El insulto, de Ziad Doueiri

 Guerras civiles

A veces una sinopsis apresurada, leída con más rapidez todavía, puede informar someramente del contenido del filme que uno se dispone a ver. Sin embargo en ocasiones es necesario ver la cinta completa para hacerse idea de la hondura del conflicto que uno leyó. La primera vez que yo entré en contacto con el mundo palestino fue a los veinte años, en mi colegio mayor de Valencia, donde estudiaba medicina un muchacho de aquel país. Mi desconocimiento de lo que allí ocurría era casi total o tergiversado por la religión cristiana y sus historias bíblicas, o por el cine estadounidense, léase Éxodo (O. Preminger, 1960). Con veintitrés empecé a leer la revista Triunfo, para saber desde Burdeos lo que sucedía por aquí. Y me encontré con la afilada pluma de Maruja Torres, especializada en los conflictos de Oriente Medio y en concreto muy apegada emocionalmente al Líbano. Entonces Beirut era una especie de Côte d'Azur en el extremo oriental del Mediterráneo, con su Corniche de lujo casi asiático. La colonización francesa había dejado su huella en la cultura y el idioma de la gente cultivada. Sin embargo, como todas las colonizaciones, los efectos en la división de la población fueron atroces. A ello se unía el conflicto de religiones (drusos, maronitas, musulmanes, laicos) y la llegada masiva de refugiados palestinos expulsados por Israel de sus propias tierras, esgrimiendo la Torá como documento catastral tras la Guerra de los Seis Días (1967). Recordaba horrorizado la masacre de palestinos civiles en Sabra y Chatila (1982), propiciada por las milicias cristianas con apoyo israelí. La Wiki me informa de que fue una ofensiva en respuesta a la matanza de cristianos en Damour en 1976, citada en el filme. Llegaría luego, en los noventa,  la frágil paz como componenda, en la que nada se soluciona de verdad y los conflictos permanecen enquistados porque no se resolvieron completamente. Sin todo esto es difícil entender que por un insulto entre dos varones cargados de historia y testosterona se pueda desenbocar de nuevo casi en un enfrentamiento civil. Y eso es lo que la peli muestra. 


 Lo que me parece genial es la evolución del enfrentamiento entre esos dos hombres, uno cristiano y el otro palestino, peleados por un caño que echa agua indebidamente y un insulto posterior, además de la incapacidad para disculparse de ninguno de los dos. Incapaces ambos de pasar página de un pasado dolorosísimo.  Ziad Doueiri, director franco-libanés del que no había visto sus obras anteriores, y responsable del guión, sabe con precisión ir haciendo más complejo lo que era simple, graduar la tensión, ampliarla al ir introduciendo otros elementos en la ecuación: los abogados, los partidos políticos y sus jefes, la prensa... Todo coadyuva a desatar los nacionalismos latentes, con sus odios larvados entre gente que hasta hacía poco había convivido sin mayores problemas. Siendo tan antiguo en enfrentamiento y tan enconados los sentimientos, no hay que esperar una resolución simple ni edulcorada. También ahí acierta el director. El juicio al que llegan las partes mantiene el interés hasta el mismo veredicto, con sucesivos giros de guión perfectamente milimetrados. Interesante la valoración de la jueza: ¿es igual el delito de odio que la agresión física? La disculpa, se dice en la peli, no tiene que ser muestra de debilidad, sino de decencia. Pero es tan difícil disculparse de verdad...


El insulto, había ganado la Copa Volpi a mejor actor para su protagonista, Kamel El Basha, estupendo en lo reconcentrado de su expresión, más difícil que la composición de su compañero Adel Karam, el temperamental cristiano. También el premio del público del Festival de Valladolid y fue seleccionada para los oscar como mejor película de habla no inglesa. Todos parecen tener razón, o al menos "su" razón, y tendrá que ser el espectador mismo el que decida de que parte inclina la balanza. Todo muy humano. Y cuando los humanos no sabemos empatizar, ni escuchar ni ponernos en el lugar del otro, resulta enormemente difícil que los enfrentamientos no deriven en conflictos abiertos.

José Manuel Mora.

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