Perros que duermen, de Juan Madrid

 La guerra interminable

Estoy convencido de que España tiene una asignatura pendiente, un problema sin resolver, por eso la herida sigue abierta y supurando. Al contrario que Alemania, por ejemplo, que fue capaz de exorcizar al demonio nazi que había habitado en el seno de su sociedad (aunque quedara mucho seguidor de Hitler emboscado), nosotros seguimos teniendo miles de cuerpos enterrados en cunetas anónimas, y cuando se habla de localizarlos y desenterrar sus restos para ubicarlos donde sus deudos quieran, se dice que lo que se pretende es una revancha, cuando lo que se pide es la dignificación de tantos hombres y mujeres muertos sin juicio y de mala manera, muchas veces por venganzas pueblerinas y espurias. En otros casos sigue habiendo gente que defiende aquel golpe de estado contra el gobierno legítimo de la República y que sigue siendo incapaz de condenar, aunque sólo sea verbalmente, a los golpistas y hay toda una "escuela" de pretendidos historiadores tratando de reescribir aquellos años. Con todo ello no es de extrañar que sigan apareciendo libros como el que voy a comentar, que continúan contando el horror de aquel tiempo. MADRID, JUAN. Perros que duermen. Madrid: Alizanza Editorial, 2017, 430 págs. 


Apareció en mayo, así que es casi una novedad. He de confesar que no conocía al autor, a pesar de que lleva publicando libros desde 1980, Un beso de amigo, y acumula cerca de cuarenta títulos, muy traducidos a diversas lenguas. Nació en Málaga en 1947, así que es casi de mi quinta. Más coincidencias: aunque estudió Historia Contemporánea, lo hizo en Salamanca, por los mismos años en que yo hacía Románicas. Se ha dedicado al periodismo (redactor de Cambio 16) y a escribir guiones de cine (Días contados, que dirigió Uribe) y televisión (Brigada criminal), que le han dado una publicidad que no me ha llegado al no seguir yo demasiado ni la novela negra, ni las series policíacas, como la citada. Sí que vi la peli que dirigió, La carretera de la muerte (2007), aunque no me quedé con su nombre. En la actualidad da clases de guión cinematográfico en la Escuela de San Antonio de los Baños, en Cuba, donde estuve hace ya más de veinte años y donde se forman los mejores cineastas latinoamericanos.


Esta novela, que el autor confiesa que ha tardado más de tres años en redactar, está formada en realidad por tres o cuatro entre las que el escritor se mueve con soltura. La primera se desarrolla en el presente, en 2011, con el encuentro entre un viejo falangista y un escritor, Juan Delforo, trasunto del autor. Éste recibe un viejo manuscrito memorialístico de un viejo policía, camisa vieja, nunca arrepentido, que participó activamente durante los años de guerra y en la terrible posguerra que siguió, en interrogatorios, investigaciones, desapariciones, chantajes y chanchullos varios. La segunda indaga en el horrible crimen de una muchachita, perpetrado por un jerifalte del Régimen, que tuvo lugar en el Burgos ocupado por el alto mando franquista, allá por el año 38. La tercera se desarrolla en los cuarenta, con el padre del novelista condenado a muerte por organizar la guerrilla en Málaga y luego con la conmutación por la perpetua en El Puerto y otros penales, hasta la amnistía de 1949. La última, imbricada en la anterior, es el diario de guerra que lleva adelante Delforo padre y que recuerda su tiempo como oficial de complemento de milicias universitarias y sus sucesivos ascensos dado su heroismo y su capacidad de organización, puesta de manifiesto en el asalto al Puerto del León durante la defensa de Madrid. "Escribo contra el falso olvido que se nos ha impuesto a los españoles", manifiesta el escritor en una entrevista. Y de otra parte "Este libro es un homenaje a mis padres. A ellos y a esa "dignidad republicana" de la que fueron porteadores. Y esas intenciones expresas del autor, vienen trasferidas a su personaje: "las nuevas generaciones tendrán que saber lo que ocurrió en estos años terribles" (pág. 50), escribe desde el penal en 1946.


Y a ello se aplica con cada una de las tramas que va tejiendo entre sí: el ambiente del Burgos falangista, meapilas, asfixiante, donde todo el mundo vigila a todo el mundo, lleno de alemanes y de confidentes, en manos de los afectos al Régimen, políticos, policías y militares es descrito con acierto y sequedad expresiva por una tercera voz omnisciente; las crónicas de guerra transcritas en carne viva en el diario que lleva Delforo en el penal, robándole horas al sueño, parecen sacadas de los apuntes de un corresponsal de guerra que hubiera estado en primera línea, de hecho aparece Heminway entre un grupo de periodistas que quieren visitar el campo de batalla; la capital en el 39, perfectamente presentada: "no había luces en Madrid: era una ciudad oscura y tenebrosa y machacada, un paisaje de esqueletos infames de edificios y de casas a duras penas en pie" (pág. 146);


y el del 46, podrido de estraperlo y puterío, de chulos y policías, de cabarés de tres al cuarto y pensiones tristes, le permite al escritor hacer uso de la jerga barriobajera: "pestañí", "chori", "najarse", "jundanares", "dar matarile" entre los personajes que se dedican a "la busca" diaria por la supervivencia. Todo va confluyendo hasta la sorpresa final. Nada sobra. Cada uno de los ambientes es un mundo perfectamente retratado. El narrador acabará poniendo de manifiesto su intención: "Lo haría para que no se olvidara de lo que fue capaz de hacer el fascismo. Contaría el oprobio, la humillación y la terrible represión, y la lucha que continuaron después de la derrota de aquellos milicianos republicanos que nunca se dieron por vencidos. La larga lucha contra el dictador durante cuarenta largos años es el monumente ético m´`as importante del siglo XX europeo" (pág. 381). Esos "perros que duermen", aunque en realidad no lo hagan y estén al acecho para mordisquear en los cadáveres de las trincheras o seguir hozando en las miserias humanas con tal de seguir sacando partido. Se alarga hasta el periodo de 1975-1983 en el que "hubo 573 muertes [...]. Esta transición modélica costó ríos de sangre [...] y todo dirigido por el Servicio de Documentación de Presidencia, los servicos secretos" (págs. 26-27). ¡Ay la Documentación y su importancia!, de la que tanto hablaba a mis alumnos de Biblioteconomía....! No hay maniqueísmos, buenos y malos, todos los personajes son presentados como humanos, demasiado humanos.

Contrariamente a lo que suele ser mi costumbre, apenas he tomado notas del libro. La manera de narrar de J. Madrid es tan sobria, tan falta de retórica ni de adjetivación colorista o juego metafórico, que lo plasmado se muestra con la verdad de lo que es, sin adornos. Los tiros van por otro sitio. Madrid quiere dejar patente que no todos se comportaron igual en aquella guerra fratricida, que hubo vencedores y vencidos casi eternos, porque tras la guerra no llegó la paz, sino la Victoria, que dijo F. Gómez en sus bicicletas y que, aunque hubiera desmanes en el lado republicano, la actitud revanchista de los golpistas siguió apaleando a aquella sociedad durante muchas décadas, tantas como las que el dictador sobrevivió. 
José Manuel Mora.



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