Verano, de J. M. Coetzee

¿Autoficción?

No suelo volver a menudo sobre autores que ya pueda decir que he leído, salvo que me haya gustado mucho lo precedente o tenga certeza de la calidad de lo porvenir. Aquí había además otro motivo añadido a la primera razón, el saber que el autor había compuesto una trilogía, de la que ya comenté aquí, Infancia, con la que disfruté mucho y que, a falta de Juventud, se completa con la que paso a revisar. COETZEE, J. M. Verano. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, col. Debolsillo, 2016, publicada por primera vez en 2009. Hay un subtítulo: Escenas de una vida de provincias, que me parece significativo señalar. La fotografía elegida para la cubierta me resulta muy adecuada, tanto por el paisaje que muestra, como por la camioneta que aparece y que tanto papel tiene en la narración, sobre todo en una de sus partes.


Nacido en Ciudad del Cabo, en Suráfrica (me sigo resistiendo al galicismo innecesario de "Sudáfrica", a pesar de lo que diga el Paninhispánico de Dudas), en 1940, se educó allí en su infancia y se trasladó primero a Gran Bretaña para eludir el servicio militar y luego a EE.UU, de donde fue expulsado por su lucha contra la guerra del Viet-Nam. El pasado afrikáner del escritor, como su apellido indica, y que fue galardonado con el Nobel en 2003, a pesar de escribir en inglés y de haberse nacionalizado australiano, sigue presente en esta obra, que se desarroola íntegramente allá. Curiosamente, antes de dedicarse a enseñar Literatura y a escribir, su profesión fue la computerización (perdón por el palabro, que no sé si existe). Ha sido además traductor, lingüista y crítico literario y ha escrito numerosos ensayos, por lo que ha sido galardonado con importantes premios. En la presente parece esconderse tras la figura de un buscador de información sobre su vida, que está preparando un trabajo académico sobre su figura, y que pretende publicar en forma de lo que es el libro que tenemos en las manos.


Éste está estructurado, según el índice, en "Cuaderno de notas 1972-1975", en los que el autor escribe en tercera persona y en cursiva la nota que se supone que el personaje/él mismo ha dejado escrita: "La casa en la que vive con su padre" (pág.12), y que aparece a continuación desarrollada en redonda; cinco nombres propios, que son los informadores del biógrafo (cuatro mujeres y un varón) y una coda, "Cuadernos de notas: fragmentos sin fecha".El que haya colocado los interrogantes en el título de la entrada se debe a que el famoso término, que hace furor entre los escritores últimamente, creo que es aquí de una ironía elgante y muy inteligente. El biografiado es el propio Coetzee; no habría nada que objetar a ello, si no fuera porque en la novela aparece como ya muerto ("Como está muerto ya no puede afectarle ninguna indiscreción por mi parte", pág. 42, dice la primera informante que confiesa haber sido su amante), razón por la cual hay que tomar su "biografía" con el distanciamiento que la ironía produce. Las autorreferencias son constantes a través de los entrevistados: a veces tienen que ver con su obra: "Su escritura fue un proyecto de terapia que el autor se administró a sí mismo" (pág. 62); otras sobre su aspecto: "Él no tenía la menor presencia sexual" (pág. 30); "El sexo con él carecía por completo de emoción" (`pág. 50); "las mujeres no se enamoraban de él" (pág. 83); lo anterior, escrito por Coetzee, supone no tomarse a sí mismo demasiado en serio, o adecuar la información al personaje creado, que no sé hasta que punto coincide con él mismo; otras más, sobre su actitud vital: "Su postura ante el mundo era demasiado cautelosa, demasiado a la defensiva" (pág. 30). ¿Es esa la postura real del escritor? Las citas provienen de la primera entrevista a una tal Julia, realizada en 2008 ("una aventura pasajera" pág.43), mujer casada, que vive cerca de él. En otro juego de ambigüedad, el escritor pone en su boca que "Tal vez esto que le cuento no sea cierto al pie de la letra, pero es fiel al espíritu de la letra" (pág.38). ¿Hay que fiarse de la informadora? Sin embargo los datos que aporta sobre su vida familiar, a solas con su padre, sí parecen responder a la realidad del escitor y continúan la biografía iniciada en el primer volumen de la trilogía. "Ambos eran solitarios, socialmente ineptos. Reprimidos" (pág. 26). ¿Lo eran?


La segunda entrevistada, Margot, fue un amor de infancia y habla de 1979, y la técnica empleada por el autor cambia y sorprende. Ahora estamos en un relato continuado, que el entrevistador ha elaborado a partir de la grabación que éste le hizo a ella y que ahora le lee para solicitar su aprobación Quien habla es ella y relata en tercera persona su relación con su primo, el joven Coetzee: "Tras varios años en el extranjero [...] reapareció [...] tras haber hecho algo ignominioso [en USA]" (pág. 91), nos dice. Todo el pasaje narrativo va aumentando en intensidad al verse atrapados ambos en la camioneta en medio de ninguna parte y obligados a pasar la noche juntos, lo que supone de algún modo romper un tabú familiar. Ella le atribuye en la narración una frase muy significativa: "Estar enamorado de una mujer ha significado para mí ser libre de decir todo lo que siento" (pág. 98), cosa que sin embargo no acaba de hacer nunca. Y otra más que tiene que ver con la postura del escritor respecto al apatheid de aquellos años: "¿Qué futuro tengo en este país en el que nunca he encajado?" (pág. 130), dada su conciencia de lo injusto del sistema. "Un territorio de masas hambrientas y bufones homicidas que las tratan con prepotencia" (pág. 10).

La tercera informante es Adriana, una brasileña emigrada a Suráfrica desde Angola en 1973 y madre de una muchacha alumna de inglés de Coetzee en un colegio privado donde este imparte como profesor de apoyo. Lo que empieza siendo una duda sobre su competencia profesional, al no ser británico, sino afrikáner, acaba derivando en la sospecha del peligro que corre la adolescente, que lo ha idealizado. "Percibí [dice la madre] que no sólo no estaba casado, sino que no era adecuado para el matrimonio" (pág.157). "No había aprendido a ocultar sus sentimientos" (pág. 158). ¿Volvemos al terreno de la pura narración? El cuarto informador es Martin, el único varón, postulante, como Coetzee a un puesto de enseñante. Aquí la cursiva corresponde a unas supuestas notas tomadas por el escritor que rememora el primer encuentro de ambos y que habla de sí mismo en tercera persona: "En el fondo de su ser sabe que no está hecho para ser profesor" (pág. 201). Al ser varón no hay competencia ni atracción sexual, se trata de colegas, por lo que "ese mutuo agrado ha surgido en un abrir y cerrar de ojos" (pág. 201). Martin nos da una nueva referencia falsa sobre la vida del escritor: "Abandonó Suráfrica en 1960, regresó en los años setenta [...] hasta que se instaló en Australia y murió allí" (pág. 203). Con todo lo que va recopilando, el supuesto biógrafo es consciente de que "en la biografía es preciso encontrar un equilibrio entre la narración y la opinión [y de estas ya cree tener demasiadas] [...] Lo que estoy haciendo es relatar una etapa de su vida" (pág. 208-9).Queda por último Sophie, la informadora representante de la francophonie, diez años más joven que él, colegas en un curso universitario dado al alimón sobre literatura africana en la Universidad de Ciudad del Cabo en 1976. Mantuvo además con él una relación. El supuesto autor de la biografía le asegura que su trabajo pretende ser serio y que abarcará el periodo tras su regreso a Suráfrica en 1971 y hasta el inicio de su notoriedad en 1977. También puntualiza que el biografiado era "un creador de ficciones" (pág. 217), de donde se deduce su poca fiabilidad. ¿A qué carta quedarse? Creo que todo es ficción que tiene al propio autor como personaje central, con elementos ciertos y otros inventados. Todo un puzle bien construido, de ahí la maestría y la originalidad. Su colega de la francophonie opina de Coetzee que "su actitud política era demasiado idealista [...] no le gustaban los escritores políticos, los que abrazaban un programa polítuco" (pág. 219). Y continúa: "Aceptaba que la lucha por la liberación [...] pero la nueva Suráfrica hacia la que se dirigían  no era lo bastante utópica para él. [...] Ansiaba el día en que los habitantes de Suráfrica no estarían etiquetados [...] la gente sería étnicamente indistinguible [...] mestizos" (págs. 221-223). Después de tantos años de concluido el apartheid y de independencia y de autonomía, no sé si los surafricanos han llegado a este punto.

 
Y unos últimos apuntes: se trata de las notas sin fechar con las que concluye el libro. En ellas el escritor vuleve a hablar de sí mismo en tercera persona y concluye que "Él es un tipo lúgubre, un aguafiestas" (pág. 237). En cualquier caso un gran escritor capaz de levantar este trampantojo que en la cubierta del libro se denomina "memorias noveladas" de las que no parece deducirse que quiera desvelar demasiado de sí mismo. Más bien parece que quienes quedan retratados son los supuestos informantes. Para conocer de verdad al autor se impone seguramente recurrir a algún trabajo biográfico "serio", basado en documentación fehaciente y lejos de la realidad ficcionada construida aquí sin demasiado emoción pero con tino estilísitico.
 
José Manuel Mora.







































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