio de carácter cuasi mítico, lo que viene apoyado por la presencia confirmadora del párroco de la aldea: "Nuestra playa de Arrigúnaga ¿sabéis que en ella y sus alrededores estuvo el Paraíso Terrenal? Es lo que asegura D. Eulogio" (pág. 25). Iglesia y mito unidos desde los orígenes, más bien la Iglesia apoyando el mito del origen para atraerse a los fieles del lugar, desde que en el s. XIII se cristianizó la zona, la tribu, la raza. "Una comunidad que siempre demostró su primitivismo dando culto a la fuerza bruta y al volumen" (pág. 91). Y hay dos extensos episodios en la novela que lo ponen de manifiesto: la subida de "la piedra" desde la playa al prado donde se acabaría levantando la venta, que alcanza proporciones épicas, y el de las llamas andinas devastadoras y perseguidas y cazadas hasta la extenuación.


Y envolviendo toda esta intrahistoria, que diría otro ilustre bilbaíno, D. Miguel de Unamuno, la Revolución Industrial imparable que acaba enfrentado a los hombres "de la madera", con los "del hierro", en palabras de D. Manuel, maestro del pueblo, y uno de los testigos y por consiguiente posible narrador de parte de la historia. Dª Cristina se queja de que "en este tiempo perdido [habla de 1889] todo se compra con dinero, incluso la tierra" (pág. 30). Y eso es lo que acabará haciendo ella en aras de una pureza de raíz de las familias que ocupan los caseríos. Además le ha tocado convivir maritalmente con "Camilo Baskardo, uno de los grandes culpables de tanta industria [...] maldita la industrialización" (pág. 43). Y con la industrialización, de forma natural y traída por los vientos europeos, la lucha obrera: primero la de los mineros, luego la de los trabajadores industriales de los altos hornos (de ahí la contraposición del título). "Aquel sucio lugar al otro lado de la ría, lleno de fábricas y minas y casuchas amontonadas y rebaños de gente triste" (pág. 155). La transformación que trajo consigo la industria puso en peligro la pureza euskaldún: "En Euskadi no habría maketos, ni esas ideas infernales y ateas que pretenden cambiarnos" (pág. 394). La Iglesia era el manto protector junto con el pensamiento nacionalista, que "negaba el enfrentamiento de clases y depositaba en la fe cristiana la solución de los conflictos sociales" (pág. 726).


Son varios los narradores: En la primera parte, quien cuenta es Josafat Baskardo, el segundo de los hijos de Cristina, apegado a la Amá, tanto que no ve más que por sus ojos, hasta que su hermano Moisés lo haga entrar en contradicción consigo y con su amá y acabe protagonizando el enfrentamiento con su hermanastro, Efrén, casta contra casta. El segundo es Roque Altube quien se encarga de contar, desde fuera y por amor (precioso todo el cortejo en la playa), el levantamiento obrero en la primera huelga general tras un Primero de Mayo en 1890, hechos ambos que se saldaron con muertos entre los manifestantes y alguna conquista en la mejora de las condiciones laborales. Digo desde fuera, porque él pertenecía a los hombres de la madera, pero al enamorarse de Isidora, la impulsora de las luchas obreras al otro lado de la ría, le tocó asistir a todo el proceso del levantamiento, que acaba siendo épico, en un crescendo logradísimo. A toda la lucha obrera se la veía desde el otro lado como la causante del peligro en que se ponía a los auténticos euskaldunes: "Porque todos los vascos somos iguales [...] esos vascos no son iguales que yo" (pág. 598), contradicción que hace referencia a las diferencias de clase. Por último hay una doble perspectiva narrativa en la que se alternan los recuerdos de Asier Altube, de lo vivido de niño, y la interpretación que de todo ello hace D. Manuel, el maestro, vasco y racional (a cada cual sus contradicciones), toda ella cargada de condicionales al ser meras suposiciones. Todos estos puntos de vista, junto con los diferentes momentos históricos que cuentan, dan a la novela una enorme complejidad.


Y hablando de contradicciones, la del propio Camilo Baskardo, patriarca del clan, "hombre de hierro", quien ha de elegir entre sus hijos legítimos y el bastardo; y su propia  mujer, quien "con una mano se daba golpes de pecho clamando por el viejo pueblo y con la otra estampaba sus firmas al pie del becerro de oro" (pág.696). Por no hablar de la tormentosa relación de amor reprimido de D. Manuel con la hija de Isidora, al otro lado de la ría. Hay que decir, sin embargo, que todo ello podría haber sido en algún momento menos premioso y reiterativo: la parte de las apuestas entre los del pueblo, una manera como otra de relacionarse. O el mismo clímax del parto de Isidora en plena manifestación, con todos los momentos previos de enardecida llamada a la manifestación y a la huelga. O el episodio de las llamas. Levantar una estructura narrativa semejante requiere seguramente de muchas fichas preparatorias, de un esquema mental previo bien trabado para toda la trilogía. Al desconocer los otros dos volúmenes no puedo valorar del todo los resultados. Sí puedo decir que es una novela casi balzaciana por lo totalizadora y que no se borrará fácilmente de mi memoria. De estos polvos de Pinilla, los lodos que salpican a los personajes de la novela de Aramburu. Obra colosal por lo desmesurado de su extensión y por pretensión de totalidad.

José Manuel Mora. 










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