La librería, de Isabel Coixet

 Coraje
                                                                                                      
                                     Cuando leemos una historia, la habitamos  

Desde que leí el título de la nueva película de la Coixet sabía que tendría que ir a verla, dado el carácter de este blog: La librería. He seguido la carrera de la directora y he disfrutado en mayor o menor medida de sus historias, algunas de ellas comentadas en estas mismas páginas, y todas ellas personalísimas. Y aunque a veces escribe sus propios guiones, como aquí, también a veces parte de material previo que está en consonancia con aquello que le rae. Y es el caso de la cinta que comento, que parte de la novela de la británica Penelope Fitzgerald, con el mismo título, The Bookshop, de 1979, publicado por la editorial Impedimenta. Denominador común en la filmografía de la catalana es la presencia de personajes femeninos poderosos que aquí también se da. Como no conozco el original literario no sé si la trasposición será fidedigna o se adaptará a las preocupaciones de la directora. Parece que el final no se ajusta del todo a la novela.





















A finales de los años cincuenta una mujer todavía joven, viuda de guerra llega a un pueblecito británico (las localizaciones, de un romanticismo explícito, y la puesta en escena son extraordinarias) con ánimo de abrir una librería, lo que a su modo es una manera de seguir cerca del esposo muerto con el que compartió tareas relacionadas con los libros que hicieron a ambos muy felices. Sin embargo su intento se verá dificultado por las fuerzas vivas del lugar, que tienen otros planes para el edificio en el que ella piensa instalar su tienda. Su determinación es absoluta y va salvando todos los obstáculos que van apareciendo en su camino. Es hermoso ver cómo se van llenando las estanterías de los libros que ella va recibiendo, cómo se van extendiendo en su colonización de espacios hasta la calle, (costumbre de otras latitudes, a pesar de la lluvia), cómo los ordena, los limpia de polvo, los palpa, los huele..., acciones que no se pueden realizar con los libros electrónicos. No todos se oponen a su intento. Un anciano del lugar, tan solo como ella, acaba siendo alguien con quien establecer un diálogo literario primero, a través de R. Bradbury,  y luego personal. Y hasta aquí puedo leer.



La sensibilidad que despliega Coixet retratando el valor de esa mujer libre, a pesar de su soledad, es posible que tenga que ver con una identificación de la directora con su personaje, dada su clara actitud contraria a la independencia en Cataluña, lo que le ha valido críticas y hasta  insultos (bien es cierto que confiesa haber empezado a madurar el proyecto hace diez años, mucho antes de que la cosa se enconara como ha llegado a hacerlo). Como Florence, la protagonista, se habrá sentido diferente y habrá tenido que pelear contra quienes no piensan como ella. Y su determinación habrá sido igual de intensa que la de la librera para mantener su posición. El tono pausado con que filma, sus tomas lentas, los silencios, ayudan a la introspección de los personajes, todos ellos en estado de gracia en sus encarnaciones actorales.  Emily Mortimer, a quien ya había visto en otros filmes pero que no recordaba, está magnífica en su contención, que sólo acabará estallando al final. Su trato con la niña (increíble Honor Kneafsey, la que cuenta la historia, y a la que animará a leer sin imponérselo, sólo por contagio) es una auténtica delicia; y la réplica que recibe del veterano Bill Nighy  a base de unas miradas expresivísimas  está a su altura. ¡Qué británica y silenciosa la toma del té en la casa de este último!¡Qué emocionante la escena de amor en la playa solitaria!



La malvada y de exquisita educación, casi una Cruela de Vil, es Patricia Clarkson, a quien sí que recordaba en otros papeles. Sus perfectas maneras (manners before moral es un dicho que le cuadra a la perfección) esconden con dificultad su afán por controlarlo todo y ser ella el centro de todo. La ubicación de su mansión es una metáfora perfecta. La banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arend toma cuerpo en esta mujer, que hace la cosas por capricho, porque le apetecen en un momento determinado,  y se contrapone a la ética personal y profesional de Florence, con sus dudas a la hora de publicar o no la Lolita de Nabokov por si puede atentar contra la mentalidad pueblerina. Para ella la frase "entre libros nadie puede sentirse solo" es una realidad y ello hace que me haya identificado más todavía con la librera al compartir toda mi vida ese sentimiento, la posibilidad de vivir otras vidas, de experimentar aventuras sin cuento, de viajar a países lejanos, todo eso que los libros dan con sólo abrirlos, con más fuerza y más personalizados que los videojuegos, ya que es la propia imaginación la que los recrea. Una película redonda.

José Manuel Mora.

P.S. Ayer día tres de febrero consiguió el Goya a la mejor película, a la mejor dirección y al mejor guión adaptado. Me alegra coincidir.




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