Sicilia... Y IV

Palermo

(Pido disculpas de entrada por los cambios en la tipografía. No soy responsable. El ordenador va por libre)

Lo que queda del viaje lo vamos a dedicar a la capital siciliana, de la que ya tuvimos un breve aperitivo a la llegada y que nos supo bien, pero que se nos quedó corto. El B & B "Federico II" esta vez lo hemos elegido cerca de la catedral, zona que lógicamente es de las  más antiguas de la ciudad y también de las más destartaladas. Sin embargo tenemos la suerte de un aparcamiento que no es de pagamento. Hasta que no devolvamos el coche no estaré del todo tranquilo. Con el paso de los días veremos que el barrio tiene sus encantos. Se trata de calles estrechas, sin aceras, como ya nos parece usual, de grandes losas lisas y brillantes por pavimento y enormes cortinones rayados de verde, marillo y blanco en los balcones para proteger de la luz los interiores. Una vez instalados, todavía con sol, salimos a dar una vuelta y las torres de la catedral, la del campanile exento y la que corresponde al edificio principal, unidas por un arco fajón de estilo normando, están teñidas de un dorado que se va haciendo más intenso y suave a la vez en las piedras que se levantan al cielo. La portalada principal, orientada al sur, está construida en dos planos de arcos trenzados con aire de Gótico catalán. La magnificencia exterior contrasta enormemente con la frialdad de su interior. De hecho, lo único que nos llama la atención una vez dentro son dos pilas de agua bendita en mármol de toque renacentista. Así que salimos para rodear el edificio y admirar los ábsides de ladrillo visto, que conforman un ajedrezado que tiene mucho que ver con la decoración moruna del sur de España o  las iglesias mudéjares de Segovia y Valladolid.

 



 



















El reloj parece que ha dejado de importarnos y vamos paseando al mismo tiempo que la luz se va extinguiendo de forma inapreciable pero continuada. A base de caminar nos vamos familiarizando con el plano de la urbe. Acabaremos, como nos sucede siempre, por salir sin el planito de marras, completamente orientados. Y así encontramos el Tearo Massimo, del que hablaré más adelante, el Politeama, neorrenacentista, de planta circular, con un aire al Royal Albert Hall, y ya de noche completa el edificio de correos de aire claramente fascista por su grandilocuencia. Sin embargo, al estar la calle sin gente y con una iluminación de lo más teatral, he de reconocer que resulta imponente. Tras la cena en la Vittorio Emanuele y de regreso a casa, de repente se escucha una fanfarria que se acerca: va encabezada por gente que toca bandurrias, panderetas, flautas, acompañada de un cortejo de palmeros que llevan el ritmo un poco all'improvvisso. No llegamos a saber qué se celebra ni hacia dónde se dirige el pasacalle, pero tenemos la sensación de que este tipo de cosas no sucederían en los países nórdicos. 




 





















Al día siguiente tenemos programada la visita al Palazzo dei Normanni. No lo recordaba tan grande. Sí estoy seguro que el interior no lo vimos porque tal vez lo estaban restaurando. Sé, por amigos que vienieron el año pasado, que ahora luce en todo su esplendor. Al palacio propiamente dicho se accede por un patio con arquerías de dos alturas y una escalera regia. En la primera planta se encuentra la Capilla Palatina, refulgente de dorados provenientes de los mosaicos que cubren sus paredes, al estilo de los que vimos en Ravenna o en Cefalú, de estilo bien bizantino en cuanto a imágenes, pero de dibujos geométricos en mármol o de artesonados de maderas labradas en mocárabes como los de Granada con ventanas de celosías incluidas, riquísimos en policromía, en un conjunto global sículo-normando, que es como lo llama la guía y que habría que traducir por estilo románico en su vertiente siciliano-normanda del siglo XII. Es cierto que hay muchísimo turista, pero también lo es que, gracias a las nuevas tecnologías inalámbricas, las explicaciones de los guías se realizan en voz baja. De otro modo sería un guirigay espantoso. Con todo, lo es por el afán que tenemos todos por disparar fotos con cámaras sofisticadas o teléfonos móviles.




















































En la planta superior del palacio se encuentra la sede de la actual Asamblea Regional Siciliana y lo que se considera la sala privada, los antiguos apartamentos reales bellísimamente decorados. Vuelven los mosaicos, pero esta vez con motivos mayoritariamente vagetales o animales, pero también con delicadísimas escenas bíblicas que acaban mostrando usos y costumbres de la época, dada la atemporalidad del trato de lo sagrado. Hay aquí algunas estancias a las que no se puede entrar, lo que exige verlas desde el quicio de la puerta. No sabemos la razón. 

 














A la salida la Porta Nuova brilla con el sol del medio día, con sus atlantes terribles y con el techo de tejas vidriadas coronado por el águila bicéfala, testigo mudo del paso de los españoles por esta isla.  Muy cerquita del Palazzo, se encuentra S. Giovanni degli Eremiti. Se trata de una pequeña joya que parece que, estando apartada del mundo, se hubiera quedado detenida en el tiempo. No hay turistas. ¿Tal vez porque no hay brillantes mosaicos? Tan solo una construcción de estilo Románico, de una sobriedad franciscana, con piedra viva vista y falsas cúpulas sobre pechinas. En su momento la original fue trasformada en mezquita, lo que tal vez explique la torre exenta, como un minarete, que se mantuvo como campanario en la ampliación del s. XII. En el exterior duerme  lo que queda de un claustro de columnas geminadas que rodean un jardíncillo casi salvaje en torno a un aljibe moruno, con más encanto al estar vacío. En las paredes interiores queda algún resto de pinturas muy deterioradas pero conmovedoras. La guía dice que fue restaurada a finales del XIX, pero nos dejamos llevar por la magia del lugar y del momento.

 
 























Ya de atardecida, paseando por calles que cada vez nos resultan más familiares, descubrimos a causa de su cúpula cubierta de mayólica  junto al cruce donde se encuentran los famosos Quattro canti, la iglesia barroca de S. Giuseppe dei Teatini, con una fachada de una sencillez que esconde un interior de ambiente casi mágico con sus elevadas columnas de mármol gris que separan las tres naves. Los altares laterales, los detalles en forma de pila de agua bendita, los órganos en chaflán, todo produce un efecto de lo más teatral. No hay misa y el templo está vacío, lo que aumenta el aire de lugar de representación. Las composiciones en mármol de colores conforman un rompecabezas de dificilísimo encaje, caso de que se descompusieran. Es cierto que quien no guste del barroquismo de formas podrá sentirse abrumado por la profusión de tonos y composiciones, pero hay que reconocer la maestría artesana de sus factores. 

 























La Piazza della Vergogna, en realidad se llama Piazza Pretoria, está casi enfrente y, a la salida de la iglesia, admiramos las figuras semi desnudas que tanto escándalo causaron cuando la fuente fue situada casi en el centro de la ciudad, aunque su destino originario iba a ser Florencia. Con forma circular, cuando se asciende por los cuatro puntos de acceso con escalinatas, se llega a un segundo nivel concéntrico en el que, flanqueada por cuatro manantiales con formas de ríos antropomórficos, la taza se ve coronada por un eje escultórico de cuatro niveles. En la base de la misma, rodeándola en pequeñas hornacinas, se ven cabezas de animales que dejan manar el agua a través de sus bocas. Hoy puede parecer inocente el conjunto escultórico, y es cierto que la fuente se ha convertido en uno de los lugares que uno no puede dejar de ver en Palermo.  Los edificios que la rodean: el Consistorio, la iglesia de Sta. Caterina y un par de palacios más conforman el perfecto envoltorio para esta magnífica tarta de bodas a la que vienen a fotograiarse muchas parejas de recién casados. 

 


 




















La iluminación de los edificios de la piazza Bellini da a veces a sus volúmenes una presencia casi fantasmagórica. Volveremos de día porque las iglesias son de las que hay que visitar por fuerza. El paseo por la via Maqueda, perpendicular a la Vittorio Emanuele, y que definitivamente hemos clasificado como el tontódromo de la capital, nos resulta sumamente agradable. Una terraza, un helado o una infusión, una charla con un matrimonio autraliano (¡!) con niña y patinete,  hacen todo más humano. La gente transita sin prisa en esta noche de viernes y el aire es todavía cálido a nuestro alrededor. Sin darnos cuenta estamos de nuevo en la Piazza Verdi. Es evidente que nos hemos hecho ya con la ciudad. No nos  hace falta ya la mappa. Y el regreso a nuestro barrio, a zonas más tranquilas y vacías de gente, lo hacemos sin temor alguno, muy lejos ya Palermo de aquel lugar misterioso e inquietante que no nos atrevíamos a descubrir en nuestro primer viaje.

 



 



















El sábado se nos presenta con un objetivo claro: el mosnasterio de Monreale. Sabemos que junto al Palazzo hay un autobús, el 389, que nos llevará hasta allí (13 k.) por 7€ ida y vuelta a persona pero, mientras esperamos, los taxistas se nos disputan augurando caravanas interminables y un viaje eterno. No hacemos caso y nos dedicamos a hablar con un matrimonio del Lazio y su hijo, enamorados de España y con conocimiento de la situación catalana, que les resulta preocupante. Desde el autobús y tras un recorrido ciudadano sin gracia alguna, la carretera empieza a levantarse y comenzamos a tener una panorámica de la conocida como Conca d'Oro. El bus nos deja fuera del casco urbano propiamente dicho y hay que subir un repecho pronunciado hasta llegar a la plaza del monasterio, cuya presencia es claramente defensiva con sus dos torres asimétricas al frente. En realidad es un conjunto de abadía benedictina del s. XII, y de un palacio real. Ambos parecen querer competir con el de la capital en la suntuosidad de su interior profusamente decorado con mosaicos, que son una especie de libro de Historia Sagrada  para fieles iletrados, iluminado con escenas profanas y sacras y con un pantocrátor coronando el ábside, que es impresionante por su tamaño y su majestad.  No sabe uno en realidad hacia dónde dirigir la mirada, si hacia los artesonados de madera policromada del techo, con ecos andalusíes, a los suelos de mármol jaspeado, o a las paredes cubiertas por completo de las teselas que conforman escenas de una ingenuidad que emociona. El gentío es enorme, ya que la entrada es gratuita y hay que hacer un esfuerzo para abstraerse y poder disfrutarlo.

 

 





















La entrada a la capella del crocifisso, barroquísima con sus cuatro profetas bellamante esculpidos (el crucificjo propiamente dicho está en restauración y se halla cubierto por una lona que lo representa) da derecho a subir al mirador desde el que se divisa ahora sí en toda su belleza, la Conca d'Oro,  y el claustro en una visión de conjunto, casi aérea, además de poder ver de cerca el exterior de los ábsides de claros ecos mozárabes. Al bajar, y para visitar el claustro, hay que pagar otros 6€, lo que hace que todo esté más remansado. Los visitantes son menos y se puede dar un paseo con espíritu cuasi benedictino. Arcos de medio punto románicos, columnas geminadas de fustes decorados con diseños diferentes de teselas y pan de oro, capitales de bellísimas escenas esculpidas con mano maestra. Para bajar a la ciudad atravesamos la  piazza del Tritone, así llamada por su fuente delante del monasterio, y el pulmino ya no hace paradas; en un cuarto de hora estamos en casa. Desde la habitación se escuchan conversaciones de sobremesa sabatina, a gritos distendidos, como en Andalucía en verano.



























































Hay un autobusito turístico que recorre los lugares más visitados y que es gratuito. Lógicamente va siempre lleno, pero a cambio de las apreturas, permite dirigirse a un sitio determinado para desde él iniciar el recorrido. Lo utilizamos muchas veces, como esa tarde para llegarnos a visitar el Teatro Massimo. Se trata del tercer teatro operístico más grande de Europa y el primero de Italia, con 3.500 localidades. Decidimos realizar la visita guiada (30 mi. por 6€), aunque sin llegar a subir a la cúpula. El grupo no es muy numeroso y la guía sabe de lo que habla y lo hace en italiano e inglés. Tras el vestíbulo, de maderas nobles, estucados, techos pintados  y lámparas venecianas, pasamos al patio de butacas en madera de cereezo y de sonoridad impecable, según dicen. El techo sobre nosotros está magníficamente decorado y deja claro que la burgusía palermitana de entonces podía permitirse esos lujos, como quedó claro en el Gatopardo. Una orquesta de 60 profesores está ensayando en ese momento. Puedo imaginar lo emocionante que será ver aquí una representación. Como buen teatro finisecular tiene su foyer con una acústica especial que embarulla los sonidos para evitar indiscreciones y unas pinturas tardopompeyanas deliciosas.



































A la salida la plaza Verdi bulle de vida: terrazas abarrotadas de gente que disfruta de los magníficos helados o de un buen cappuccino, juvenalia en patines, liándose petas, ligando, o disfrutando del espectáculo gratuito de ver recién casados con sus mejores galas que han elegido para inmortalizarse la escalinata más famosa, desde que se rodó en ella la penúltima escena de Il Padrino, la que cierra la trilogía. La verdad es que resulta impresionante con los leones laterales y las seis columnas sujetando el frontón triangular. Coppola tuvo buen ojo para culminar su tragedia. Con luz todavía descendemos hacia los Quattro Canti con intención de fotografiarlos por fin y de entrar en la Chiesa di Santa Caterina. Su barroquismo la acerca al Rococó. Me llama la atención la cantoria dorada desde la que seguramente las monjas de clausura cantaban los oficios correspondientes. En todas estas iglesias es necesario pagar para entrar, puesto que ya no están abiertas al culto. Lamentablemente no hemos prestado suficiente atención a las indicaciones de la guía y nos dejamos sin visitar la Chiesa del Gesù, que según las fotos vistas después, debe de ser una auténtica locura.





 





















Frente a ella se sitúa la plaza a la que dan la Martorana a la izquierda, y S. Cataldo a la derecha con sus cúpulitas morunas, que dejamos para visitar con buena luz. A la hora de la cena lo hacemos en un tuguriete felliniano donde canta acompañándose de una guitarra un señor mayor (de mi edad, quiero decir), que parece sacado de Amarcord. No lo hace mal, pero está claro que forma parte de los que tienen que hacer lo que sea para sobrevivir. No pasa la gorra. Suponemos que el propio figón es el que lo ha contratado para dar "color local". Junto a nuestra mesa, otra con nueve personas de variada edad, australianos extrovertidos y ruidosos que se las ingenian para pedir lo que de verdad desean comer. Nuestro habitual paseo nocturno hacia lo que ya consideramos nuestra casa, se ve iluminado por las luces de adorno de una fiesta que todavía no sabemos cuál es, aunque en la parte alta de los arcos se lee Nostra Signora della Mercede.. 


El domingo, tras la lluvia tormentosa del amanecer, bajamos a la Kalsa, nuestro primer barrio de residencia en Palermo. Lo que entonces nos era ajeno, ahora nos resulta familiar: la sede del Instituto Cervantes, el Palazzo Galetti, neogótico del XIX, el Palazzo Chiaramonte (s. XIV), ambos en la Piazza Marina... El Museo Regional está situado en un palacio de un Gótico catalán sobrio, sereno y bello. Su interior posee un aire de otra época, lejos de las multitudes turísticas, como de un tiempo detenido en escalinatas y arquerías. Según los prospectos que invitan a visitarlo, debe de contener unas piezas singulares, pero no demasiadas ni de la importancia del que hemos decidido ver. Así que gozamos del momento y seguimos el paseo.                                                                                                   
 

























 Hay que elgir y optamos por ir a ver el importante, el Museo Archeologico. La entrada es gratuita ya que lo están remodelando y no se visita al completo. La planta baja se estructura en torno a un patio hipóstilo con una fuente en medio y un segundo patio, igualmente cuadrangular,  con columnas, plantas, macetas, fustes tumbados en el césped. Las salas de exposición se sitúan alrededor de ambos: metopas magníficas, piezas de cerámica bellísimas aunque diminutas, esculturas en diversos grados de conservación, sepulcros de mármol labrados con delicadeza. Todo ello se cierra con un torso en piedra viva, sin cabeza y un carnero en bronce curiosísimo, casi hiperrealista.La vista se lleva toda la mañana. Lo vale.                                                                

























 
















 La siesta se ve interrumpida por estampidos de cohetes y música. No suena demasiado lejos de casa, aí que me dispongo a curiosear. Como los niños que seguían al flautista, me voy orientando en este barrio de callejuelas en cuesta, Lo Capo, de solares inmundos, de caserones desvencijados, lejos de lo que los turistas suelen vistar. Sin embargo pronto descubro que no soy el único. Cada vez más gente endomingada, con criaturas, a buen paso se dirigen hacia donde se siguen oyendo cohetes y fanfarria. La multitud, porque en la calleja estrecha en la que vamos entrando el gentío se ha convertido en multitud, pretende llegar a una iglesia que queda a la derecha y a la que se accede por unas escaleras hasta la placeta que antecede a la entrada. Todo está engalanado y la gente se encarama donde puede, a los balcones, en las barandillas, se apretuja emocionada esperando que salga la imagen de la Virgen de las Mercedes. Hay muchos jóvenes que llevan un chaleco azul celeste bordado, lo que indica que son de la cofradía. Gritan vivas a la Virgen, redoblan las campanas, suena la música, aplauden. Emocionante hasta para un agnóstico Y la imagen aparece en andas, sobre los hombros de los costaleros. Un mocetón va subido en el pedestal y se encarga de acercar a las criaturas que le ofrecen hasta la altura del escapulario. Hay auténtico fervor popular, como en el Rocío o en el paseo de la Xeperudeta en Valencia. Todos parecen vivirlo intensísimamente. El paso de la Virgen sube de espaldas a la multutid hasta lo alto de la calle, desde donde volverá a descender tras haber bendecido a todos los que lo han solicitado. Lástima no conocer a nadie para vivirlo desde dentro de cualquier familia. Los jóvenes participan activamente y se nota que se han puesto sus mejores galas.Es todo un barrio en fiestas y es gozoso estar en medio de la gente que disfruta.



 

Al anochecer el barrio queda "alumbrao" y no da reparo perderse por calles por las que no habíamos pasado nunca. Hay suciedad a veces, dejadez siempre. No se qué hará por aquí el Municipio. Descendemos de nuevo hasta la Vucciuria y cenamos en la Piazza di S. Domenico iluminada. Un muchacho en bicicleta con altavoces acoplados se para delante de los veladores y acaban saliendo a bailar algunos de los comensales.Todo muy mediterráneo.



                                                                                                                         
 Y hay que prepararse para nuestro último día en Palermo, dispuestos a terminar de ver lo que nos queda pendiente. Pero esta vez ya queremos hacerlo sin prisas, disfrutando del paseo. No todo es Barroco, además. Descubrimos junto al mercado del barrio la Chiesa di Sto. Agostino, de un elegante y sobrio Gótico con un claustro donde no hay ni un solo turista. Bueno, sí, nosotros. Aunque nuestro objetivo es visitar la Chiesa di Santa María dell'Ammiraglio, la Martorana, de actual rito ortodoxo y cuyo interior normando fue modificado y se le añadió la fachada barroca  Aunque il campanile nos llama la atención por lo esbelto y por sus ventanas geminadas del s. XII, es el interior, con la decoración de mosaicos bizantinos de sus capillas, previa a la Capella Palatina, lo que nos vuelve a sorprender, con los suelos jaspeados, sobre todo por el contraste que forma con el altar mayor, de un Barroco desaforado.. mármoles de colores, putti, guirnaldas, una reja dorada de la cantoria que tamiza la luz que penetra a media mañana y todo el techo pintado al fresco.
 
 
Es S. Cataldo sin embargo la que nos proporciona la sorpresa definitiva: de un desnudo Románico árabo-normando, con paredes en piedra viva, muy característico de los Templarios, que fueron los que la edificaron, de planta cuadrada y con las cupulitas que ya hemos visto en Gli Eremiti, convertidas casi en un icono de la ciudad, las ventanas con celosías dejan pasar luz suficiente para que se respire un ambiente de recogimiento, aumentado por el hecho de que casi no hay nadie.Vale la pena sentarse y respirar el aire suspendido entre las columnas de bellos capiteles. Un lujo.


























Nos quedan dos oratorios famosísimos por visitar, el de S. Domenico, que guarda sobre el altar mayor un bellísimo lienzo de  Van Dyck. enmarcado entre dos damas que parecen sacadas de cualquier palacete francés, y las celosías en madera dorada de los laterales, decorado todo con profusión de putti y de cuadros que ocupan todas las paredes laterales y esculturas alegóricas femeninas que parecen señoras de armas tomar, algunas con armas en la mano, o simplemente con un dedo alzado. No hay bancos para arrodillarse, tan sólo un asiento corredizo pegado a la pared en el que naturalmente no puede uno sentarse. ¿Invitación a permanecer poco tiempo? 

 



 




















Muy cerca, el Oratorio del Rosario di Sta. Cita, al que se accede a través de un patio ajardinado tremendamente decadente y con interior estucado que roza el Rococó, obras ambas de un tal Serpotta, introductor de dicho estilo en el XVIII y  que, de tanto oírlo, comienza a sernos familiar. Hay una representación de la batalla de Lepanto que nos sorprende por lo minuciosa; bajo ella dos muchachos que parecen lazarillos dieciochescos que no tienen aire de estar muy contentos de tanta guerra. En las paredes se suceden las hornacinas con las distintas estaciones de la Pasión y toda una colección de putti en las más diversas posiciones, a cual más gracioso. El suelo presenta una decoración geométrica a base de mármoles cruzados. Hay en el conjunto como una especie de orror vacui. Y a fe que Serpotta lo llena con creces, pero todo en el gris blanquecino típico del estucado, lo que produce una mayor sensación de extrañamiento.


 

 

















Sin querer vamos luego a parar a la zona del puerto, donde se yergue un monumento monolítico en acero cortén en memoria de los  muertos a manos de la mafia  y un poco más allá, en la fachada lateral de un edificio de varias alturas se ve el retrato de Borsellino  y Falcone, asesinados por ejercer su tarea de jueces con una probidad que no pudieron tolerar. Hay una leyenda casi al pie del monumento para que sea bien vista: "Ai cadutti nella lotta contro la mafia". Sin ellos y gente como ellos no habríamos encontrado seguramente tan cambiada esta ciudad y esta sociedad, tan retrasada aún en los ochenta y que ha vivido una transformación enorme, aunque aún le quede mucho por hacer. Junto al monumento se levanta una curiosa edificación del s.XVI que no podemos vistar por estar cerrada: la Chiesa di San Giorgio dei Genovesi de un manierismo elegante.Al ser exenta se la puede admirar en todo su contorno. Nos quedamos con las ganas.


 























Y muy cerca vemos una iglesia que ya nos llamó la atención la primera noche, tal vez por su iluminación, sin saber que se trataba de Santa Maria della Catena, así llamada por la cadena de piedra que, a modo de cenefa, la recorre por completo en la parte alta. Aunque su exterior es renacentista, al entrar descubrimos que se inició antes y su interior es de un Gótico catalán elegante y austero, con arcos ojivales y otros rebajados en una combinación sugerente. Al ser la hora de la siesta no hay nadie y el disfrute es mayor. La luz es perfecta y se cuela por los ventanales inundando suavemente de dorado arcos y muros. Todo sigue vacío y quieto.
  

















La capolinea del pulmino se encuentra muy cerca, en la conocida como Porta Felice, una de las entradas antiguas a la ciudad desde el mar, justo donde comenzamos nuestro periplo a la llegada hace ya tres semanas. El viaje se está cerrando de forma circular.
 

La gente amontonada en el interior del autobusito habla a voces y mezclando el italiano florentino y el siciliano más desgarrado, sobre todo las señoras mayores. Ello nos permite volver a casa en un verbo para preparar las maletas, ya que el vuelo es al día siguiente. Y aún nos quedan fuerzas de salir a esta ciudad adictiva para un último helado nocturno en via Maqueda. El regreso demorado, por calles solitarias de lunes hasta llegar a la catedral nos depara un adiós iluminado y lírico, como el que damos a la mañana siguiente a nuestro barrio. Un viaje redondo.

 

















José Manuel Mora.

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