Mientras embalo mi biblioteca, de Alberto Manguel

 De las bibliotecas personales.

Hay libros que siguen siendo hermosos, sin necesidad de pensar en ediciones de bibliófilo. Todo depende de lo maniático que sea el autor y del cuidado que quiera poner la editorial. Encontrar uno que intenta adecuar el formato en que se pone a la venta con el contenido del título es poco frecuente: funda de cartón tipo embalaje para una cubierta que luce una espléndida fotografía. Si a ello se le añade la tapa dura, las hojas de guarda negras, las de respeto con el detalle del colofón y todas las demás en un tono marfileño y un formato poco habitual en octavo, la rareza alcanza cotas de extrañeza, ante lo poco común de tanto cuidado. En resumen, un libro atractivo, de los que entran por los ojos y por el tacto, que también aquí influye.
Si a todo lo anterior se le suma el nombre del autor, las razones para la compra y lectura se hacen imperiosas. La culpa de mi fascinación por el escritor deriva de un primer libro leído por imperativo profesional: Una historia de la lectura (1998) me abrió la mente a todo un mundo desconocido. El hecho de leer, conocido por mí desde la infancia, era para mí algo mecánico y lineal. Aquí se me descubrió como una posibilidad entre otras muchas, poliédrica, rica y viva. A partir de entonces me acercaba a los libros con otra actitud. Ya hay aquí, en este blog, algunas referencias de títulos anteriores del escritor argentino-canadiense: El sueño del Rey Rojo  o bien Leer imágnes y ambos son de diferente factura y contenido. Añado ahora una más: MANGUEL, ALBERTO. Mientras embalo mi biblioteca. Madrid: Alianza Editorial, 2017, 200 págs. Señalo su escasa extensión para animar a los dudosos.


Alberto Manguel (Buenos aires, 1948) creyó que, cuando a principios del s. XX se instaló con Craig, su pareja, a quien dedica el libro, en un pueblecito de diez casas cerca del río Loira y levantó en un granero semiderruido un espacio para instalr su biblioteca, éste sería su emplazamiento definitivo. Llegó a atesorar (creo que es el verbo adecuado, puesto que considera un tesoro la posesión de esos libros que forman parte de su biografía y que puede anotar, releer, acariciar) 40.000 volúmenes que tenía "organizados" de modo muy personal. En 2015 él y su compañero decidieron abandonar por razones "burocráticas", sobre las que no se extiende, el lugar para trasladarse a Nueva York, para lo que hubo que desmontar los estantes y embalar los libros en cajas para el traslado. "Embalarlos era como enterrar un ejército de amigos queridos -dice-. Ahora están en sus tumbas esperando la resurrección. Siguen en cajas porque no tengo lugar donde ponerlos", confiesa el escritor, ya que una vez más tuvo que plantearse cambiar de lugar de residencia cuando le ofrecieron dirigir la Biblioteca Nacional de Buenos Aires en 2016. Y en las cajas siguen, puesto que el apartamente en el que residen es minúsculo y no los podría albergar. 


Tiene una curiosa estructura interna: a modo de narración, en redonda, nos cuenta los avatares de la biblioteca del Loira que ha de embalar: su contenido, "lustrosas y flamantes ediciones de bolsillo se encontraban democráticamente junto a patriarcas de aspecto severo encuadernados en cuero" (pág. 16); su manera de tenerla organizada, "de acuerdo con mis propias necesidades y prejuicios" (pág.16), su consideraqción de que se trataba de "un espacio completamente privado" (pág. 18); la historia de sus sucesivas bibliotecas, desde la que tuvo en Tel Aviv (su padre era diplomático) con tan sólo dos años, pasando por la de adolescente bonaerense. Estoy seguro de que, más importante que sus libros en su formación, fue la presencia y la trasmisión oral de todos los cuentos del aya checoslovaca que lo educó en alemán y en checo. No llegó a hablar castellano hasta el regreso a Argentina, ya adolescente. "Mi biblioteca era mi caparazón, como si yo fuera una tortuga" (pág. 36); "los libros de mi biblioteca me prometían alivio" (pág. 76). Cuando se trasladó a Europa en 1969, dice, "abandoné la mayor parte de aquellos libros" (pág. 23). La siguiente afirmación podría ser firmada por cualquiera que haya ido acumulando libros y se haya tenido que trasladar: "Cada una de mis bibliotecas es una especie de autobiografía de muchas capas" (pág. 25). Claro que si esto es así, "embalar es un ejercicio de olvido" (pág. 48); o dicho de otra manera:  "embalarla se parece , en cierta manera a hacer la necrológica de uno mismo" (pág. 74), frente al acto de desembalar que es "un acto expansivo y desordenado" (pág. 37).


Y así, en medio de esta narración,  intercala una serie de diez disgresiones, en cursiva, que lógicamente tienen que ver con el mundo del libro y de la lectura. Reflexiona sobre las nuevas maneras de leer y la permanente conexión entre los humanos: "Estamos condenados a la singularidad [...] y sin embargo estamos asediados por una presencia constante" (pág. 31). Sobre la melancolía como fuente de inspiración y la pobreza del creador, ambos conceptos míticos. Sobre la Biblioteca de Alejandría fundada por Ptolomeo en el s. III a. C., "que albergó la memoria del mundo mediterráneo" (pág. 83).  Sobre la licitud de la creación literaria siendo el lenguaje tan limitado. "El lenguaje se aproxima a lo que quiere contar, nunca lo capta del todo" (pág. 121). Sobre la posibilidad de narrar los sueños. Sobre los diccionarios, ya que el lenguaje que hablamos nos define" (pág. 145), apasionante. Sobre los libros y el "descubrimiento" del Nuevo Mundo. Y sobre si sirve para algo la Literatura. Después de todo, sus reflexiones sobre el hecho de leer son esclarecedoras y no quiero olvidarlas. Por eso las consigno: "Tal vez la mejor manera de definir nuestra especie es como de animales lectores" (pág. 123).  O esta otra sobre la literatura, considerada por él como "acción cívica, porque es memoria [el poder teme a la literatura y la reprime]. Los imperios caen y la literatura sigue"  (págs. 184-86) y además es una memoria que nos puede indicar el camino a seguir: "[puede] guiarnos a través de la experiencia y el conocimiento de los otros" (pág. 187), además de que nos proporciona "una educación ética y permite el crecimiento de la empatía, que es esencial para participar en el contrato social" (pág. 196). Y si estas líneas caen bajo los ojos de algún maestro o algún bibliotecario, el sabio Manguel que dirige ahora la Nacional de Argentina se permite un único consejo para inculcar el hábito de la lectura a toda la juvenalia que vive absorbida por las pantallitas: "Para hacer que nazca un lector [lo mejor ]es el ejemplo de un lector apasionado" (pág. 194). Pienso en tantos padres que tienen la sana costumbre de dormir a sus criaturas leyéndoles historias. Y aún me encuentro con antiguos alumnos que no olvidan mis lecturas en voz alta en clase de los textos clásicos. Les marcaron, dicen.

José Manuel Mora.

P.S. Una cosa más: dejo el vídeo de mi visita a la nueva Biblioteca de Alejandría. Sólo un pálido reflejo de lo que en relidad es y fue.  


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