Derecho natural, de I. Martínez de Pisón

 Familia

Hay "fanes". Mi librero de cabecera me confiesa que se lee todo lo que este autor publica, porque le encanta. Mi amigo Quique Clavel dice que, de lo último que ha leído, es lo que más le ha llamado la atención. La crítica es bastante unánime (no hay que ver más que los paratextos, donde J. Cercas dice de él que es "uno de los mejores narradores del momento", y sus libros se han visto multipremiados: el de la Crítica, el Nacional de Narrativa). Así que mientras espero que llegue el que de verdad me apetece, he decidido emprender la lectura de este, ya que La buena reputación, aquí comentada, ambientada en los años cincuenta, me gustó bastante. También había leído, aunque no me llamó tanto la atención, otra de sus primeras publicaciones, ambientada en la Transición, El día de mañana, hace ya siete años. Así que me movía en terreno conocido. MARTÍNEZ DE PISÓN, IGNACIO. Derecho natural. Barcelona: Seix Barral, 2017, 446 págs. He de reconocer que la editorial  tiene gusto a la hora de elegir las fotografías para las respectivas cubiertas, siempre en B/N.

En el prólogo el narrador ya nos pone sobre la pista de que su padre acabó pareciéndose al cantante Demis Roussos y eso de alguna manera terminaría por condicionar no sólo su vida, la del padre, sino la de toda la familia. Conviene decir que el escritor, nacido en Zaragoza en 1960, ha vivido los últimos treinta años en Barcelona, lo que le ha dado la posibilidad de conocerla a fondo y ello le ayuda a trasladar la ambientación inicial del relato, habla de un primer recuerdo de 1967, a la Ciudad Condal, asociado a la figura paterna: "Ese hombre era alguien que tenía una remota relación con nosotros, pero que en realidad no formaba parte de nuestra vida" (pág. 17). Se produce un permanente paralelismo entre la urbe y el narrador: "La ciudad no paraba de crecer, como yo mismo" (pág. 23): Plaza de España, el Guinardó, el Carmelo.. son los sucesivos lugares de residencia del grupo familiar. Y, frente a ese padre extrañamente ausente, la figura de la madre viene descrita como alguien que "sólo aspiraba a vivir en armonía y concordia con sus seres queridos" (pág. 29). Con doce años, el narrador/protagonista descubre en la pensión que comparten, allá por 1973, año del atentado mortal de Carrero Blanco, a Irene, a quien ya nos presenta como la mujer de su vida, a pesar de que ella tenga cinco años más que él. Los abuelos maternos, como tantos, eran una mezcla de charnego andaluz y catalana de Lérida, que mezclaban el castellano y el catalán, según a quien se dirigieran. Esas son las coordenadas familiares en las que debería desarrollarse el "derecho natural" del título. He usado el condicional adrede, porque pronto descubrimos que nada más lejos de esa familia que los valores que lo sustentan, apoyados en principios universales y eternos, sobre los que se superpone a posteriori el Derecho Positivo, dictado por el Estado. Así pues, desde el propio título, parece haber una intencionalidad irónica referida a la familia que es el centro de la historia.


Una familia a la que se van añadiendo un segundo hijo y luego una niña, pero que no ha acabado de formalizar la unión mediante casamiento. Todo ello hace que Ángel, el primogénito narrador, diga que "había comprendido que el mundo de los adultos no era necesariamente armonioso ni coherente" (pág. 104). La madre, a pesar de sus aires hippies, que la mantienen soltera y con hijos para disgusto de sus padres, paradójicamente "lo que era lo era en relación con su familia" (pág. 135), con aquella subordinación de la mujer a la figura del varón que tanto costó cambiar, si es que ha acabado de hacerlo del todo. En la narración veremos que sí evoluciona, ya en 1978, presionada por las circunstancias, como le sucedió a tantas otras, algo que se produce por "una dinámica que desembocaría en la ruptura familiar" (pág. 170) y "en la ausencia de mi padre" (pág. 207), elementos estos que parecen ir distanciándose de lo que en principio se supone que se da en el Derecho Natural. No se trata de desmontar más datos argumentales. Con el paso de los años Ángel llega a la Universidad, el primero en hacerlo dentro de su familia, y opta por estudiar Filosofía del Derecho, tal vez por "la necesidad de delimitar las culpas" (pág. 212) del desastre familiar entre su padre y su madre y así poder absolverlos o condenarlos. La Ley del Divorcio no se aprobó hasta 1981 y el conflicto entre los padres, de 1979, hace que el estudiante de Derecho se plantee que "si el ordenamiento jurídico se revelaba insuficiente, cabía defender la existencia de derechos superiores, fundados en la naturaleza humana. La equidad, entendida como justicia natural, estaba por encima de la justicia positiva" (pág. 223). Lo que estudia en los libros de la facultad no parece compadecerse demasiado con la realidad de su casa. "Éramos, en fin, una familia desastrosa" (pág. 402).


Y es ese conflicto permanente el que vive Ángel, aparte de una infinidad de anécdotas personales y familiares que van conformando una trama en la que los personajes aparecen cada vez mejor dibujados, como si los conociéramos desde hace tiempo, lo que es cierto dentro del tiempo de la narración,  y pudiéramos anticipar sus reacciones. Evolucionan con el paso de los años y de los aconteceres que se les presentan, como a cualquiera le sucede. Y en eso M. de Pisón es un maestro, en retratar los cambios de toda una sociedad a través de un microcosmos, a través de lo cotidiano de unas vidas que se bambolean entre los momentos de exaltada felicidad, y otros, de conflictos desgarradores para todos los que lo componen. No es un escritor de gran fuerza expresiva a mi parecer. Abundan las comparaciones, pero no el juego metafórico ("Las pilastras de los viaductos con sus dedos de hierro señalando el cielo", pág. 263), tan presente en su coetánea Almudena Grandes. El traslado a Madrid para continuar estudios permite al escritor situarse en los ambientes de "la Movida" que quedan muy bien retratados. Mientras el hermano pequeño, que ya se ha hecho hombre y que sigue en Cataluña, entra en una "exaltación religiosa [...] inseparable de un creciente sentimiento identitario" (pág. 306). El escritor, con ello y como de pasada, señala con acierto uno de los orígenes del renacer nacionalista. Las leyes que podían haber amparado a los miembros más frágiles de esta familia desestructurada estaban todavía por escribir y ello aumenta la entropía en la que parecen desenvolverse. Martínez de Pisón clava el retrato de este grupo humano, que es reflejo de toda una época, la mía, y sus contradicciones. Los padres son personajes que seguramente tardaré en olvidar. Sin embargo, leída con gusto, a pesar de lo entretenido de la narración, no ha acabado de engancharme del todo.Para gustos, los de quienes me la recomendaron y los míos, se hicieron los colores.
José Manuel Mora.






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