The Leftovers (Los restantes), de D. Lindelof y T. Perrotta

 ¿Cómo gestionar una pérdida inexplicada?

No siempre la adaptación de un libro con tirón entre los lectores logra convertirse en un acierto televisivo. Los códigos con que se elaboran cada uno de ellos son diferentes y el punto de vista narrativo, el tono empleado por el escritor, el ambiente y la caracterización psicológica de los personajes a veces sufren terriblemente en su trasposición a la pantalla. No conozco la novela de Tom Perrotta en la que se basa la serie, parece que se ha publicado en España con el título de La ascensión  (la tercera temporada, que se desarrola en Australia, queda fuera de los márgenes del libro). Convendría no leerla después de haber visto aquella, sino al contrario, para no verse contaminado por la opción de los creadores del filme de larga duración. Damon Lindelof se hizo famosísimo en nustro país tras una de las primeras series que lograron audiencia masiva, Perdidos (Lost), entre 2004 y 2010 y cuyo final tanto decepcionó a quienes siguieron su desarrollo. Me descolgué en la segunda temporada. Ésta consta de tres, con diez capítulos las dos primeras y ocho la tercera y última. The Leftovers (no sé bien como traducirlo: los restantes, los desechos, los cabos sueltos...) se ha ido presentando entre 2014 y 2017, así que esta vez no estoy muy fuera de onda. HBO, la cadena productora, me ha permitido ver en plan maratón toda la serie, en no más de una semana. Un atracón gozoso del que me resultaba imposible desengancharme. 


Desde los primeros minutos nos vemos abocados a una distopía, un suceso ocurrido supuestamente en 2011, en Mapleton, una ciudad del estado de Nueva York, con todas las características de las de tipo medio de aquel país, pero que comparte la desaparición del 2% de su población con el resto del mundo, lo que eleva la cifra de "desaprecidos" a millones de personas. Más que en la resolución del misterioso suceso, inexplicable e inexplicado, la serie se centra en la reacción emocional de los familiares de quienes han "partido". No se habla de muertos, puesto que no hay cuerpos. La presencia inapelable de un cadáver ayuda a los deudos a elaborar el duelo, a sobrellevar la pena y a aceptar la pérdida como definitiva. Aquí eso no se da y en consecuencia los que quedan aquí no tienen a qué agarrarse para asumir el desastre ocurrido en sus vidas, que en muchos casos se ha producido delante de sus ojos. Y así las iglesias tradicionales se ven sobrepasadas por su incapacidad para ofrecer respuestas. Surgen otros cultos que intentan consolar a los deudos, como el grupo de "remanentes culpables", que se encierran en un silencio devastador y fuman constantemente, vestidos de blanco, frente a quienes pretenden seguir viviendo a pesar de todo. Ellos son los testigos que luchan por mantener vivos el recuerdo y el dolor, lo que supone una provocación constante. 


Una de las primeras cosas que llama la atención es el acabado de los personajes. Miembros de una misma familia que reaccionan cada uno a su modo, según su edad, su situación emocional, su historia pasada. Siendo enormemente coral, no resulta difícil hacerse con nombres y personalidades de los distintos seres que pueblan la tragedia, dado lo bien definidos que están.  Sin emabargo, con ser cierto lo anterior, pronto los giros inesperados, pero no caprichosos, en el guión van acaparando nuestra atención. Hay un extraordinario pulso narrativo que igual presenta una anticipación in media res, que lo deja a uno descolocado, esperando que se nos explique qué sucedió hasta llegar ahí, que se recurre a perfectos flash back para aclarar la situación de partida que no venía demasiado explicitada. Y hay en ese juego en la manera de contar una maestría narrativa extraordinaria que le hace a uno preguntarse cómo van a salir del aparente embrollo. Y salen, vaya que sí. Y de qué manera. La mayoría de las veces con un nuevo conflicto más fuerte que el anterior. ¿Cómo consiguen los diferentes directores de cada capítulo que el conjunto tenga tan apabullante unidad estilística? Uno de los elementos es el uso de primeros planos brutales que parecen permitir que nos introduzcamos en la psique atormentada de cada uno.



El intensísimo Kevin es uno de los grandes protagonistas de la serie. Jefe de policía, padre de dos hijos y con un matrimonio hecho añicos. Lo interpreta Justine Theroux, a quien no había visto con antelación. La fisicidad de su actuación es sobresaliente y aguantar esos primerísimos primeros planos de amargura dolorosa, de pérdidad de la noción de realidad, de mundo de pesadilla y de violencia extrema cuando es necesario, debe de ser realmente complicado. Lo supera con nota alta. Para que un protagonista se luzca a fondo, debe tener frente a sí un antagonista con la misma fuerza y complejidad. Esa es Patti, un rostro que no será fácil olvidar, con su media sonrisa amargada, de vuelta de todo y con una mirada cruel, que no perdona ni a sí misma. Ann Dowd es la encargada de dar cuerpo a uno de los personajes más inquietantes de la serie. Jefe del grupo de los "remanentes culpables", no relaja su actitud en ningún momento. Cuando llega a convertirse en el alter ego de Kevin es más implacable todavía. Su constante interpelación a lo más oscuro del policía lleva a éste al borde de la locura.


La religión suele ser un asidero para los que se encuentran desvalidos en situación de desprotección total. En esos casos los aprovechados suelen pescar en río revuelto. HAy algunos ejemplos en la primera temprada. Sin embargo para otros es fuente de pacificación interior, puesto que la viven como algo que da sentido a sus vidas. Es el caso del reverendo Matt, polo opuesto de su desesperada hermana, Nora. Ambos están brillantemente encarnados por el británico Christopher Eccleston, que transita desde la generosidad absoluta a la pérdida de la noción de la realidad y por Carrie Coon, cuya desesperación ante la pérdida de sus hijos al inicio la hace tan vulnerable. Todo el reparto parece haber sido elegido de la manera más adecuada. Son muchos y no merece la pena citarlos a todos, aunque cada uno tiene su "tocao".


En un producto tan cuidado que los créditos de cada temporada son magníficos (Let Your Love Flow suena espectacular al inicio de cada capítulo) y la banda sonora tanto la original como los temas que eligen en determinados momentos son perfectos: el Va pensiero, del Nabucco verdiano se convierte en obsesivo e inquietante en ese hotel del más allá. En otros casos un Simon & Garfunkel destrozado por Kevin en el karaoke resulta lo justo necesario para enseñar su desvalimiento, al igual que el emotivo Across The Universe de J. Lennon. La elección de I've Got Dreams to Remember de Otis Redding muestra lo conmovedor del reencuentro ¿imposible? en una escena casi sin palabras y llena de lágrimas. Por no hablar del Ne Me Quitte Pas de la increíble Nina Simone


No quiero dejar de decir que a lo largo de tres extensas temporadas no todos los capítulos estána la misma altura. Algunos parecen superfluos o demasiado largos, como el del barco que lleva a los protagonistas a Australia, pero acaba uno olvidándose de ellos dado el estrés emocional en que se ve uno embarcado hasta el final, que por supuesto no revelaré. Otro producto con el sello HBO que sigue demostrando que se puede confiar en sus apuestas. 



José Manuel Mora.
 

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