Del color de la leche, de Nell Leyshon

 De la importancia de la lectoescritura

No es nada programado. Deben de ser rachas. Los últimos tres libros aquí consignados tienen por autor a una mujer. Si los dos anteriores fueron fruto de la casualidad, al rebuscar en mis estanterías con ánimo de llevar a cabo un expurgo, necesario ante la falta de espacio para nuevas adquisiciones, el que voy a comentar ahora se debe a la insistencia de mi librero de cabecera, Fernando Linde. Casi me obligó a comprar un título que no había oído mencionar, y mira que repaso las páginas de novedades editoriales. Tampoco de su autora tenía noticia. LEYSHON, NELL. Del color de la leche. Madrid-México: Editorial SexTopiso, 2017 (aunque la fecha de escritura sea 2012 y aquí se publicara por primera vez en 2013), en su 12ª edición, prologada por Valeria Luiselli y traducida por Mariano Peyrou (que no sé por qué tiene problemas para traducir los "aquí/ahí/ allí"). Una vez más ando lejos de lo novedoso, pero de la misma forma en que Fernando me lo ha descubierto a mí, tal vez estas líneas animen a otros en su descubrimiento. Además, la editorial presenta un objeto cuidado, con una cubierta de un pintor nórdico que me encanta, Hammershøi, unas hojas de respeto en un color escarlata de lo más atractivo y unas páginas en tono hueso de tacto agradable. ¿Quién se resiste?



En otras ocasiones las referencias biográficas no son demasiado necesarias en caso de que el escritor sea conocido. Aquí se impone sin embargo recurrir a la breve nota vital que se incluye en el solapón, aunque no sea más que para poner sobre aviso al curioso e improbable lector de estas líneas. Nell Leyshon es una escritora británica del sur (Somerset), que se crió en una granja antes de comenzar a estudiar. Este dato puede ayudar a entender la perfecta ambientación de la novela. Trabajó en el mundo de la producción de anuncios televisivos. Luego vivió una año en España y tuvo que dejar los estudios sin acabr al quedarse embarazada. Hasta que no crió a sus dos hijos no pudo empezar a producir. Su primera novela,  Black Dirt, es de 2004. Y acabó escribiendo también para el teatro. Fue la primera mujer con un texto representado en el el Shakespeare's Globe, Bedlam. El título que comento fue pronto traducido al castellano, al catalán, al francés al italiano. Y empezó a ganar premios, como el "Libro del año" elegido por el Gremio de Libreros de Madrid. Ahora enseña escritura creativa y colabora trabajando en comunidades marginadas. Un personaje.


Hacía tiempo que no me sucedía: tener que continuar la lectura para acabar el libro, al no poder dejar de hacerlo sin saber cuál era la conclusión, inesperada y necesaria aquí, como todos los buenos desenlaces. La historia se desarrolla en 1831, año del Señor: "los años son del señor" (pág. 17). Y lo primero que llama la atención es la tipografía: no hay mayúsculas, ni guiones de diálogo, bastan las comas y los puntos con el cambio de línea con sangrado francés para poder seguir la acción. Quien escribe es Mary, una chica de quince años, algo que subraya ella repetidamente: "escribo esto con mi propia mano [...] y estoy orgullosa" (pág. 28); su pelo es blanco como la leche y tiene una pierna defectuosa. Con sus tres hermanas  vive en una granja con sus padres, tiránicos, y el abuelo, con el único con el que se comunica, cuidando de la tierra, arando y recolectando, y de los animales, ordeñándolos a diario, atentos todos al trascurrir de las estaciones para realizar lo necesario para cosechar y poder comer. Ella misma parece conocerse bien: "me he estado metiendo en líos toda la vida, le dije, pero eso nunca me ha impedido decir lo que pienso" (pág. 18). Es una muchacha sencilla, directa, capaz de afecto por su abuelo y muy crítica con lo que le rodea, aunque no tenga más remedio que asumirlo. Como el hecho de tener que ir a trabajar a casa del vicario de la aldea para que éste le pague algo de dinero a su padre. En la mujer del vicario, enferma, encontrará a la primera persona que le acaricia la cabeza. Y en el religioso la posibilidad de aprender a leer y algo más: "¿para qué quieres [leer]? porque puedo. porque otra gente puede" (pág. 126).


Me ha sorprendido cómo la autora consigue el decoro poético necesario para que creamos  que es Mary quien escribe, sabiendo que acaba de aprender. Por eso es tan sucinta en sus descripciones: al estar junto a la vaca "sentí el olor de la leche y la mierda" (pág. 51); o esta otra, más lírica, dentro de las posibilidades expresivas de quien redacta: "el cielo empezó a levantarse por encima de nosotras y las nubes se volvieron pequeñas y se fueron y el cielo se puso más claro y las estrellas se apagaron" (pág 36).Es admirable cómo ella es consciente de lo que se lleva entre manos: "escribir lleva mucho tiempo. Hay que deletrear y copiar cada palabra encima de la página, y cuando termino tengo que volver a mirar para ver si las he elegido bien. y algunos días tengo que pararme porque tengo que pensar en qué es lo que tengo que decir. y en qué es lo que quiero decir. y en por qué lo estoy diciendo. y tardo más tiempo en escribir sobre algo que ha pasado que lo que tardó en pasar" (pág.89; sic). Como es lógico no hay que esperar aquí demasiadas florituras estilísticas.


Es divertido ver cómo la muchacha no es capaz de captar el estilo figurado de una persona cultivada: "tienes una lengua muy afilada. mi lengua es normal, dije yo. la saqué para enseñársela" (pág. 62). Y es emocionante presenciar el proceso por el cual la chica va siendo capaz de deletrear hasta formar palabras y llegar a leer en voz alta. Dominar la lectoescritura para llegar a SER, para sentirse orgullosa ante su abuelo y ante ella misma. Todo el libro resulta conmovedor, por el personaje y por las circunstancias que lo rodean, las mismas que tantas mujeres han sufrido durante siglos, imposibilitadas de levantar la voz ante la voluntad tirana del padre, que sólo ve lo que puede producir beneficios. Las relaciones de poder no son sólo las que se establecen entre el cabeza de familia y el resto femenino de la misma, sino también las que el vicario, con su poder espiritual, ejerce sobre sus feligreses. La escritura como autoconocimiento doloroso y necesario. No sólo para una mujer del XIX, sino para tantas de hoy en día que necesitarían estar dotadas de esa capacidad para, al expresarse, entenderse y poder ser dueñas de sus propios destinos. Creo que, si todavía estuviera en activo, este libro formaría parte de mi lista de "lecturas recomendadas". Y no sólo para dolescentes. 

José Manuel Mora.

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