The Party, de Sally Potter

 El infierno son los demás

Que de repente programen una peli en B/N como las de entonces y que "en provincias" podamos verla al menos en un cine en V.O.S. me parece una rareza a la par que un lujo. Más si el plantel de actores es de los que merece ser escuchado con sus propias voces. Las críticas son favorables, así que esta tarde toca cine como el de antes. The Party (La fiesta), dirigida y escrita por una mujer, Sally Potter, completa la extrañeza, ya que siguen siendo minoría clara las pelis dirigidas por féminas, y no porque tengan menos que decir o su imaginación sea escasa, sino porque la industria sigue estando en manos masculinas, sobre todo los productores, que son los que manejan los dineros. Que se hayan fiado de una chica joven de mi edad, de familia atea y anarquista supone correr un riesgo. Sé que de ella vi en su momento, aunque no recuerde nada ahora, Orlando (1992), basada en la novela de V. Woolf, lo que ya dice bastante de su valentía. Además el resto de su filmografía, que desconozco, se centra en personajes femeninos. Parece que sabe de lo que habla. Y es capaz de hacerlo en tan sólo 70 minutos que se pasan en un verbo. Una pieza de cámara, en palabras de la directora, como una pieza teatral en un solo acto, que cumple las condiciones de unidad de espacio y tiempo.






 


















Situar a una serie de personajes en una casa para celebrar una fiesta es un recurso bastante utilizado: recuerdo a Buñuel en cine (El ángel exterminador), o a Sartre en teatro (Huis clos), en las que no pueden salir y han de enfrentarse entre ellos mismos o con sus propios demonios. Al fin y al cabo, como decía el francés, L'enfer cést les autres. Y aquí sucede un poco eso. Celebran el nombramiento, por fin, como  ministra de sanidad del shadow cabinet  ("gobierno" de la opoisición liberal, que acaba diferenciándose bien poco de los conservadores) del Reino Unido, de una mujer combativa, que siempre tuvo a su marido junto a ella para servirle de apoyo en la batalla. Una vieja amiga izquierdosa, cínica y descreída, con su amante, un curandero medio hippie trasnochado y sensato en ocasiones; una pareja de mujeres, casada, que espera la llegada de trillizos por inseminación artificial y un financiero cocainómano que aparece sin su mujer. El lugar es único, la casa, y a la vez múltiple, puesto que los diversos espacios, cocina, baño, jardín, permiten los necesarios apartes por parejas o en solitario. El salón es donde acaban confluyendo todos para la explosión del conflicto, para la catarsis final. Mientras, se suceden las críticas contra todo y contra todos: la situación política, la progresía, la infidelidad, los bebés probeta, la fe de los ateos, el feminismo, el capitalismo desaforado... Los personajes, arquetípicos, son a la vez de carne y hueso y muestran sus debilidades en un tono de comedia amarga, muy británica, que no exime de dramatismo auténtico. Van saliendo los trapos sucios acumulados a lo largo de una larga relación de amistad entre los personajes, que acaban sintiendo la vergüenza de quien se ve descubierto después de tantos años de apariencia. A ello ayuda la construcción de unos diálogos punzantes, vitriólicos y medidísimos. Uno se encuentra riendo de situaciones que no tienen nada de graciosas. La música va pespunteando cada momento de forma adecuada, en la que también cabe la ironía, en una selección perfecta.


Una película así se sustenta , además de en una perfecta fotografía en blanco y negro, acorde con los claroscuros morales de los personajes, en un plantel de actores de categoría en estado de gracia y en conciliábulo perfecto para ir pasando de las manners británicas a los insultos y las actitudes barriobajeras sin solución de continuidad. Kristin Scott Thomas, esa señora estupenda que ha encarnado con propiedad a seres de la high society, se presenta aquí con una valentía impresionante, aguantando los primeros planos casi con la cara lavada y una luz inmisericorde. Patricia Clarkson, de quien voy a empezar a declararme fan incondicional después de haberla visto últimamente en  Aprendiendo a conducir (2014) o en La librería, me recuerda a veces la mala baba de la Davis. No reconocí a primera vista a Emily Mortimer, quien me encantó en la peli de la Coixet y que aquí muestra la fragilidad exacta que requiere su personaje. Timothy Spall no se me despinta, desde luego, y lo asociaré siempre a la figura de Mr. Turner. Me parece inolvidable su mirada perdida del inicio o la angustia en su rostroa la hora de la verdad. Cillian Murphy está lejos del tardoadolescente que me maravilló en Desayuno en Plutón (2005), en una mezcla de estrés incontenible y de afán de venganza.   compone una lesbiana perfecta, dura y a la vez capaz de quebrarse por dentro al decir una sola frase final. El veterano Bruno Ganz, con su apropiadísimo acento extranjero da la talla de persona de otro ambiente, capaz sin embargo de ser tal vez el más empático de todos. Un reparto coral perfecto, perfectamente dirigido. Un auténtico tour de force que me ha hecho disfrutar a modo.

José Manuel Mora.


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