120 pulsaciones por minuto, de Robin Campillo

Combate necesario

Es normal que en este blog aparezcan con más frecuencia los comentarios de una película, que los de un libro. Cuestión de tiempo. Hasta primeros de febrero no terminaré las cuatrocientas y pico de páginas de la novela que tengo entre manos. Ver una peli exige tan sólo hora y media. Y esta semana se han estrenado dos que no me quiero perder. Comento primero la que primero puede desaparecer de las carteleras alicantinas. 120 pulsaciones por minuto, del francés de origen marroquí Robin Campillo (no entiendo lo de su apellido habiendo nacido en Marruecos en 1962), quien ejerce de guionista y director. De él vi Eastern Boys (de 2013; se puede visionar en Youtube, lo recomiendo), que trataba sobre la prostitución de los jóvenes que llegan indocumentados y sin trabajo ni alojamiento a París desde Rusia, Ukrania, Rumania, Chechenia..., con una crudeza y una mirada valiente sobre el asunto y que ganó el Festival de Venecia. Con ésta ha ganado el Gran Premio del Jurado de Cannes, 2017. Parece que ha arrasado en su exhibición en el país vecino.


He leído unas declaraciones del director y se muestra en ellas tan combativo como paraece que lo era en su juventud. Recuerdo los primeros años de la enfermedad: llegaba como un eco lejano desde EE.UU. y se la conocía como el "cáncer rosa". Nos parecía algo exótico, fruto del sensacionalismo de la prensa. Hasta que en 1985 Rock Hudson tuvo la valentía de dar la cara y el mundo empezó a ser consciente de que no era sólo un problema de homosexuales, al que luego se añadirían drogadictos, prostitutas, inmigrantes... La conciencia plena llegó con la noticia de los primeros españoles que se convertían en seropositivos: un amigo de Barcelona, una compañera de instituto...Las balas silbaban cada vez más cerca y el miedo se volvía corpóreo. No hacía falta promiscuidad, una relación sin protección era suficiente para infectarse. Y tras la enfermedad, todavía mal conocida, el rechazo social, la discriminación de las personas seropositivas. Tuvo que pasar mucho tiempo todavía hasta que se conocieron los cauces de infección y las maneras de atajar el contagio. Luego llegarían los primeros tratamientos, el famoso AZT, con todos sus efectos secundarios. Y la película Philadelphia (1993) con todo el glamur decadente jolivudiense. Pero eso fue posterior a los momentos que retrata la que aquí comento.


El ambiente que retrata perfectamente el filme en esas asambleas tan ordenadas, con turnos de palabra y respeto por la opinión de los demás a través de la discusión o del chasquear de los dedos como muestra de aprobación, lo viví en Burdeos, en asambleas estudiantiles y en grupos de reflexión. Nada que ver con las reuniones de Facultad a las que había asistido en Valencia o Salamanca en los coletazos del franquismo. Son los últimos años de la década de los 80, bajo el periodo de Mitterand. La sociedad francesa no se veía concernida por un problema que parecía afectar sólo a unos cuantos degenerados, que morían a miles por otra parte, mientras se prohibía dar información en los institutos o las compañías farmacéuticas se negaban a dar datos de pruebas realizadas con nuevos fármacos.  En ese ambiente, se crea la asociación Act Up, con el mismo nombre que la que funcionaba en U.S.A. Son discutidores, combativos, activos, buscan una presencia mediática que la prensa parece negarles, aunque la represión policial sí parecen conseguirla. Igual deciden un asalto a una farmacéutica, que se manifiestan por las calles de París, o promueven acciones para el día del Orgullo Gay, que han de ser festivas y reivindicativas.


Y en medio de toda esta perfecta contextualización, personas concretas, cada uno con su problemática a cuestas: los hay enfermos, o que han dado positivo en la analítica aunque no han desarrollado la enfermedad, o también los que se unen a la causa sin estar infectados. Lo terrible es ver enfermar y morir a personajes a los que hemos visto vitales y peleones. Emociona la solidaridad entre ellos y dentro de la pareja protagonista. El director opta por una narración no siempre lineal, con una banda sonora adecuadísima y con una planificación muy medida, que igual recurre a los planos generales asamblearios, que a los primeros planos para no dejar escapar ni siquiera una lágrima; va de lo general a lo paricular. La peli va evolucionando hacia lo oscuro, hacia el drama puro y duro hasta el final terrible, sin necesidad de ser sensacionalista ni melodramática. Sentimientos en carne viva. La aportación actoral para conseguir emocionar corre a cargo de actores que me son del todo desconocidos: Nahuel Pérez Biscayart, argentino, y Arnaud Valois  quienes forman un támdem cómplice y solidario, conmovedor. 


Ahora que en muchos casos el virus se ha vuelto indetectable y los pacientes parecen estar consiguiendo una aceptable calidad de vida, la peli se me antoja más necesaria que nunca, dado que entre adolescentes y los que ya no lo son tanto, parece ir abriéndose paso la idea de que la protección ya no es necesaria. Y sin embargo el número de contagiados sigue aumentando. Casi debería ser de obligada visualización en los institutos, aunque ahora que hicieron desaparecer la Educación para la Ciudadanía no sé cómo se podría incluir. Una vez mas tendrían que ser los tutores los que continúen con la labor formativa en valores, tan necesaria a esas edades. La cinta daría lugar con toda seguridad a forums apasionantes. Parece que la han seleccionado para los oscars como representante francesa. Lo merece.
José Manuel Mora.









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