Para acabar con Eddy Bellegueule, de Édouard Louis

 Acoso homófobo.

Esta vez no recuerdo cómo ha llegado este libro a mis manos. Seguramente a través de una reseña en el periódico que no olvidé anotar y decidí recuperar después. Y eso que la literatura francesa, tan potente en mi juventud, va siendo arrasada por la escrita en inglés y va quedando recluida en el famoso hexágono para uso interno. Yo mismo, desde el libro de Echenoz aquí comentado hace un año, Ravel, , no había vuelto a la literatura de los vecinos. Así pues, en este deambular por las letras, donde la inspiración me llama, ya que "el espíritu sopla donde quiere", aquí va el siguiente que, seguramente, hubiera debido leer en francés, dado que los dos registros, sobre los que luego volveré, usados por el escritor, no sé hasta qué punto son fácilmente traducibles. LOUIS, ÉDOUARD. Para acabar con Eddy Bellegueule. Barcelona: Ed. Salamandra, 2015: Trad. M. Teresa Gallego. No se puede hablar aquí de una novedad, aunque es posible que a alguien le pueda descubrir a un autor que tal vez aquí ha pasado algo desapercibido.


No así en Francia, donde su hasta hace nada único libro publicado por el escritor (parece que se acaba de editar su segundo título, Historia de la violencia, también en Salamandra, 2018), ha vendido un cuarto de millón de ejemplares y ha sido traducido a una decena de idiomas. Nacido como Éddy Bellegueule en 1992 en Picardía, al norte de Francia, en el seno de una familia trabajadora, llevaba todos los números para acabar en la fábrica a la que todos los hombres del pueblo acudían, como su padre y su hermano mayor, mientras la madre se dedicaba a limpiar y a cuidar a ancianos. Acabaría, según la pauta común, alcoholizado y embrutecido, como todos sus paisanos: televisión, fútbol, porno y pastís. "Como todos los hombres del pueblo, mi padre era violento. Como todas las mujeres, mi madre se quejaba de la violencia de su marido " (pág. 39). Su apellido, "bellegueule" podría traducirse por "guaperas", lo que de por sí podía llevar a la chanza de sus vecinos y compañeros, aunque el protagonista/narrador consideraba que "era un nombrede tío duro" (pág. 23) . Sin embargo algo torció ese destino que parecía previamente marcado: sus modales y gustos "femeninos" desde bien pequeño, no buscados o imitados, sino generados en él de forma natural, lo llevaron a causar escándalo primeramente en su familia y, a la llegada a la escuela, entre sus compañeros, especialmente ante dos de ellos que, desde que se lo cruzan a solas por el pasillo, le espetan: "¿Tú eres marica? Esta pregunta, al hacérmela, me la grabaron para siempre" (pág. 15). Sólo quienes han sido acosados en la pandilla o en el patio de la escuela saben el miedo a los encuentros no deseados, la vergüenza y el desamparo que se siente al no poder acudir a denunciar por no añadir el baldón de chivato a los insultos y agresiones previos. Porque a las palabras se suceden los actos: escupitajos en la cara que el muchacho ha de lamer, las palizas y los golpes contra la pared, siempre protegidos por el anonimato de un pasillo sin gente. Estamos ante una novela autobiográfica, un diario íntimo en el que no existe el adorno.


¿Qué lleva a esos compañeros y a su familia a rechazar y acosar al muchacho? Por un lado el hecho de que su sola existencia cuestiona su escala de valores: "Mi diferencia  [...] ponía en entredicho todos los valores  que los habían formado a ellos" (pág. 32). Así pues, la única manera de evitar el castigo constante, el ridículo y la humillación era para el chaval el intento de igualarse en maneras y brutalidad a los que lo rodeaban por medio del fútbol, las pelis porno, el pastís y los restregones indeseados con las chicas que lo permitieran. Todo, con tal de conseguir ser aceptado. "Convertirse en otro quería decir  tomarme por otro, creer que era lo que no era" (pág. 143). Resulta conmovedor leer la plegaria que eleva, no se sabe bien a quién, en su interior, de "Hoy voy a ser un tío duro" (pág. 142), sin conseguirlo nunca, claro. Por otra parte está el condicionante de la clase social, la pobreza en la que viven, en un pueblo de calles de enlodadas, donde parece que siempre es invierno, arcaico en sus valores y que sin embargo tiene acceso a los móviles, los vídeos y la televisión, lo que no necesariamente lo conecta con el mundo. La foto infra ha sido publicada por el propio autor y muestra el exterior de su casa familiar.


No es de extrañar que el chaval deseara con todas sus fuerzas dejar atrás ese ambiente enrarecido y que tanto le hacía sufrir. "Estaba preso, entre el pasillo, mis padres y los vecinos del pueblo" (pág. 73). Reconoce que no leyó hasta cumplir los 16, por ser esa afición otro rasgo de feminidad. Tal vez por eso, "Me gustaban los profesores. No hablaban de tías ni de maricas asquerosos. Nos explicaban que había que aceptar las diferencias" (`pág. 73). ¡Bendita escuela y valores republicanos!... Así pues, una clase de teatro será la tabla de salvación para el rechazado y a través de ella la posibilidad de continuar el Baccalauréat en Amiens, lejos de todo lo que lo atormentaba. Cuando por fin recibe la carta de aceptación (que su padre guarda todo el verano, sólo para mantenerlo en la incertidumbre), "Salí corriendo de repente. Sólo me dio tiempo a oír a mi madre, que decía Pero ¿qué hace ese idiota? No quería estar con ellos, me negaba a compartir con ellos ese momento. Yo estaba ya lejos, había dejado de pertenecer a su mundo, la carta lo decía. Salí al campo y estuve andando gran parte de la noche: el ambiente fresco del norte, los caminos de tierra, el olor de la colza, muy intenso en esa época del año. Dediqué toda la noche a elaborar mi nueva vida, lejos de allí". (pág. 178). Acabaría estudiando Historia en París y más tarde Sociología. A veces, y de manera provisional, las historias terminan bien.


He de reconocer que lamento no haberlo leído en francés a pesar de ser ésta una traducción muy cuidada. Uno de los elementos constitutivos y esenciales en la narración es el doble registro. El culto con el que se expresa el escritor, despojado de ornamentación lírica, escueto y doliente en su frialdad, (se ha hablado de un cierto tono "zolesco") aparece en letra redonda. Cuando son sus compañeros o sus familiares los que hablan, se usa la cursiva para señalar el patois de la zona de la Picardía donde la historia transcurre, lo que debe de ir mezclado seguramente con el argot, el de los estudiantes o el de los curritos de la fábrica, que en francés es tan vivo y cambiante que basta con dejar de ir a Francia unos años para que al escuchar a los jóvenes ya no entiendas nada. El abandono de su apellido muestra bien el rompimiento con un pasado que le sigue pesando, según confiesa. En la actualidad vive en Nueva York. Seguramente ha dejado de sentirse un bicho raro que merece todo lo que le pasa.

José Manuel Mora. 

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