El joven sin alma, de Vicente Molina Foix

 Literatura verité, o no...

No es que sea un seguidor compulsivo del escritor ilicitano, pero es cierto que he leído alguno de los libros anteriores que ha ido publicando. Seguí con gusto, hace ya tanto tiempo, La comunión de los atletas (1979) y bastante más tarde El abrecartas (2007). En las reseñas y comentarios que leí sobre el presente libro hubo ciertos elementos que me han inducido a comprarlo y leerlo. Y ha habido sorpresas. MOLINA FOIX, VICENTE. El joven sin alma. Novela romántica. Barcelona: Editorial Anagrama, 2017; 1ª ed. Octubre. Dejo el dato porque esta vez sí se trata de una auténtica novedad. Sé que otros compañeros míos, como Juan Martínez, están en ello también, claro que él también es de Elche. El subtítulo que propone el autor creo que es algo engañoso. Si quisiera ponerme pedante, diría que se trata más bien de un bildungsroman, aquí conocida como novela de aprendizaje. También me viene a la cabeza, a modo de definición, el título de una obra de Unamuno, Amor y pedagogía, puesto que a partir de la experiencia amorosa el jven aprenderá sobre los misterios del amor y de la vida. Veamos hasta qué punto y con qué peculiaridades.


Y lo primero que llama la atención es el recurso del escritor a aparecer como persosonaje de su propio libro (algo que parece ser ya una tendencia y que ya he visto en Cercas, en Coeetze, en Schrobsdorf, en  Luisgé Martín  o en Chirbes y otros tantos comentados aquí que no cito por no cansar), aunque no se trate propiamente de su doble, sino de un yo alejado de sí mismo, lo que le permite verse con distanciamiento y de forma desapasionada, aunque no por ello menos crítica: "Te veo [dice el autor] en la foto y te [al personaje] recuerdo" (pág. 12); sin embargo advierte: "No soy la policía secreta de tus fechorías" (pág. 321). Esto se convierte en un recurso retórico que hace al lector consciente de que lo que lee no son propiamente unas memorias, como reococe el propio Molina en alguna entrevista, puesto que muchas de las cartas que reproduce son creaciones suyas. "Volvías [tú] del colegio, así que me dirigí [yo]..." (pág. 40). Y resulta enormemente efectivo cuando, rizando el rizo, incluye a ambos: "algo que nos ha hecho reír" (pág. 46), al narrador y al protagonista, se entiende. Bien es cierto que la historia lleva al narrador a tener voz predominante como el auténtico protagonista que habla en primera persona, olvidado ya el tú, al que vuelve todavía en ese juego desconcertante y que parece gustar al escritor "Te compadezco, le envidio, te soporto" (pág. 320).


El narrador se remonta a su infancia alicantina, lo que para los que hemos vivido casi el mismo periodo de nuestra vida en esa ciudad y en esa misma época (Molina tiene una año más que yo tan solo) permite un montón de "magdalenas" evocadoras. "Mi padre me llevó a la librería Marimón" (pág. 60). Aunque hoy parezca increíble, esa librería tenía el monopolio de la venta de libros de texto para el único instituto de enseñanza media de la ciudad entonces (1958), el "Jorge Juan". Y allí se formaban colas interminables de padres y criaturas dispuestos a llevarse todo lo necesario para el principio de curso. Volvíamos luego a casa con los pliegos de papel azul con los que forrarlos con la ayuda de mi padre. "Ulloa Óptico", el  hotel Palas, donde dice que conoció a C. J. Cela,  los cines Rialto y Monumental, donde al parecer sufrió el acercamiento en la oscuridad de un oscuro señor, la Tabacalera o la avenida de Maisonnave, donde vivía, o el paseo de Gadea... Todos ellos con reminiscencias personales en mi propia biografía. A lo que se añade el uso de algunos alicantinismos que no ha podido evitar quien lleva tantos años viviendo fuera: "mañaco", por niño; o "leja", por estante. Hay en toda esta primera parte una exposición, creo que emocionada, de la relación con su madre; y con el padre, más distante, aunque cómplice, quien dado su cargo en la Diputación, le permite ir al cine gratis, incluso a las películas "gravemente peligrosas", siendo él un adolescente, lo que lo aficionará definitivamente al cine. Hay en todo ese periodo, como en casi todos los adolescentes, una formación del carácter, que lucha por afianzarse frente a lo que los demás esperan de uno, una educación sentimental. "El futuro, querido mío, eres tú, no lo que tus padres quieren que seas" (pág. 200). Mis padres querían que fuese arquitecto y acabé en Filosofía y Letras para su disgusto y mi gozo.


En 1965, tras una relación por correspondencia, llega a la Estación de Francia en Barcelona, donde lo esperan Pedro (Pere Gimferrer, entonces con su nombre en castellano) y Ramón (quien aún no era Terenci Moix), en cuya casa se quedará. Van al encuentro de Ana María, hermana de Ramón, quien le sopló al autor, ya entonces, cuando serían absolutamente desconocidos por estos lares, los nombres de Carson McCullers y el de Rosa Chacel; ella, la Moix, "que escribía versos en prosa, como yo, y a un cuarto personaje bastante mayor que todos nosotros, alto, espigado y de pelo ralo, que se llamaba Néstor Almendros" (pág. 145). A todos acabarán por añadirse Guillermo Carnero y más tarde Leopoldo Mª Panero. Juntos, aunque no todos y con otras incorporaciones, terminan publicando, bajo la batuta de Castellet la famosa antología poética que alteró las aguas de la poesía de entonces: Nueve novísimos poetas espñañoles (1970).  La foto que sigue es muy definitoria de cómo se era joven en aquella época: traje, corbata y raya al lado. Podría poner junto a ella una mía de esos años y no desmerecería en absoluto. Lo sorprendente es que con sólo 18 años Molina ya estuviera publicando críticas de películas en prestigiosas revistas cinematográficas del momento, como Film Ideal. Seguro que su estancia adolescente en París, donde pasaba las horas muertas en la Cinémathèque, ayudó a conformar una sólida formación cinéfila que en España hubiera sido imposible de adquirir, dada la omnipotente censura patria. 

Esa primera estancia en Barcelona provoca un auténtico amour fou en Ramón, de 23 años, por el jovencito e inexperto Vicente, de 18. No era sólo la diferencia de edad lo que los separaba. Tal vez el talante sentimental muy diferente en ambos "Con su despecho, con su reproche, con su inmenso amor enfrentado al mío parco" (pág. 188), el grado de aceptación de su homosexualidad, o las experiencias previas de cada uno fueron más poderosos que la afinidad fílmico-poética existente desde antes de conocerse e  hcieron que la relación fracasara después de un viaje por Andalucía que Vicente dejó a medio hacer para ir al festival de cine de Venecia como corresponsal de la revista en la que publicaba. Ramón no se lo perdonó. Esa frialdad a la que el autor alude como rasgo de su carácter de entonces es la que puede llevar hasta el título: "No me daba cuenta del dolor real que había a mi alrededor" (pág. 214). Y es esa frialdad también lo que podría contradecirse con el subtítulo de la novela. Parece que el escritor pone todo de su parte para evitar caer en el "romanticismo" que pudo haber en su relación. Sin embargo en su anterior título, El invitado amargo (2014), escrito a cuatro manos con Luis Cremades, su pareja de muchos años, expone sin ambages una relación que debió de ser, esta vez sí muy "romántica" por lo atormentada. Pienso por ello que hay un distanciameiento buscado en la actual, al que ayuda, como señalé al principio, el desdoblamiento narrador/personaje.


Vendrán luego los años de Madrid, los ensayos de militancia estudiantil y la represión policial subsiguiente con expulsión de la Facultad incluida, su amistad con Panero, que permaneció en el tiempo, su correspondencia con Ana María y Pere, las relaciones con una pintora extravagante con quien ejerce de gigoló... Todo eso ha conseguido interesarme menos. Hay momentos a pesar de todo en los que el autor es capaz de expresar sus sentimientos con toda la intensidad con la que debió de vivirlos, anuque no los supiera expresar o defender. "Todo hace suponer que yo le amaba, con un amor cuya novedad, cuyo inesperado descubrimiento en un camastro del Raval, pudieron ser el mayor acicate. O el motivo del extravío" (pág. 208). Me ha gustado especialmente la definición que hace de esos sentimientos en esa misma página: "Fue mi primer amor, mi país natal, y el primero es siempre el campo sin trillar de lo desconocido, lo incitante, lo temible". ¿Cómo no reconocerse en esas líneas? Hay un epílogo en el que se narra lo sucedido muchos años después, muertes incluidas, algo que suena un poco al Ubi sunt medieval. La cita de la página 319, completa, sería demasiado extensa para trascribirla aquí, pero resume bien la historia de aquella panda de exquisitos. Y un último juicio sobre sí mismo: "Respecto a ti, el joven de dudosa alma y el cándido deseo de servir de discípulo, poco más me queda por decir. Así fuiste y no lo eres ya" (pág. 320).  Retrato fingido / real ("novela documental", dice Molina, igaul que se habla de "cine documental", pero con la precisión de que muchos de los documentos que incluye como reales son apócrifos) de unos seres en un tiempo y un espacio que reconozco como tales. Molina vuelve sobre sí mismo, cosa que suelen hacer algunos autores para seguir escribiendo. Una excusa como otra cualquiera, como la que me lleva a mí a seguir pergeñando estas páginas de "memorias" con la excusa del blog.

José Manuel Mora. 



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