El cuento de la criada, de Margaret Atwood

Nolite te bastardes carborundorum

Hay veces que un libro, o una peli o, sobre todo, una serie se hacen virales, que decimos los modernos, debido a que se habla de ello en cualquier reunión de amigos, o en las pantallas de televisión y en las páginas de los periódicos. En el caso del que voy a hablar, he decidido leer primero y ver después. En principio porque ya hace tiempo que me rondaba la idea de conocer algo de la autora. Y tal vez con mayor motivo porque quería forjarme las imágenes que una novela desarrolla en la mente del lector, antes de que actores y director me obligaran a tener la que ellos me ofrecieran, que quedaría indeleble y condicionaría mi lectura posterior, privado ya de la libertad de imaginar. Así pues he empezado por el libro. ATWOOD, MARGARET. El cuento de la criada, Barcelona: Ed. Salamandra, 2017. Esta vez casi una novedad. Aunque tal vez no tanto, puesto que Bruguera la editó en 2008 y la autora la publicó en 1985, dato no menor, dada la perspectiva histórica desde la que se la lee ahora y la capacidad prospectiva que tuvo. Salamandra la ha recuperado hace unos meses, supongo que a rebufo de la serie, con un pequeño prólogo de Atwood, muy ilustrativo.


La escritora, nacida en Canadá en 1939, es una señora que sigue viajando sola, que siente una inacabable curiosidad por todo, cuando otros ya se han encerrado en sí mismos a esperar... Lleva escribiendo desde 1969, toda una vida; su último título, Hag-Seed, es de 2016. Ha sido traducida a cuarenta idiomas y ha ganado multitud de premios, entre los que se encuentra el Príncipe de Asturias de las Letras de 2008. Ha sido profesora en diversas universidades y activista incansable en diversos frentes y organizaciones, unas de carácter ecologista (se crió entre bosques sin ir a la escuela, debido al trabajo de investigación de su padre y donó el montante del Booker prize que ganó en 2000 a una organización medioambiental ), otros que tienen que ver con la libertad de expresión, el feminismo y los derechos humanos, desde Amnistía Internacional. Ha escrito no sólo novela, sino ensayo, literatura infantil,  poesía y crítica literaria. Completita, la señora. Todos estos datos no los aporto en plan pseudoerudito, sino para entender el talante de quien ha escrito el libro en cuestión.


Desde que T. Moro escribiera su Utopía (1516), se han sucedido los escritos sobre mundos imaginados, las más de las veces de carácter negativo, conocidos con el nombre de distopías. Creo que las únicas que he leído de este género ha sido 1984, (1949) de G. Orwell y Farenheit 451 (1953,) de R. Bradbury. Imaginar un mundo vigilado constantemente por un Big brother, o bien en el que los libros estuvieran prohibidos me resultaba muy inquietante. La autora, sin embargo, no gusta de calificar su libro como "distopía", sino más bien como "ficción especulativa". Que la especulación tuviera que ver con la posibilidad de un golpe de estado en los USA que hubiera sustituido la democracia liberal por una dictadura teocrática podía parecer en el año de su escritura, cercano a la ciencia ficción directamente. Es cierto que algo así había sucedido con anterioridad en Teherán, por ejemplo, pero en el país que se precia de tener un sistema de contrapesos para su gobernación que según ellos lo hace modélico, debía de resultar entonces inimaginable. Sin embargo luego llegó el 11-S y las distintas administraciones comenzaron a restringir las libertades de sus ciudadanos con la excusa de evitar nuevos atentados. Y así hasta que llegó Trump. El puritanismo de los navegantes del Myflower ha estado siempre latente en la sociedad estadounidense (que en todos los hoteles y moteles en los que he estado allá haya una Biblia en el cajón de la mesilla de noche me pareció siempre excesivo). Así que lo que Atwood imaginó tiene en parte su base empírica para una mujer que mira al país vecino desde la otredad canadiense, más liberal. "Cuando le dispararon al Presidente y ametrallaron al Congreso y el ejército declaró el estado de excepción, en ese momento culparon a los fanáticos islamistas" (pág. 243). Visiomaria, la doña.


Añade elementos que ya se están produciendo, aunque en los ochenta sólo se anunciaran o se presumiera que ocurrirían: la disminución de la natalidad, la contaminación del aire, una regresión a lo más conservador y rancio de la sociedad norteamericana, que acabó eclosionando con el famoso movimiento político del Tea Party. Cuando un grupo toma el poder y lo ejerce de forma totalitaria, siempre es en beneficio de unos pocos y a costa del sufrimiento de una mayoría, aquí, las mujeres, consideradas valiosas sólo en tanto que hembras fértiles y por ello capaces de engendrar. Estarán al servicio de los que detentan el poder como criadas, no podrán leer, ni disponer de dinero, ni autogestionarse ("en aquellos tiempos [antes de, claro] nosotras parecíamos capaces de elegir", pág. 53), y estarán a su disposición, a la de ellos, para ser fecundadas, como en el relato biíblico de Jacob, sus dos esposas y sus esclavas, que engendrarían para ellas, infértiles. Todo al pie de la letra bíblica: "una vuelta a los valores tradicionales" (pág. 29). El control de las mujeres y de sus descendientes se convierte en el mayor objetivo de quienes controlan esa sociedad, apoyándose en la religión para encubrir la tiranía, algo que ha venido sucediendo desde tiempos inmemoriales. Una de estas criadas es la que narra este "cuento", pero "si esto es un cuento, aunque solo sea en mi imaginación, tengo que contárselo a alguien" (pág. 72; habrá que volver sobre ello al final de esta recensión). Todas ellas han sido sometidas a un lavado de cerebro que exige que olviden su pasado y que aprendan a infravalorarse. Sus propias compañeras participarán de ese proceso con tal de no ser ellas las castigadas por las "Tías" (auténticas creyentes en unos casos, otras, directamente sádicas), caso de salirse de la fila: "El pensamiento tiene que estar racionado. Hay muchas cosas en las que es mejor no pensar" (pág. 30). A cambio recibirán "protección" y se someterán mensualmente a la "ceremonia" por la que su propietario copulará con ellas para engendrar para él y para su propia esposa. "El coronel tiene algo de lo que nosotras carecemos: tiene la palabra" (pág. 133); ¡Ah, la palabra, como signo de poder! Turbador, como poco. Y ya visto en parte en Un mundo feliz (1935), de A. Huxley. Otro visionario.
 

En medio de tanto sinsentido hay un grito de rebeldía, que curiosamente está escrito en latín, tal vez por una criada anterior que hubiera sido universitaria: nolite te bastardes carborundorum, que podría traducirse libremente como "no dejes que los cabrones te hagan polvo" y que no sé si por eso tiene tantas entradas en el buscador. La protagonista parece recibirlo como un mensaje anónimo de otra que ya ha sufrido lo mismo que ella y que la anima a no dejarse vencer: "quiero seguir viviendo como sea" (pág. 384), en un final que podría considerarse abierto, pero que viene a ser puesto en cuestión en el epílogo, cuando en el año 2195 un grupo de investigadores del pasado parecen haber encontrado el documento testimonial y se plantean "problemas de autentificación con relación a El cuento de la criada" (pág. 397). Queda a cada quién ver esta coda como algo irónico o desesperanzado directamente. Lo que resulta claro es que la prosa de la escritora es de una tersura y una sencillez envidiables: "El tiempo como un sonido blanco" (pág. 109) es una hermosa metáfora de la vaciedad de las vidas de estas mujeres. En otros casos la fuerza expresiva es mucho mayor y se consigue a base de acumulatio para lograr la intensio: "La carcajada hierve en mi garganta como si fuera lava [...] Tiemblo, me sacudo, sísmica, volcánica, a punto de estallar" (pág. 209). Y no quiero olvidar con el paso del tiempo esta hermosa descripción que cito, aunque sea larga: "Cae la noche. O ha caído. ¿Por qué la noche cae, en lugar de levantarse, como el amanecer? Porque si uno mira al este, hacia el ocaso, ve que la noche no cae sino que se levanta; la oscuridad se eleva al cielo, desde el horizonte, como un sol negro detrás de un manto de nubes. Como el humo de un incendio invisible, una línea de fuego justo por debajo del horizonte, una pincelada de fuego o una ciudad en llamas. Tal vez la noche cae porque es pesada, una gruesa cortina echada sobre los ojos. Un manto de lana. Me gustaría ver en la oscuridad mejor de lo que veo" (pág. 265).
No descarto volver sobre algún otro título de esta mujer. Y ahora sí, ya puedo ponerme a ver la serie.

José Manuel Mora.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Excelentes comentarios que sirven de prólogo a una obra maestra como son la mayoría de las novelas de ésta autora. Yo estoy leyendo el libro actualmente y pensé lo mismo que apuntas imaginar primero la situación y los personajes y a posteriori ver la serie en la que por cierto la autora aparece en un cameo.Como es una escritora única y me parece que tu artículo sobre la novela no podría mejorarlo, interesado estoy en compartirlo en mi Facebook...con tu permiso.