Biblioteca de Piazza Armerina

 Pueblecito siciliano.

Debe de ser casi una enfermedad: ¡ponerse a escribir el día de Navidad! ¡Qué estrambótico! Pero es verdad que ando ahora liberado de obligaciones varias, como las clases de español a extranjeros, o el canto coral y que ahora mismo lo tengo todo hecho. ¿A quién va a interesarle lo que pueda contar de una biblioteca en un pueblecito de Sicilia al que llegué de rebote? ¿Tal vez a algún friki que todavía atiende al nombre original de este blog? En realidad el objetivo había sido la visita de la villa romana del Casale. Nuestra subsiguiente llegada a Piazza Armerina fue como de paso, parada y fonda de una sola noche. Y en el paseo vespertino por una ciudad de apenas 20.000 habitantes, un cartel llamó mi atención: Biblioteca Comunale, lo cual no debería extrañarme. Sí lo hace el hecho de que junto al mismo cuelgue una banderola que anuncia una Mostra del Libro Antico. Ya sé que mi amiga Dolors Insa, bibliotecaria de Cocentaina, municipio alicantino con la mitad de habitantes, podría organizar algo semejante. A veces estos pueblos albergan auténticas joyas bibliográficas. Así que me adentro en el recinto.













 Y vuelve a soprenderme el hecho de que el acceso al edificio dé paso a un patio en forma de ele, con pilastras y arquerías cubiertas de ladrillos cocidos a la vista, sobria y cálida a la vez, muy lejano todo de lo que solían usar los Jesuítas, que fueron quienes levantaron el antiguo convento-colegio hacia 1600. Se entra desde este cortile a una sala donde se atiende a los usuarios con la última tecnología para acceder al catálogo informatizado. Nada extraño. que esto se haga en un recinto cuyas paredes se encuentran cubiertas de armarios llenos de libros, muchosincunables, otros manuscritos, empieza a resultar algo más curioso. Si al levantar la vista, vemos un techo decorado en estilo barroco con estucos blancos sobre un azul índigo que rodean una pintura al fresco, podemos considerar que la cosa empieza a ponerse interesante.






Y Lo es, al pasar a la sala propiamente expositiva. Aquí la intensidad de la luz en los muebles que albergan los libros es menor. Entra sin embargo por los balcones abiertos, apenas matizada por los pesados cortinones de terciopelo rojo. Unos focos dirigidos al techo lo muestran de estuco completamente blanco, como una caja de reliquias o una arqueta de joyas de familia: guirnaldas, figuras humanas, escudos nobiliarios, rodean una coronación de la Virgen asunta a los cielos. No es mucho lo que pueden albergar los expositores, pero seguro que encontraremos sorpresas inesperadas.


Y así nos encontramos con volúmenes en pergamino bellamente decorados en los márgenes, junto a otros que poseen cubiertas de cuero repujado con los cierres del frente saltados y con una fecha, 1492, nada menos. Están escritos en latín y en griego. Otros son ya plenamente renacentistas y muestran ejemplos de impresión a partir de grabados de anatomía de una precisión extraordinaria. Hay algunos cantorales, textos de botánica con ilustraciones fascinantes, un evangeliario con estampas que se dirían de Durero, una Pragmaticarun Sanctionum del Reino de Sicilia, un Vocabolario della Lingua Parlata in Piazza Armerina, que me hubiera gustado ojear/hojear... Todo un catálogo de rarezas de las que los jesuítas irían haciendo acopio y supieron conservar.
























































 




 

Al menos, con esta visita imprevista, se me quitó algo el disgusto que tenía por haberme perdido una de las más hermosas de Sicilia, la que se encuentra en Agrigento y que por ser domingo me encontré cerrada a cal y canto: la Bibliotheca Lucchesiana, de 1765. Habrá que volver. Parece que en algunos secores, el patrimonio se protege y se cuida. Dejo para otra entrada la de Catania, benedictina del XVIII.  

José Manuel Mora.






































 




































Comentarios