The Young Pope (El joven Papa), de Paolo Sorrentino

 Iglesia.

De nuevo HBO tiene una propuesta interesante para los amantes de las series, digo, del buen cine. Desde los tiempos de mi lectura de Las sandalias del pescador (1963), de Morris West, me he sentido atraído por el misterio que encierra la distante figura de un Papa. Siempre me interesó el ser humano escondido bajo la sotana blanca. A. Quinn en 1968 supo encarnar muy bien a aquel Papa eslavo, con marcas en la piel por la tortura sufrida, capaz de lanzarse a nadar en una piscina y que ya anticipaba la figura del polaco Wojtyla. Todo ello hubiera sido imposible de imaginar sin el Papa Roncalli y su convocatoria del Concilio Vaticano. Las cosas han cambiado mucho y con el actual Francisco, tal vez porque habla español del Puerto y vive en un hostal para curas fuera del Vaticano, podemos presumir que se trata de un ser humano como nosotros, aunque su situación lo convierta en alguien absolutamente distinto al resto de los mortales. Veremos por qué. 


Plantearse algo así sin la aquiescencia de la Iglesia, que no permitió rodar en el interior del Vaticano, lo que exigió la construcción de vastos decorados y localizaciones, supone un presupuesto elevadísimo. El protagonista, que ejerce de productor, más la coproducción de varios países y la cadena que lo iba a explotar posteriormente, decidieron que se podía correr el riesgo más si, como era el caso, el director y guionista era un perfecto conocedor de Roma, Paolo Sorrentino.  Se me escapó Il divo, sobre la figura de G. Andreotti. Pero sí que acabé yendo a ver La grande belezza, peli de la que todo el mundo hablaba y que a mí me pareció un bluf de fastuoso envoltorio (estoy seguro de que nunca podré ver Roma como el director la muestra aquí, y que el travelling final a lo largo del Lungotevere no se me olvidará jamás), que me produjo bastante enfado por el retrato vacuo de la alta sociedad romana. Reincidí en Youth, es verdad que en un viaje de avión y atraído por el par de ases que son sus intérpretes y también me pareció falta de fuste. Aquí tenía el morbo del protagonista comentado más arriba y la presencia de unos cuantos actores de categoría. Las diez horas de esta primera temporada (diez capítulos, y parece que está comprometida la segunda) se han trasformado en filme para el Festival de Venecia.


El Papa que nos presenta el filme, Lenny Belardo, es especial por muchos motivos: criado en un orfanato por abandono de unos padres hippies, es muy joven, guapo (I'm sexy and I know it, suena de fondo mientras se viste para apabullar a los cardenales), estadounidense, y además llega al papado por un error de cáculo de los integrantes del cónclave, o más bien por las rencillas internas vaticanas. Sabe que no lo quieren y sabe que está solo, con una soledad mayor si cabe porque no acaba de creer en Dios. Pío XIII, a pesar de su juventud y de su permanente cigarrillo o de sus baños en la piscina o sus sesiones de gym, resulta  más ultramontano que los cardenales más conservadores de la curia. Vuelve a celebrar de espaldas al pueblo y en latín y se reviste de toda la pompa que antes se usaba, con silla gestatoria, tiara y capa pluvial incluidas. Niega su imagen a los fieles, porque se requiere cierto morbo para atraer el interés, como hicieron Salinger o Banksy. Hace caso omiso de las advertencias económicas del Secretario de Estado. Prefiere una Iglesia orgullosa, aunque esté arruinada. Antiabortista furibundo, perseguidor de la pederastia sacerdotal, pretende expulsar a los curas homosexuales. El ecumenismo del polaco o la tolerancia de Roncalli quedan lejos. Llega acompañado de la monja que lo crió, una espectacular Diane Keaton, y a la que da enormes responsabilidades en lugar de las prerrogativas que tenía el cardenal Voiello, tifossi del Nápoles F.C., otra de las paradojas que lo rodean en un mundo absolutamente masculino. Conoce todo lo que sucede en el interior del Vaticano y muchas veces estimula los enfrentamientos, premia y castiga a voluntad y en su despacho hay un globo terráqueo de cristal que me ha recordado al de Chaplin en El gran dictador. Todas las contradicciones que muestra el joven Papa vienen servidas con una credibilidad extraordinaria por Jude Law. Crueldad en el trato, ironía despreciativa desde una soberbia absoluta, emoción auténtica por momentos, fraternal complicidad con quien fue su compañero de orfanato o con quien elige como ayudante, un sensible, prudente y contenidísimo Javier Cámara, cada vez mejor actor. Por no hablar de la fauna talar vestida de rojo, actores a los que no conozco y que parecen sacados del colegio cardenalicio directamente. Hay momentos muertos es verdad, y por otro lado auténticos conflictos de conciencia en los distintos personajes.


Todo viene servido, esta vez sí, con mano maestra por Sorrentino. Sus barridos lentos de cámara son elegantísimos y acrecientan la belleza de lo que fotografía. Tiene ocasiones auténticamente surrealistas, como ese canguro en los jardines de Castelgandolfo, o la Plaza de San Pedro cubierta mansamente de nieve, o la Plaza de S. Marcos en Venecia, vacía y espectral. Por no hablar de la visita de todos los papas anteriores a Pío XIII en un auténtico aquelarre casi goyesco. La banda sonora está maravillosamente elegida, desde el rocanrol que acompaña al Papa caminando con chulería en los títulos de crédito iniciales (Intro [All Along The] Cross Over, de Dylan), hasta la música napolitana, o la canción que saltó a las listas, Senza un perché, que le regala la Primera Ministra de Groenlandia en su visita, o la compuesta especialmente para el filme, inspiradísima. Es cierto que en algunos momentos puede resultar premiosa, pero en otros, los personajes son de carne y hueso con su grandeza y su miseria (estupendo el cardenal protector de Belardo, corroído por el despecho de no haber sido elegido él). Presenciar las peleas terrenales de los egos de los príncipes de la Iglesia es a veces hilarante y toda la cinta resulta cuidadísima en los más mínimos detalles de ambientación, vestuario y entornos hermosamente fotografiados. El joven Papa puede resultar a veces cargante, otras veces admira su consideración del papado como una aventura, pero en otras no deja de ser un niño desvalido y humano, demasiado humano.

José Manuel Mora


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