La vida breve de Katherine Mansfield, de Pietro Citati

 El grupo de Bloomsbury

No es frecuente en este repertorio de lectura volver sobre autores de los que ya conozco algo. Tampoco sobre el género biográfico, del que creo que hay pocos ejemplos entre las casi doscientas referencias de la sección "libros recomendados". Sin embargo mi amiga y traductora Tere Clavel me lo regaló estas fiestas pasadas y me dijo que era un libro preculiar, con una sensibilidad poco común, tanto por la del autor, como por el personaje biografiado. Así que me he decidido a leerlo, dado que su brevedad me animaba a ello, tras la lectura del tocho anterior. CITATI, PIETRO. La vida breve de Katherine Mansfield. Barcelona: Gatopardo ediciones, 2016. Trad. Mónica Monteys. Muy cuidada, por cierto. Como toda la colección de esta editorial, que mima la selección de títulos y la presentación.


El anterior libro que leí del autor aquí comentado se remonta a casi año y medio, así que  tal vez sea necesario señalar algunas notas breves sobre el escritor. Citati (Florencia 1930) es uno de los intelectuales italianos más reputados del momento. A sus 87 años lleva escritas unas cuantas espléndidas biografías, como las de Goethe, Tolstói, Kafka, o Leopardi. Lo señalo por si alguno de los que pasan por aquí son amigos del género. En ellas el autor se introduce en la propia obra como personaje. Es además crítico literario de fuste y sus ensayos sobre obras del mundo griego, como Ulises o la Odisea son señeros. En la presente no se remonta tan atrás y bucea en la corta vida de una integrante del Grupo de Bloomsbury londinense. Dicho grupo tenía su sede en un barrio de la capital británica durante el primer tercio del s. XX. Sus integrantes eran intelectuales interesados por las letras, las artes o la sociología. Y en todos esos campos destacaron. Además constituían un grupo de amigos que se conocían entre sí y se estimaban. Empezaron a reunirse a partir de 1907 en casa de Virginia Woolf.
Había filósofos de renombre, como Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein; economistas, como Keynes; críticos literarios y de arte, sinólogos, pintores y, por supuesto, escritores como Gerald Brenan o la protagonista del presente libro, Katherine Mansfield. Todos ellos mantenían una postura distante de la religión y se situaban lejos de la moral victoriana y del estilo realista que había dominado el s. XIX. Se consideraban parte de la élite ilustrada, liberal y humanista. Defendían la independencia de criterio y un acendrado individualismo. No voy a negar que había leído cosas sobre dicho grupo y conocía un par de novelas de la Woolf, el librito de Brenan, pero no iba más allá. De la existencia de la Mansfield ni siquiera tenía noticia. Así que la biografía de Citati ha venido a llenar otra de mis lagunas. Y lo hace como suele, convirtiendo al personaje biografíado en el centro de la narración que él emprende. Es verdad que, desde el mismo título, se nos advierte de la brevedad de la vida de la escritora (Nueva Zelanda, 1888 - París, 1923). El autor la acompaña desde un poco antes del inicio de la Iª Guerra Mundial, hasta su muerte por tuberculosis. A pesar de lo frágil que aparece, debió de ser todo un carácter. D. H. Lawrence se inspiró en su figura para una de las protagonistas de su novela Mujeres enamoradas (cuya versión fílmica me dejó anonadado al verla en Burdeos, lejos de la censura franquista, con una G. Jackson en estado de ignición constante). 


Desde el inicio Citati la describe bella y delicadamente: "Era una cerámica de Oriente que las olas del océano habían arrastrado hasta las orillas de nuestros mares" (pág. 11). Fue una mujer de una sensibilidad enfermiza, lo que la emparenta con uno de sus modelos de escritor, Chéjov, también tuberculoso. A ello se unía una agudeza para percibir las sensaciones producidas por todo lo que la rodeaba, un narcisismo casi patológico y y un extremado coraje intelectual. A pesar de estar unida sentimentalmente con el crítico inglés Middleton Murry, su espíritu fantasioso la hizo abandonar Londres, antes de enfermar, para acercarse al frente de batalla en París, en busca de un militar del que se había prendado. Ello suspuso la ruptura con Murry. Sin embargo pronto se desencantó, y la muerte de su hermano pequeño en la guerra (1915) acabó por hacer que quisiera alejarse de todo aquello que poco antes le pareció esplendoroso. La sumió en un estado casi enfermizo. Se sentía "habitada" por el espíritu del hermano muerto y cuando por fin logró desprenderse de él, vino a ocupar su lugar "la gélida sustancia lunar de su madre" (pág. 45).


En 1918 se declara la enfermedad y "empezaron sus años de vagabundeo [...] lo único seguro era la escritura" (pág. 47-48), plasmada normalmente en historias breves pero intensas. Se instaló en el sur de Francia, en una anodina habitación de hotel (sufragada, pienso, por Murry desde la distancia), frente a un paisaje "con sus luces parpadeantes, sus espléndidas palmeras, y las montañas, violeta a la sombra y verde jade al sol. El mar era tan trasparente que podía verse, como en un mapa extendido bajo las olas, un país desconocido con lagos y bahías y bosques. La costa era rosada como la pulpa de un melocotón" (pág. 49). Y el preciosismo desplegado en la descripción coorresponde ahora a Citati. Katherine escribía cartas sin cesar, casi a diario, a Murry, con quien se había reconciliado. "Deseaba que la escritura le proporcionase el sabor y el olor de sus días. El perfume de la leña y de las piñas que encendía para vencer el frío; o bien las horas mortalmente oscuras, goteantes de humedad, brumosas, desoladas. Cuando escribía, emanaba una inmensa riqueza verbal: pasión, ternura, histeria, discreción, delicadeza, elegancia." (pág. 53; la cursiva corresponde a ella). El retrato de Citati es certero y preciso. Es verdad que "la cristalización amorosa, que tal vez se produjo tarde, no se rompió jamás [aunque fuese un] "amor representado a través de la escritura [...] convertía en teatro su propio corazón, transformándose en el personaje de un drama que ella misma había inventado" (pág. 55). Citati compara la intensidad de estas misivas con las de Kafka. De hecho sería su marido quien las publicaría, junto con cuentos y diarios, tras fallecer ella.

 
Aunque todavía no se sentía demasiado mal, "Se daba cuenta de que lo único infinito que los hombres pueden conocer es el dolor" (pág. 68). Poco a poco, de hotelito en hotelito, de ciudad en ciudad "la enfermedad la convirtió en una persona más intensa y viva [...] era la condición más adecuada para escribir, le hacía sentir  intensamente que las cosas pasan demasiado deprisa" (pág. 99), el tópico del tempus fugir irreparabile. La escritura fue la pasión que la abrasó toda su vida. Y en ella se demoraba "sin ansia, sin prisa, otrogándole toda la belleza posible [Es mi religión, decía] (pag. 100). Y muy en la línea con la estética del grupo de Bloomsbury hay un alejamiento del realismo finisecular y "admiramos  [...] la inflexible lámina de vidrio que nos mantiene alejados  tanto de ella como de su material narrativo" (pág. 104). Adniradora como era de Chéjov y de Tolstoi, aprendió de ellos a suprimir la figura del narrador. "También suprimió todos los datos narrativos" (pág. 109), con lo que su prosa alcanza una evanescencia muy especial. Dice Citati que "en las historias ponía las manos sobre la esencia del tiempo" (pág. 111). Un tiempo que se le escapaba, con emulsiones sanguinolentas que acompañaban su tos y que la dejaban exhausta. 
 
 
Aún así siguió su deambular por balnearios de alta montaña y curanderos como el de París, un tal Gurdjieff, en busca de una posible reahabilitación, cada vez más débil, cada vez con menos esperanza, acompañada siempre de su fiel Ida Baker, compañera/secretaria/ señorita de compañía, puede que en algún momento puntual, su amante. Me levanto a mediodía y vuelvo a la cama a las cinco y media...¿Puedo caminar? Me arrastro [...] Soy una enferma que depende para todo de los demás (pág. 125).  Su marido llegó a tiempo de acompañarla en sus últimos momentos. También Ida, que cubrió su cuerpo yacente con un mantón bordado en negro de origen español. Concluye Citati: "Aquella criatura tan liviana y delicada, tan dura y ávida, apasionada e implacable, aquella mariposa torpe que había puesto a prueba sus alas exponiéndolas al viento, aquella remota figurita china pintada en el fondo de la tacita había desaparecido" (pág. 133). Biógrafo y biografiada participan de una misma sensibilidad ante las cosas y ante la propia escritura. El libro se lee con agrado (vid la descripción de la Naturaleza que el italiano hace en la página 89, algo extensa para transcribirla) y aviva la curiosidad por acercarse a la obra de esta mujer exquisita y doliente: Katherine Mansfield, de quien hasta ahora no sabía nada. Otra cosa que agradecer a Citati y a mi amiga Tere, su descubrimiento.

José Manuel Mora.








Comentarios

hiparco ha dicho que…
La película Carrington creo que te gustaría. A mi me impactó. Un abrazo.