Erasmo de Rotterdam, de Stefan Zweig

 A man for all seasons

Todo parece llevarme por los mismos vericuetos. En la entrada anterior hablaba de la película sobre los últimos días de este escritor. Ahora comento una de sus biografías, género al que era muy aficionado, una de las que más fama le dio, junto con la de Balzac. Probablemente se trata del autor con más libros reseñados en este blog. Sigo insistiendo. ZWEIG, STEFAN.  Erasmo de Rotterdam: Triunfo y tragedia de un humanista. Barcelona: Paidós, 2005; trad. Rosa S. Carbó. Cabe señalar que la fecha en que Zweig escribió el libro es 1938, dato importante para entender, tal vez, la elección del biografiado y la postura del biógrafo frente al personaje retratado y su tiempo. El título secundario de la entrada hace referencia a una peli de 1966 nada menos, ya ha llovido, de Fred Znnermann, que me dejó honda huella y que trataba la vida de T. Moro, coetáneo del holandés y que compartió con él más de un rasgo de personalidad y de posición humana.


Erasmo siempre se relacionó en mi mente, desde los tiempos de estudiante en el "Jorge Juan" con Dª María Pacual, con una corriente de ideas peligrosas del primer Renacimiento. Se hablaba de "erasmismo" como de un virus letal que parecía estar contagiando las mentes más preclaras de la época. Al menos así me lo vendieron. La Inquisición no tenía más remedio que intentar atajar la infección prohibiendo sus libros, sus ideas y cualquier atisbo de influencia foránea, siempre tan peligrosa. Fray Luis, Cervantes podían haber sufrido el contagio, dada su liberalidad a la hora de traducir las Escrituras el primero, o a la libertad de pensamiento que defendía Cervantes. Ya en Salamanca empecé a conocer algo mejor al humanista que había puesto la primera piedra de la Reforma con su crítica a la Sede Pontificia y a todos sus desmanes y abusos. Su Elogio de la locura siempre me pareció un título atrayente, aunque nunca lo leí. Ha sido pues la obra de Zweig la que me lo ha acercado en profundidad. Dejo aquí uno de los retratos que Holbein hizo de este hombre preclaro.


A los lectores no avisados podrá sorprenderlos el hecho de que su obra esuviera escrita exclusivamente "en una lengua olvidada y común [a toda Europa, se entiende...], el latín humanista" (pág. 11). Sin embargo, las personas cultas, fueran clérigos o laicos, lo manejaban con soltura, al ser el idioma de las universidades, algo que permitía viajar y estudiar en cualquier país. Se podrá entender mejor al compararlo con el uso que hacen los "erasmus" del inglés en sus intercambios actuales. Hay otro elemento que lo hace radicalmente moderno: "Fue el primero de los escritores [...] consciente de ser europeo [latu sensu] y el primer pacifista combativo" (pág. 12). Su curiosidad lo llevaba a interesarse por "la poesía, la filosofía, los libros y las obras de arte" (pág. 12). Por el contrario " una sola cosa [...] odió [...] el fanatismo [...] religioso, nacional, ideológico" (pág. 12). Y eran malos tiempos para esta actitud en la Europa de su tiempo. Como buen idealista estaba convencido de que "los conflictos entre los hombres y los pueblos podían resolverse [...] gracias a la condescendencia" (pág.12). Esta voluntad de entendimiento fue conocida desde su propio tiempo como "erasmismo". De hecho se oponía "de la manera más decidida a que cualquier confesión religiosa o política se impusiera a las demás" (pág. 13). Estas pocas citas iniciales sirven para retratar al personaje y la valoración que de él hace Zweig quien, como su biografiado, "rehusó tomar partido [se autodefinió Erasmo como homo per se]" (pág. 22), lo que concitó el odio de unos y otros e hizo que acabara muriendo "solo y aislado [...] pero independiente y libre" (pág. 25), no en balde en su tiempo se descubrió la imprenta y el Nuevo Mundo; la escala de valores vigentes saltó por los aires al considerarse que los individuos tenían "el valor de pensar y preguntar" (pág. 31), lo que desmontaba la supuesta auctoritas medieval. El ser humano se convierte en el centro de los acontecimientos, en el motor del mundo. Entramos en la era del antropocentrismo.
 

 Erasmo nace en 1466, en Rotterdam, con el paradójico nombre de Desiderio y como hijo ilegítimo de un cura, lo que pesará siempre sobre su conciencia. Tras pasar con veinte años por un monasterio agustino que tenía una espléndida biblioteca, es ordenado sacerdote en Utrech en 1492. Sin embargo logró una dispensa que le permitió no vestir nunca sotana, lo que le daba mayor libertad. Como ayudante latinista del obispo de Cambrai inicia "la campaña contra la incultura, la necedad y la arrogancia de la tradición" (pág. 38), lo que lo sitúa contra la jerarquía, tan defensora de la misma, a pesar de no ser nunca ni un rebelde ni un revolucionario. No obstante prefiere mantenerse por sí mismo dando clases para no depender de nadie. Y como tantos otros escritores del Renacimiento tuvo que mendigar el pan que comía mediante la escritura de dedicatorias, epístolas lisonjeras, laudatios..., lo mismo que le sucedió a nuestro Cervantes. Y, valga la paradoja, los halagos en sus cartas le permiten ser sincero en sus obras, que no se sujetan a nadie. Vivió allá donde no encontró ataduras, lo que lo obligó a mudar de país. Pasó por Holanda, Inglaterra, Alemania, Suiza. "En Inglaterra [cerca de Tomás Moro] se curó de la Edad Media" (pág. 47). Aunque en realidad, "en adelante su patria estará donde reinen los libros y la palabra, la eloquentia y la eruditio" (pág. 47). El humanista se ha acabado de formar. Si Petrarca fue uno de los primeros bibliófilos de su época, Erasmo lo fue del periodo subsiguiente a la invención de la imprenta. Y, fruto de todo ello, se convirtió en "un gran divulgador, crítico y educador" (pág. 51) por ejemplo a través de su recopilación de citas latinas en sus Adagia (Venecia, 1508, auténtico bestseller), que lo hicieron célebre, pero con un "equilibrio entre el humor alegre y la gravedad erudita" (pág. 52). Difícil equilibrio. 


Aunque el que lo trajo a España, a pesar de los interdictos de la censura eclesiástica, en el fondo de baúles y mezclado con ropa interior, fue su Elogio de la locura (1511), que también podría traducirse "de la estulticia, o de la tontería". En él se ríe de todos los poderes mundanales y espirituales, lo que "desencadenó una revolución contra las autoridades de toda clase" (pág. 55). Probablemente sin esta crítica desaforada, amparada la sátira en el ropaje de la ironía y el doble sentido, no se hubiera desencadenado la furia reformista de Lutero. Supo escudarse en la ambigüedad: ¿es Erasmo el que habla o es la stultitia? En este segundo caso se disculparían sus críticas. La verdad es que el erudito venía escandalizado de su viaje a "la podrida Roma" [en 1509], y su breve libro se convirtió en "uno de los panfletos más fecundos jamás escritos" (pág. 80) y probablemente el único de Erasmo que acabó perdurando por ser una "galería magnífica de la majadería humana" (pág. 77). ¿Por qué fue tan perseguido por autoridades y censores, si el escritor lo redactó en casa de Moro como un pasatiempo para divertir a los presentes? "Lo que hace Erasmo es clavar públicamente en el muro del tiempo la lista de pecados de la curia" (pág. 80). Lutero tenía a partir de ahí la senda expedita.  
Sobre todo a partir de la ingente tarea que el erudito se propuso: volver a traducir La Biblia  al latín, por estar la canónica Vulgata completamente superada, de tanto como se había adulterado. Lo hizo con todo el aparato crítico y con toda la precisión que le fueron posibles. De ahí, Lutero dio el siguiente paso, traducirla al alemán. El acceso a los textos sagrados ya no necesitaba de la mediación de los clérigos. Los creyentes podían acercarse a la Palabra directamente. Eso Roma no lo podía tolerar. Y surge el conflicto que derivará en ruptura definitiva de la Iglesia, en guerras fratricidas. Lo que más detesta Erasmo. Él considera que "la guerra [...] casi siempre descarga su peso sobre los inocentes" (pág. 98). Estamos ante el primer teórico del pacifismo, para lo que considera necesaria la creación de unos Estados Unidos de Europa (avant la lettre), lo que se conseguiría con el latín como lengua común, mediante la cultura y los libros. Son elitistas los seguidores de Erasmo. No consideran que el vulgo esté preparado para participar en la gobernanza de la res publica. No hacen sino "sustituir la vieja arrogancia aristocrática por una nueva, una soberbia académica" (pág. 107). La visión de Zweig no es hagiográfica, es crítica cuando lo considera oportuno.

Durero lo retrata en 1526, cuando la tormenta ya ha estallado en 1517, tras la publicación de las 95 tesis  famosas en contra del uso que la Iglesia de Roma hacía de las indulgencias y sus pingües beneficios. El retrato antitético que Zweig propone de Lutero y Erasmo es magnífico: "conciliación frente a fanatismo, razón frente a pasión, cultura frente a nacionalismo, evolución frente a revolución" (pág. 117). Por más que el primero desea y pide al segundo que se una a su causa, éste se niega a tomar partido, lo que lo sitúa en el punto de mira de católicos y protestantes. "Erasmo huye del alboroto para refugiarse en el sublime silencio de los libros [...] Prefiero soportar las cosas tal como están que levantar nuevos disturbios [...] Nunca he sido conscientemente cabecilla o participante de una revuelta y nunca lo seré, dice" (pág. 150). Sin embargo la neutralidad es imposible. De Lovaina se acaba marchando porque lo consideran demasiado protestante y de Basilea, por que lo ven demasiado católico. 


No es de extrañar que Zweig lo eligiera como sujeto de estudio y biografía, dadas las concomitancias entre los dos. Ambos pensaban que "la idea de humanismo, elevada y sublime, está vencida"(pág. 192). Tal vez por ello Erasmo murió solo en Basilea, de camino a Brabante, y Zweig se quitó la vida en Brasil al ver perdido su ideal de armonía europea, pisoteado por las botas enceradas de los nazis, convencido de que Hitler tenía la batalla ganada y de que no había ya lugar para él en el mundo nuevo que nacía bañado en sangre y crímenes. Una vez más la prosa elegante y precisa del austriaco permite acercarse a la figura del holandés para llegar a comprender su obra y su personalidad en profundidad. Un estudio sentido, hondo, como el que podría hacer un pintor ante un espejo a la hora de autorretratarse. Una gozada.

José Manuel Mora.
  

 







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