Días sin final, de Sebastian Barry

 Una del Oeste...

No sé si hay entre estas páginas de recomendaciones de lecturas demasiados autores irlandeses. En un rápido repaso por la etiqueta de "recomendados"  he encontrado A. HIGGINS; quedó reseñado aquí nada menos que hace tres años (Escenas de un pasado que se desvanece). Y también J. Banville (Antigua luz). Y no por nada, sino porque no creo que sea una literatura que se traduzca con asiduidad. Sin embargo nuevamente una reseña en un periódico me anima a comprarlo y leerlo. Se trata de una "novedad", aunque no es eso lo que me suele mover a empezar algo, y además un autor del que no he oído hablar con anterioridad. Así que allá va. SEBASTIAN, BARRY. DÍAS SI FINAL. Madrid: AdN Alianza de Novelas (antes Alianza Editorial), 2018, trad. Susana de la Higuera Glynne-Jones, 274 págs. En los paratextos que presentan la novela hay uno muy elogioso de Kazuo Ishiguro, que fue galardonado con el Nobel en 2017. Por cierto, no se sabe si este año se concederá el premio, dado el escándalo destapado en la muy honorable Academia sueca, con filtraciones del posible ganador entre los aspirantes (suculentas apuestas de por medio) y acoso sexual por parte de algún alto cargo, con un silencio vergonzante por parte de los académicos y dimisiones que dejan en cuadro a los que tienen que concederlo.. 


Sebastian Barry, nacido en Dublín en 1955, es autor de novelas y obras de teatro. Ha sido premiado en Irlanda y Gran Bretaña con galardones cuyos nombres desconozco y que no voy a citar. El presente título y el anterior, La escritura secreta, recibieron ambos el Costa Award, de tan sólo 5000 £, pero que se concede a aquellos libros que, además de mérito literario, producen gozo con su lectura, lo que me parece motivo más que suficiente a la hora de conceder un premio. Me entero también, al informarme sobre el autor, de que el protagonista lo es también de otros tres títulos anteriores en los que el propio protagonista va narrando su trascurso vital desde el Sligo original del que fue expulsado por la terrible hambruna que azotó Eire a mediados del s. XIX, hasta su llegada a la costa Este estadounidense, con apenas trece años, sobreviviendo a una travesía trágica para muchos con menos suerte que él. Como ya lo ha contado antes, aquí se cita de pasada. Parece que, una de las razones que ha llevado al autor a enfocar su historia como lo hace, ha sido que su hijo le confesara su homosexualidad, lo que para un padre de la católica Irlanda no sé si sería un plato fácil de tragar. A juzgar por cómo presenta las aventuras de su protagonista, da la impresión de que ha acabado asumiéndolo a pleno pulmón. Y me explico. 
 


Como solía suceder en las sociedades rurales, y la irlandesa lo era hasta hace bien poco, la tradición era difundida de forma eminentemente oral. El autor no escribió ni leyó nada hasta los ocho años de edad, así que estaba acostumbrado a los relatos de su abuelo. Y eso se nota en la narración que hace de sus idas y venidas el soldado Thomas McNulty por un país en construcción, los EE. UU., en compañía de su inseparable John Cole, de origen indio y  tan desheredado el uno como el otro: "John Cole fue mi amor, todo mi amor" (pág. 36). No llegan a los veinte años y para salir adelante empiezan bailando con mineros en un saloon, vestidos de mujer. No hay más explicaciones, sólo la necesidad de sobrevivir y el apoyo mutuo como forma de salir adelante. Todo se cuenta con una naturalidad pasmosa, que hace que nada desentone, como por ejemplo los dos hombres durmiendo juntos, lo que el protagonista resume sucintamente así: "Después follamos en silencio y nos dormimos" (pág. 38); o bien esta otra: "Nos damos la mano como amantes que acaban de conocerse [...] en ese reino desconocido donde los amantes se comportan como amantes sin disimulo" (pág. 118). De hecho el autor confiesa en una entrevista que fue el ver una foto de la época con dos varones tomados de la mano lo que le hizo entender que ese tipo de relaciones era más aceptado de lo que pensamos hoy que lo eran, dada la escasez de mujeres. Para McNulty la inspiración viene de algunos indios que son capaces de vestir como las mujeres y luchar como los varones, lo mismo que le sucede a él.



Las escaramuzas con los sioux y su jefe, Atrapó Su Caballo Primero, se presentan con toda la crueldad que aquellos enfrentamientos debían de tener. Pactos y traiciones se suceden en un horror de sangre sin sentido por ambas partes, la masacre india inicial en la que se matan salvajemente a mujeres y niños por parte de los blancos me traía a la cabeza cualquier película de S. Peckinpah: "No parecía haber quedado nadie con vida. Ni siquiera nosotros" (pág. 43). Y es verdad que cuando se participa en grupo en algo tan salvaje se contrae una especie de camaradería especial: "Nos llevábamos muy bien porque habíamos sido testigos de una masacre juntos" (pág. 81). Todos saben de lo que cada uno es capaz. El narrador es consciente de que aquellos son los pobladores originarios de aquellas tierras, sin embargo las órdenes les obligan a entrar en combate y a poner ellos también sus vidas en riesgo. En una de esas confrontaciones una niña india queda desamparada y Thomas y John deciden adoptarla, la llaman Winona y la acaban llevando con ellos, formando así una familia fuera de los cánones del momento, pero con el mismo amor y la misma protección mutua que se da en las habituales.



La llevan con ellos a Tennessee y cuando la vida de granjeros parece que empieza a darles la paz que necesitan se desata la Guerra de Secesión. Los dos muchachos vuelven a enrolarse y las batallas y las matanzas no son menos crueles por ser entre blancos y conciudadanos, como suele suceder en cualquier conflicto civil. En algunos momentos las descripciones del caos bélico producido por el humo, los estampidos, las cargas multitudinarias, donde nadie sabe dónde está el enemigo, me han traído a la cabeza las magníficas descripciones de Guerra y paz. "¿Qué locura es ésta? ¿Qué mundo estamos construyendo?" (pág. 178), se pregunta Thomas en un momento dado. Sólo la lealtad parece mantenerse incólume ante tanto desastre. Estamos ante una auténtica epopeya pero sin el glamur ni el heroísmo con que Hollywood nos ha presentado tantas veces aquel horrible conflicto: hambre, frío, cansancio para todos los combatientes. El enfrentamiento en torno a la granja entre unos forajidos y los protagonistas es narrado como en una filmación perfecta. "¡Que no quede nadie con vida! - grita de nuevo el mayor [el perfecto y noble soldado, enloquecido por la sed de venganza] -¡Mátenlos a todos!" (pág. 236). "Al final "la fuerza, el poder y el terror reinan por todas partes (pág. 236). La tensión argumental, como cualquier cuentacuentos sabe, se debe mantener hasta el final.



La fuerza de la palabra del narrador, a pesar de saber que es un hombre sin formación, es tan arrolladora que resulta creíble en todo momento. A veces las figuras son casi cotidianas: "Hay tanto silencio que juraría que la luna está a la escucha" (pág. 145). En otros casos son mucho más elaboradas: "Cielo oscuro, nubarrones negros y relámpagos lanzando su afilada pintura amarilla sobre los bosques bajo el violento grito y el clamor de los truenos" (pág. 174). Algunas metáforas poseen fuerza casi de imagen surrealista: "El mayor [...] ha sido desgarrado por la navaja de la tristeza" (pág. 236). Por encima de tanta tragedia queda la sensación de que el amor, la solidaridad, la entrega mutua en el sostén común y en el de su hija son más fuertes que  cualquier cataclismo bélico. Creo que los personajes se mantendrán tiempo en mi memoria. Si no, bastará con repasar estas líneas. 

José Manuel Mora. 

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