Fargo (1ª temporada), de Noah Hawley.

El frío conserva

Los prejuicios nunca son buenos. Cuando supe que se estrenaba en 2014 una serie con el mismo título y, aparentemente, los mismos asuntos que los ya vistos en la inenarrable peli de 1996 dirigida por los hermanos Coen, decidí que no la vería. Me resultaba difícil imaginar qué aportaría de nuevo a lo que ya era redondo en la original, con aquella policía embarazada que encarnó genialmente, como suele, Frances McDormand. La oportunidad que ofrece ahora mi compañía de contenidos de acceder a series de la HBO, para mí ya mítica desde los tiempos de 6 Feets Under (A seis metros bajo tierra), allá por el 2001, me tentó a ver el primer capítulo, atraído también por el hecho de que se trataba de una sola temporada de diez capítulos: Fargo, producida por los entonces guionistas y directores del filme original, aunque escrita ahora por Noah Hawley, reputado guionista y director de series estadounidense, del que yo, naturalmente, no había oído hablar y dirigida por diferentes directores en los distintos capítulos. Nunca lo hiciera. Tras el descacharrante primer episodio, no pude dejar de zamparme los otros nueve. Y eso que ahora sé que hay ya dos tempradas más y que este comentario llega demasiado tarde. Sigo escribiendo, como saben quienes por aquí se pasean, para no olvidar lo que veo o lo que leo.


Una de las razones de ese enganche inicial, que el desarrollo de la trama se encargaría de reforzar sin descanso, fue el encuentro de sus dos protagonistas en un hospital de un pueblo perdido de Minnesota, dos desconocidos que acaban ¿pactando? un asesinato sin demasiada convicción por parte del vendedor de seguros (Martin Freeman, a quien no he reconocido como el que interpretó a Bilbo Bolsón), fracasado mindundi, que ha sido ultrajado una vez más por un convecino, antiguo compañero de instituto y matón irreductible, y el personaje oscuro, psicópata conpulsivo, que no parece tener empacho en cometer todos los que sean necesarios, sin móvil aparente, un auténtico Mefistófeles. Me recordó la escena inicial de Extraños en un tren, la peli de Hitch, en la que dos desconocidos planean matar cada uno al que supone una molestia para el otro: no habrá motivación, ni pistas, ni nada. Serán así "crímenes perfectos". Pero lo que en el maestro del suspense se deasarrollba con auténtico clímax dramático, aquí deriva enseguida en una historia de serie negrísima, aderezada con un humor gamberro que hace sonreír muy a nuestro pesar. Se advierte en los créditos iniciales que lo presentado ocurrió en 2006 y está basado en hechos reales (como en la cinta primigenia), con pequeños cambios en los nombres de los protagonistas. Seguramente es otra de las bromas que se suceden a lo largo del metraje.


Podría pensarse que estamos ante un remake del original, pero pronto advertimos que tiene una personalidad propia, aunque los homenajes al filme iniciático se sucedan a modo de referencias sólo entendibles para quien vio aquél. La maleta llena de dinero enterrada en la nieve es un elemento anterior, así como el hecho de que la agente de policía, Allison Tolman, que se encargará de los asesinatos pensando en una trama organizada, en contra de la opinión de su jefe, que no ve nada raro, acabará embarazada, como lo estaba el personaje de la McDormand. El patetismo de los personajes es común a ambos productos. Se salva la agente de policía y su compañero de fatigas. Es cierto que quien soporta el peso de la trama es Billy Bob Thornton, quien me viene llamando la atención desde que lo individualicé en Monster's Ball (2001) y en El hombre que nunca estuvo allí, del mismo año. Su manera de actuar se apoya en gestos mínimos y en una mirada potentísima, además de las acciones que el guión le propone y las espectaculares réplicas que maneja. En otra autorreferencia al filme original, se podría pensar en el personaje de Bardem, dirigido también por los Coen, No es país para viejos. Ciertamente Thornton es algo más logorreíco, dentro de su escueta expresividad verbal. Es cierto que Freeman tiene más recorrido como personaje, puesto que lo vemos evolucionar desde la inutilidad inicial, a la capacidad de tomar decisiones, aunque suelan estar equivocadas y con consecuencias terribles, como la del ascensor (vid.infra).



El ambiente de ese helado pueblo en medio de ninguna parte es desolador y basta una tormenta para que se produzca el aislamiento. Rodada en Alberta (Canadá), los actores debieron pasar bastante frío. Ese ambiente tal vez propicia también las relaciones viciadas que existen en él. Por eso la bonhomía de la agente y de su padre suponen un remanso de humanidad en medio de tanto crimen sin sentido. Uno de los elementos que me han hecho reír a mandíbula batiente ha sido la parodia de las plagas de Egipto que sufre el personaje que conecta la serie con la peli. Algunos podrán considerar excesivas las subtramas, como la de los asesinos a sueldo, uno de ellos sordomudo, que se van presentando, pero los flasback son perfectos y la fotografía resulta adecuadísima para crear el ambiente necesario.


Creo que no voy a tener más remedio que intentar recuperar las dos nuevas temporadas, del mismo creador, pero cerradas cada una en sí misma y con Ewan McGregor  haciendo un papel doble, que parece prometer nuevas barbaridades.


José Manuel Mora.




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