El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers

 El profundo Sur

Es tanto lo que se publica y tan limitado el tiempo de nuestras vidas que, aun siendo un teórico profesional de Literatura, ni me enteré de la aparición en Bruguera allá por el año de 1981, en aquella colección de tapas duras, del libro que voy a comentar ahora. En aquella época y trabajando, el tiempo que podía dedicar a enterarme de lo que se cocía en los fogones literarios del extranjero era exiguo. También lo es ahora, porque la jubilación es aburrida para quien así lo desea. Sin embargo es posible atender a sugerencias de amistades, a impulsos irrefrenables, a intentos de recuperación del tiempo y los títulos perdidos, o a seguir las recomendaciones de gente que vive fuera y descubre antes que uno. En este caso la sugeridora es Elvira LIndo, periodista, novelista ella misma y vecina de Nueva York a temporadas y prologuista en este caso de una edición conmemorativa del centenario del nacimiento de la escritora. McCULLERS, CARSON. El corazón es un cazador solitario. Barcelona, Seix Barral, 2017, en traducción de Rosa Mª Bassols; 386 págs. y unas preciosas páginas de respeto y una cubierta bien evocadora. 


Tal vez conviene señalar que la primera edición es de 1943, así que esta vez no propongo ninguna novedad. Me entero a través de la solapa que la autora nació en Columbus, Georgia, estado sureño con todo lo que eso comporta, en 1917. Publicar una obra tan redonda como esta con 26 años y escribirla con tan solo 23, ya es un indicador, no sólo de precocidad, sino de intuición y sensibilidad. Con posterioridad asentaría su prestigio con la publicación de Reflejos en un ojo dorado (1940), aunque otros consideran que no estaba a la altura de su primera obra; además provocó un enorme revuelo por la temática que desarrollaba: la homosexualidad dentro del ejército estadounidense, la infidelidad matrimonial y tantas otras cosas; la versión dirigida por John Huston en 1967 me impactó tanto por sus intérpretes, Taylor y Brando, como por el guión de F. Ford Coppola; no sabía entonces nada de la existencia de la novela original. Amiga de T. Williams y conocedora de W. Faulkner, ambos mayores que ella, son los tres un claro exponente de lo que se conoce como literatura sureña estadounidense, o gótico del Sur. Quiso primero ser pianista y se trasladó a Nueva York pero, tras un curso de escritura creativa, cambió su orientación creadora y se dedicó al periodismo y a la literatura. Se casó un par de veces y puso de manifiesto su atracción por otras mujeres, aunque nunca llegara a establecer una relación sólida con ninguna de ellas. Vivió la IIª Guerra Mundial en París y acabó muriendo de un ataque al corazón en 1967. Una vida intensa.


Durante toda la lectura del libro me he ido sumergiendo en una película en blanco y negro, cuya base original, me he dado cuenta luego, es la novela To Kill a Mockingbird (la ya comentada aquí Matar a un ruiseñor). Y resulta que me entero ahora de que Harper Lee, su autora, se inspiró en un suceso ocurrido en su infancia, allá por 1936, justo tres años antes del momento en que se ambienta esta que comento. ¿Por qué esa asociación? Tal vez por los conflictos subyacentes a toda la sociedad sureña estadounidense, entonces de mayor intensidad, y todavía hoy mismo vivos y candentes: los años de esclavitud habían promovido una segregación dolorosa y para muchos ya entonces degradante, que no se solucionó con la Ley de Derechos Civiles de los años sesenta tras la marcha de M. L. King. Es curioso que en la novela uno de los personajes más atractivos, el Dr. Copeland, negro y entregado a la redención de su pueblo ("Siempre supo que había nacido para enseñar a su gente", pág. 90), hable ya de una marcha de protesta hacia Washington. Es además marxista y arenga a sus conciudadanos repitiendo su lema a todo el que quiere oírlo: "De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades" (pág. 207). Porque al problema racial de este profundo Sur se une una insoportable desigualdad económica y social: "la mayor parte de los obreros de la ciudad eran muy pobres" (pág. 20). Hay otro personaje, un tal Blount, que trabaja en lo que sale y que está convencido de la necesidad de lograr que la gente sepa ("¿Qué ocurre con un hombre que sabe? [...] que observa la aglutinación de capital y poder"; pág. 169). Sus métodos difieren de los del doctor, lo que los lleva a enormes discusiones; "resultaba extraño querer hablar con un sordomudo. Pero se sentía solo" (pág. 80) Él también recurría a Singer para vaciar su corazón lleno de rabia, angustia e impotencia.


 Biff, el tabernero, pierde a su mujer y se ofusca ante el otro gran personaje de la novela, la adolescente Mick, con la cabeza a pájaros, obsesionada por la música, capaz de sentirse procupada por la ascensión del fascismo en Europa, gracias a un compañero de escuela, y por la presencia del personaje que los aglutina a todos ellos, el mudo Singer, consciente de "lo sola que podía sentirse una persona en una casa llena de gente" (pág. 68). Todos viven en una profunda soledad y se da la paradoja de que buscan a un mudo para poder comunicarse, a pesar de las dificultades que la sordera del hombre pueda comportar. Es capaz de leer en los labios de sus interlocutores y sobre todo es capaz de "escuchar", aunque no oiga. También Singer vive angustiado porque su compañero de vida durante diez años, Antonapoulos, sordomudo como él, ha enfermado y ha sido trasladado a un hospital lejano. Le escribe: "Te necesito. Es una soledad que no puedo soportar [...] No sirvo para estar solo, sin alguien como tú, que comprende. Siempre tuyo." (pág. 236). Esta relación entre alguien con capacidades intelectuales mermadas y el receptivo Singer, supongo que no dejaría de causar estupor en la sociedad de la época de publicación, porque en la de la novela no genera ni un solo cometario fuera de lugar. "Siempre con un amor no obstaculizado por la crítica, libre" (pág. 346). 


Y en medio de esas cuatro soledades catalizadas por la presencia del mudo, la vida sigue su curso cotidiano en el que se suceden carreras, peleas infantiles, accidentes, escapadas y tragedias que acaban afectando a familias enteras. Todo en un tono menor, como  sotto voce. No tiene la escritora un estilo grandilocuente. No son excesivas las descripciones, y las que hay son de una gran serenidad expresiva: "Las sombras provocadas por el fuego lamían las paredes. Las oscuras ondas se fueron elevando, y la habitación empezó a moverse" (pág.176), o bien, "Era una luminosa tarde invernal. El cielo tenía una tonalidad verde azulada y las ramas de los robles del patio trasero se recortaban negras y desnudas contra aquel firmamento tan claro" (pág. 265). O esta última: "Y más allá, [...] los pantanos de cipreses.., con las retorciadas raíces de los árboles hundiéndose en las salobres aguas, donde el musgo gris, en forma de jirones, trepaba por las ramas, donde las flores acuáticas tropicales florecían entre la humedad y la falta de luz" (pág. 346). Todas muy cinematográficas a mi parecer. Una peguita reelativa a la traducción: ya sé que los epítetos permiten adjetivar anticipadamente como forma de estilo, pero no constantemente, como sí sucede en inglés; y así leemos: "su gris cabello", "sus negros zapatos y negras medias"... etc. 
En definitiva, un hermoso libro, aunque agobiante por su falta de salida a todas estas vidas frustradas y solitarias, perpetuamente sometidas a la discriminación racial y a la explotación laboral, a la violencia inmotivada y a la desesperación, obra de una jovencita que seguramente sabía de lo que hablaba.

José Manuel Mora. 




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