El Danubio, de Claudio Magris

 Recorrido danubiano

En 2012 leí casi por casualidad la primera obra del autor que me ha tenido ocupado todo este mes de junio. En la entrada correspondiente de este blog que dediqué a su Así que usted comprenderá, citaba el título en el que me voy a centrar ahora. Encontré el libro en casa de mi hermano y caí en la tentación. MAGRIS, CLAUDIO. El Danubio. Barcelona: Ed. Anagrama, 1990, en su tercera edición, aunque el libro fuera escrito en 1986. Trad. de Joaquín Jordá, no demasiado cuidada, como luego señalaré. Otras veces hablo de las cualidades materiales del libro-objeto y las suelo alabar. No es el caso. Los 27 años desde que se puso en la calle han amarilleado sus páginas y los tipos me han parecido por ello menos claros. Cabe también la posibilidad de que esté perdiendo agudeza visual, because un principio de catarata en el ojo derecho. Cosas de la edad. 





 



















C. Magris nació en Trieste en 1939, dato éste no meramente enunciativo, sino fundamental al ser, por nacimiento, un hombre de frontera entre Italia, Croacia y Eslovenia y que hasta hace bien poco, final de la Gran Guerra, perteneció al Imperio austrohúngaro; no sé si ello lo llevó a especializarse en Lengua y Literatura Germánica y a ejercer como profesor de la materia, lo que lo hizo gran conocedor de la cultura centroeuropea. Señalo el detalle porque ayuda a entender el contenido del libro. Su obra ha transitado entre diversos géneros: ha escrito relatos, teatro y sobre todo ensayos, por los que ha sido multipremiado. El que me ha ocupado drante todo el mes de junio (370 páginas) tiene el aspecto de un libro de viajes, pero en seguida se da cuenta uno de que es mucho más porque dice, "es posible que escribir signifique rellenar los espacios blancos de la existencia" (pág. 31). Se trata de un ensayo casi wikipédico, me encanta el palabro que acabo de inventarme, pero con mucha más enjundia: "El viaje [...] intenta engañar, con la movilidad en el espacio, la erosión del tiempo" (pág. 44). Las referencias bibliográficas de lo que cita hubieran dado para una buena adenda y tal vez hubiera convertido el libro sobre el trascurso fluvial en algo disuasorio. Y sin embargo tiene la virtud de ser enormemente atractivo. Veamos por qué; entre otras cosas porque "el espíritu europeo se alimenta de libros" (pág. 244), razón por la que a lo largo de su viaje hace constantes referencias no sólo a lugares y hechos históricos, sino a escritores que vivieron en los márgenes del gran río y a obras de las que no había oído hablar. 


Lo que pone en marcha al viajero es una aparente paradoja: "La aventura y el misterio del viaje parecen acabados [...]. De todos modos moverse es mejor que nada" (pág. 13), porque como dice más adelante "No se viaja para llegar, sino para viajar" (pág. 81). Y así se propone recorrer el curso del Danubio, de más de 2.800 Kms., que atraviesa toda Europa central, la famosa Mitteleuropa, desde su nacimiento en la Selva Negra, Alemania, hasta su desembocadura en el Mar Negro, en Romania, pasando por Austria, Hungría, la antigua Checoslovaquia, la antigua Yugoslavia, Bulgaria. Sólo al citar este listado se da uno cuenta de los cambios radicales producidos en esa parte del continente, algunos de ellos dramáticos y cercanísimos en el tiempo. Cita al visitar sus fuentes, al parecer binarias, a Hölderlin, quien lo llama en esa zona "río de la melancolía" (pág. 15) y concluye con una imagen preciosa en su desembocadura: "El Danubio comienza a esparcirse  y a derramarse, como vino de crátera rota" (pág. 357). Pronto confiesa sin embargo que "mi viaje a lo largo del río es sobre todo un viaje al Banato [...] tras las huellas del éxodo alemán de la Europa sudoriental" (pág. 69). Y eso me resultaba enomemente atractivo, dado mi desconocimiento del término y de la zona a la que se refiere, que nunca he visitado y de la que ni siquiera había oído hablar con anterioridad. El mapa de las páginas finales resulta de gran ayuda.

Cuando el turismo masivo que va ocupando nuestras ciudades pasa por ellas como una exhalación, subido en al autobús panorámico a veces, o con un mapita para recorrer las calles de los centros históricos, ocupadas todas por las mismas firmas, que alguien se dedique a pasear sin prisa por los márgenes de este río capital en la historia del continente, que describa paisajes fascinantes ("El filo de la corriente corta las aguas como una espada y las encrespa, la espuma centellea bajo el sol poniente y una gloria se enciende en el centro del río, que avanza decidido en su respiración lenta y tranquila", pág. 129), que se detenga en lugares insospechados por casualidad, o bien llevado de la mano de un guía solícito, o por conocer los espacios que transitaron grandes personajes de nuestro pasado común, me refiero al europeo, puede resultar una rareza hoy en día para tanto viajero apresurado. "Es el río de Viena, de Bratislava, de Budapest, de Belgrado, de la Dacia [... ]contrapuesto al Reich germánico, una ecumene" (pág. 26). Pero Magris sabe de lo que habla y además estoy seguro de que se ha informado previamente a fondo.

Se trata, como dice la contracubierta, de "un maravilloso viaje en el tiempo y en el espacio". A modo de una autobiografía, pero con elementos de los libros de viajes, bien es cierto que para eruditos, estamos ante una especie de cuaderno de bitácora. Y así todo el material se va configurando como un mosaico de pueblos, lenguas, culturas, que se han ido superponiendo unos a otros, muchas veces destruyendo lo anterior, y en otras ocasiones integrándolo en lo nuevo porque como subraya el triestino "Adquirir una nueva identidad no significa traicionar la primera, sino enriquecer la propia persona con una nueva alma" (pág. 39). Hay tantos nombres de tribus y lugares que desconocía, que hubiera necesitado un libro de Historia a mi lado para mayor precisión. Sí que queda clara la intersección de turcos, hebreos, eslavos, e infinidad de minorías étnicas, a veces desplazadas a la fuerza, ya que el poder del Kaiser era casi omnímodo. Convoca a Céline en Sigmaringen (primera ciudad alemana que visité con apenas veinte años), a Heidegger, a Kafka en Kinling, a Einstein en Ulm, al terrorífico Mengele en Günzburg, a Kepler en Ratisbona, a Lukács en Budapest o a Canetti en Ruse. Por citar sólo unos cuantos. Literatos, filósofos, matemáticos, militares, todos son objeto de su curiosidad, del análisis crítico de su obra o de sus acciones, como dice a propósito de Mengele: "una de las páginas más horribles de los campos de exterminio" (pág. 84). La barbarie nazi parece imposibilitar que se "puedan amar los desfiles" (pág. 130). Hay un momento en que el pensador enmudece. Se trata de Mauthausen. Lo visto por él allí, unido a lo que ya conocñia lo deja sin palabras: "El exterminio y la abyección absolutos no me dejan describir, no se prestan al arte y a la fantasía" (pág- 131). Considera que está todo dicho tras la publicación de Si esto es un hombre, de Primo Levi, que tanto me conmocionó hace años.
Sabedor de todos los horrores por los que han pasado los habitantes de estas tierras danubianas, el escritor apunta a los nacionalismos excluyentes como los causantes de muchas de las tragedias que han asolado la zona. al hablar de Heidegger contrapone brillantemente "la legitimidad con legalidad, apelando a valores cálidos (la comunidad, la inmediatez afectiva) en contra del weberiano desencanto del mundo y la frialdad de las democracias, significa destruir las reglas del juego político [...] Invocar el amor en contra del derecho es la profanación del amor, que se usa como instrumento para negar a otros hombres la libertad e incluso el amor" (pág. 42). No sé si los actuales gobernantes de mi querida Cataluña conocen la cita, pero deberían meditarla a fondo, porque "quien ha estado largo tiempo confinado en el papel de menor y ha tenido que dedicar todos sus esfuerzos  a la determinación y a la defensa de su propia identidad, tiende a prlongar esta actitud incluso cuando ya no es necesaria" (pág. 208). Me parece anticipatorio por parte de Magris.

Señalaba más arriba los problemas que me he ido encontrando en la traducción: galicismos del tipo "rendir visita" (pág. 70), o frmaciones léxicas difíciles de encontrar como "pasionalidad" (pág. 160) o bien "impoético deseo" (pág. 161). Por no hablar de lo "romantizante", o de la "compacidad". No sé cómo estará escrito en el italiano original. Pequeños detalles que no ensombrecen la magnitud de una obra que acaba convirtiéndose en un recorrido laberíntico a la búsqueda del sentido de la vida y de la historia común, metáfora de la crisis en la que habitamos y que contrapone un pasado aparentemente lejano pero que condiciona nuestro presente. Impresionante. 

José Manuel Mora.


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