La herida, de John Trengove

 Heteropatriarcado

Es muy infrecuente que a nuestras pantallas, alicantinas y españolas, pienso, lleguen películas de Suráfrica. No sé si la filmografía del país será muy abundante y esa pueda ser una de las razones. A esta extrañeza se suma el que se trate de una opera prima de sorprendente madurez. Y para redondear el asunto de la rareza, que el tema que trata sea el de la homosexualidad en un país que, como en tantos otros africanos, es un asunto tabú, por lo que se niega su existencia y hasta se persigue y castiga con la muerte. La herida, (The Wound) es un filme de John Trengove, quien también ha escrito el guión. Tal vez en el atrevimiento del director-guionista tenga algo que ver el hecho de tratarse de una coproducción con Alemania, Holanda y Francia, países que pueden apostar por la normalización de "la diferencia" por su mayor tradición de tolerancia.


En medio de ninguna parte, aunque no lejos de Johannesburgo, la capital, un grupo de varones presididos por los ancianos de la tribu Xhosa, se disponen a iniciar a unos jóvenes en el mundo adulto a través de un rito iniciático que consiste en operarlos de fimosis en seco, sin anestesia y sin medidas profilácticas, tan sólo con una buena cuchilla, lo que tendrán que aguantar sin parpadear para poder decir luego: "soy un hombre". Permanecerán aislados el tiempo que tarde la herida en cicatrizar y bajo el cuidado de un adulto, un "cuidador", en unas endebles cabañas de ramas y plásticos, cubiertos de pintura blanca. Y en medio de un ritual en el que se invoca a los dioses para que proporcionen el sorgo necesario para alimentar a la comunidad, resulta que vemos zapatillas deportivas de diseño que lleva uno de los iniciados, de familia muy acomodada y al parecer algo blandengue de carácter, según su propio padre. También presume de tener un teléfono inteligente de última generación. El contraste que ofrece todo esto no deja de sorprender. El Neolítico junto a las nuevas tecnologías, el campo junto a la gran urbe, de donde proceden la mayor parte de los peligros, traídos por el hombre blanco, antaño colonizador. Pero estamos en una sociedad heteropatriarcal, donde todo está encaminado a la procreación (las mujeres sólo aparecen al final para recibir con cánticos a los "ya hombres"), por lo que una relación emocional o incluso directamente amorosa entre dos varones, que lógicamente no puede llevar aparejada la continuación de la estirpe, se ve por fuerza ridiculizada, criticada,  perseguida y probablemente castigada. Estarán obligados a vivrla en el oscurantismo y el ocultamiento, en un ambiente estéril de emociones, si no quieren quedar fuera de la comunidad.


El director ha optado por una realización seca, casi feísta, de movimientos bruscos con la cámara en mano, exenta casi por completo de folklorismo y color local, salvo las túnicas que visten los iniciados. No hay el lirismo que suele acompañar a las historias de amor, tal y como Hollywood las entiende, incluso las de amor homosexual (Brokeback Mountain, o bien la de hace una año aquí comentada,  Moonlight ). También la fotografía es adrede poco clara, como falta de luz. Los focos lumínicos son las hogueras en la noche o la escasa del amanecer o la atardecida. Y los parajes, salpicados de torres de alta tensión, aparecen denudos e inhóspitos, salvo una hermosa cascada donde se dan un baño liminar. No hay libertad para estos personajes masculinos (no quiero pensar el sometimiento a los ritos de la femineidad y sus limitaciones para las mujeres), y el único lugar donde se podría vivir esa sexualidad diferente sería en la gran ciudad, alejada de las constricciones de la tradición, pero alienante por otros motivos. No parece haber salida ni para unos ni para otros, al estilo de los filmes neorrealistas italianos de los cincuenta.


Los actores, para nosotros absolutamente deconocidos,  Nakhane Touré, Bongile Mansai y Niza Jay, parecen sacados de una selección de gente del campo. No hay casi expresividad en esos rostros tallados por la soledad, el dolor y la autorrepresión, la peor de todas las represiones. A pesar de la economía de medios expresivos de la que hacen gala, son a su vez de una fuerza gestual tremendamente efectiva. La película es dura y no hace concesiones, pudiendo llegar a ser tremendista en algún momento. Con todo merece la pena su visionado, si uno quiere hacerse una idea de cómo se vivien situaciones que en otros lugares del mundo empiezan a ser cotidianamente aceptadas.

José Manuel Mora.



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