Remontar el curso
Quienes frecuentan estas páginas saben que siento debilidad por los países nórdicos. Ya en mis tiempos de El Capitán Trueno la isla de Thule me fascinaba. En Salamanca soñaba con conseguir un lectorado en Uppsala, que luego se convirtió en el de Burdeos. Cuando por fin tuve ocasión de visitar la ciudad universitaria a orillas del río Fyris, me pareció que estaba cumpliendo un sueño con retraso al entrar en la Carolina Rediviva (vid http://mbadalicante.blogspot.com.es/2012/06/la-carolina-rediviva-de-upsala.html) con los "viejecitos" de la Universidad Permanente de Alicante. Establecí contactos con gente de allí, amabilísima toda ella. Pero ya había estado en Suecia y Noruega en 1994 y quedé alucinado por aquellos fiordos vestidos de niebla y con cascadas desmelenándose desde lo alto de los glaciares. El descubrimiento en Copenhague del pintor Vilhelm Hammershøi acabó por enamorarme de unos territorios de escasa luz invernal o sol de media noche y mobiliarios austeros que ya había entrevisto en las pelis de Dreyer y de Bergman. Así que cuando mi librero me dijo que me llevara este libro, Premio de los Libreros de Noruega, no me lo pensé dos veces. También el título me resultaba sugerente. Así que me puse a ello. MYTTING, LARS. Los dieciséis árboles del Somme. Barcelona: Alfaguara, 2017; trad. del noruego de Cristina Gómez; (467 págs). Antes de seguir, he de confesar que hacía tiempo que una historia no me atrapaba de esta manera. Siendo del año pasado, casi se podría considerar una "novedad".El enlace que sigue tal vez ayude a entender mi apasionamiento por los países de Escandinavia http://mbadalicante.blogspot.com.es/2015/06/escandinavia.html
Y esta vez sí me parece oportuno hablar del autor, porque aunque sea un superventas en su país, a mí no me sonaba ni de los suplementos culturales que ojeo. Mytting, nacido en Fåvang, Noruega, en 1968, ha sido periodista y editor antes de dedicarse por entero a la escritura y ser conocido en toda Escandinavia tras la publicación de Hestekrefter (caballo de fuerza, 2007). Parece que fue con El libro de la madera (2016) con el que acabó de consolidar su prestigio, apostando por la slow life ("vida lenta/ tranquila", para los de francés) y que terminó por convertirse en una serie televisiva de enorme éxito. El que ahora comento parece destinado a una serie para televisión que no pienso perderme, si llega a alguna de las plataformas de aquí. Por la foto con la que acompaño esta breve nota biográfica (no he encontrado mucha más información), da el tipo nórdico que uno presupone a los de allá arriba. La he elegido porque, también en el que paso a comentar, la madera juega un papel importante: abedules, nogales....
Decía Cortázar en un arranque de machismo porteño que los "lectores hembra" eran aquellos a quienes les gustaban las novelas "tipo rollo chino". Pues bien, debo de tener un lado femenino pronunciado, porque siempre me encantó dejarme envolver por una historia apasionante, de las que es imposible desprenderse, incluso cuando se ha concluido, como me sucedió con El conde de Montecristo, por poner sólo un ejemplo. En vez de en el Mediterráneo, la novela de Mytting nos sitúa inicialmente en una granja noruega algo apartada de la aldea de referencia, cerca de un fiordo que la abre al mundo y junto a un bosque de abedules flambeados, árboles de los que no tenía noticia, pero que prporcionan una madera de vetas bellísimas.
En la
granja conviven el viejo Sverre y el nieto, Edvard, el narrador, del
que tuvo que hacerse cargo cuando sólo contaba tres años, al morir sus
padres en 1971 al atravesar un campo minado a las orillas del río Somme
en Francia, y que fue trinchera mortal para más de 70.000 hombres
durante la I Guerra Mundial "¿Por qué me habían llevado mis padres a un sitio repleto de bombas? ¿Y qué pintaban ellos allí? [...] Así fue como me hice adulto en Hirifjell" (pág. 15). Veinte años después de la tragedia se
recibe un espléndido ataúd tallado en esa madera para cuando el abuelo
fallezca. Edvard intuye que es obra de Einar, hermano de su abuelo y a
quien se perdió la pista hace muchos años. Siente que entre ambos
hechos, la llegada del ataúd y la muerte de sus padres hay alguna
relación y comienza una investigación que lo lleva a las islas Shetland
primero y de allí a Francia en busca de algo que desencadene en él los
recuerdos precisos que le devuelvan algo de las borrosas imágenes de sus
padres. "Mi madre era para mí un olor [...] la recreaba tal como creía que un hijo debe recordar a su madre" (pág. 11). Ese recorrido hacia los orígenes es el que realizan los héroes muchas
veces en las historias clásicas. Y no sólo ellos. A partir de mi propia
experiencia puedo decir que el hallazgo de unas cartas de mi madre
escritas en su juventud, o de unas fotos de mi padre en su escuela con
veinte y pocos años, despertaron en mí el deseo de conocer esa etapa de
sus vidas en la que yo no estaba ni en proyecto y que me ayudaran a
saber mejor cómo eran. Nunca preguntamos a tiempo, cuando aún están a
nuestro lado, los datos o las anécdotas que luego se nos revelan
cruciales para mejor enterlos. Cuando queremos hacerlo, ya no están.
Esa
búsqueda se convierte en algo obsesivo, casi detectivesco, ayudado por
Gwen, una muchcha a quien conoce en las Shetlands y que se convertirá en una figura clave en la búsqueda. "Toda mi vida había oído un
silbido procedente del bosque de abedules flameados. Y una noche de 1991
[cuando ya tiene 23 años y su abuelo ha muerto], ese silbido creció
hasta formar un viento que hizo que me tambaleara. Parte de la historia
de mis padres seguía moviéndose, despacio, como una gruesa culebra entre
la hierba" (pág. 18). La información del viejo párroco del lugar, un desvaído vestido azul, unas fotos sin revelar que descubren al positivarlas ráfagas de
memoria perdida, un antiguo rifle sucio y oxidado, unas llaves, un número de teléfono en las perdidas Shetlands, una barca
varada... todo van siendo pistas que ponen al protagonista en el camino
de la recuperación de los recuerdos y el hallazgo de las respuestas que
puedan dar cuenta de unas muertes inexplicables para él. "Quería
visitar el lugar en el que murieron mis padres" (pág. 31). Todo su
esfuerzo se encamina a responder a una pregunta: "¿Cuándo averiguaría
quién era yo?" (pág. 84). Una pregunta universa,l que nos hacemos en
momentos cruciales de nuestras vidas y que logra que este relato se
convierta no sólo en algo apasionante por las sucesiavas sorpresas con
las que Edvard se va encontrando, sino porque su afán resulta universal.
Y esa búsqueda supone al mismo tiempo un irse abriendo al mundo, para alguien que había vivido sus veinte años encerrado en su granja cuidando del ganado y las patatas, en su bosque, en su fiordo. El inglés de la escuela y el francés que le escuchaba a su madre, originaria de allá, le ayudan a moverse por lugares a los que nunca pensó que iría. Al llegar al campo de batalla del Somme, convertido ahora en sucesivos cementerios inmensos, se da cuenta de que no está solo. "73.000 nombres dieron un paso al frente y me rodearon" (pág. 421). El muchacho tendrá que decidir cómo ser fiel a la memoria de sus padres, a la de su tío Einar, a la del abuelo Sverre, a su corazón que nada malamente entre dos aguas, las del fiordo y las de las Shetlands y el río Somme. La intriga está perfectamente pautada y cada vuelta de tuerca de la acción descubre algo y abre un nuevo interrogante, de modo que es difícil dejar la lectura para otro rato. Un buen contador de historias, este noruego. Y todo ello con una sobriedad expresiva admirable. Abundan las comparaciones, nada rebuscadas: "la tumba que la nieve iría arropando como una especie de edredón blanco" (pág. 116); y alguna metáfora acertada "El aire estaba condimentado por la humedad del suelo" (pág. 421). Lo demás, pulso narrativo, hermosas descripciones y profundidad analítica del carácter de los personajes que quedan muy bien definidos mientras muestran y ocultan sus cartas. Como solemos hacer todos. Una vez más Escandinavia no me ha defraudado, ni creo que lo haga a quien se adentre en esta historia de búsquedas, madera, islas y fosas comunes.
José Manuel Mora.
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NO OBSTANTE GRACIAS POR DARME TU BLOG, DEL QUE ME HA SORPRENDIDO POR TANTO INTELECTO.