Historia de la violencia, de Édouard Louis

 Una violación

No es muy frecuente en mi deambular entre libros repetir con frecuencia un autor, dado todo lo que hay por conocer. Hay ejemplos próximos sin embaro de recaídas (Aramburu). El autor del libro que he tenido entre manos estos días ya me llamó la atención por su juventud y la madurez de su primer título aquí comentado, Para acabar con Eddy Bellegueule. La práctica en él de la última de las tendencias literarias, la autoficción, destapó en mí la curiosidad por saber qué habría sido de él y si su libro sería obra única o su trabajo habría tenido una continuidad. He aquí que tres años después del primero y tras una experiencia traumática, el joven escritor vuelve a proponerse como protagonista de su nueva narración. LOUIS, ÉDOUARD. Historia de la violencia. Barcelona: Ed. Salamandra, 2018; trad. J. Manuel Fajardo; 187 págs.


Me resulta curioso saber que la experiencia traumática que cuenta aquí le sucediera en la Nochebuena de 2012, con 20 años, antes o durante la redacción de su título anterior. Probablemente, y son conjeturas mías, necesitara contar de dónde venía él, un territorio con un 60% de paro, en el que "estudiar  [... era] el único camino para alejarse" (pág. 71) y el porqué del cambio de su verdadero apellido, Bellegueule, y la adopción del actual, Louis. Seguramente también, llegar a asumir una violación con intento de estrangulamiento no sea algo sencillo y requiera más tiempo de sedimentación, no sólo para enfrentarse a esa experiencia sobrecogedora, sino para poder verbalizarla primero y darle forma literaria después. Ha contado para ello con una buena formación de lecturas. Reconoce que admira a Faulkner, a Proust, a T. Morrison, a Knausgård... El haber vivido en Nueva York puede que le haya ayudado a distanciarse de aquel momento tan duro para cualquier persona, con el agravante de que, al ser él quien invitó al agresor a su casa, no dejaría de sentirse en parte culpable. El libro es un intento de explicarse lo sucedido, de saber él mismo la verdad para poder contarla, de entender las razones de una violencia en principio inexplicable.


Vivía el escritor entonces cerca de la Place de la République, lugar habitual para las manifestaciones parisinas, pero que una Nochebuena como aquella, ya tarde, debía de estar bastante solitaria. Allí se produjo el encuentro entre el autor y un joven con claros rasgos norteafricanos que despertó en él una fuerte atracción, por lo que acabó invitándolo a subir a su apartamento: "Describí a Reda, de entrada sus ojos marrones, sus cejas negras, comencé por sus ojos. Su rostro era liso. Sus rasgos erana la vez suaves y marcados, masculinos. Cuando sonreía se le formaban hoyuelos, y sonreía mucho" (pág. 17). La manera en que describe la atracción sentida es vívida y está expresada con fuerza: "Sentí el deseo de agarrar su aliento con los dedos y extenderlo por mi cara" (pág. 40). Y como suele suceder con los migrantes que llevan tiempo en el país de llegada o que incluso han nacido en él, sienten a los recién venidos como algo rechazable: "Reda hablaba de los árabes de la misma manera que lo hacían los policías [...] era tan racista como los policías" (pág. 55). Después de mantener a lo largo de la noche varias relaciones sexuales consentidas, al percatarse de que le faltaba el móvil, descubrió que lo llevaba Reda en el bolsillo. Tras pedirle que se lo devolviera, la situación se puso tensa y el magrebí, que llevaba una pistola escondida en su abrigo, acabó intentando estrangularlo con una bufanda y  violándolo  repetidamente. Su hermana Clara, a la que le cuenta lo sucedido, tras pasar por la policía para interponer una denuncia, y por el hospital, para el reconocimiento, resume lo sucedido: "Aquella noche él actuó debido a eso, a que le enseñaron como a nosotros  a no dejarse atemorizar y defenderse" (pág. 105). En plena agresión él no deja de pensar al tiempo que siente miedo pánico, intentando explicarse lo que sucede: "Ahí está el porqué [...] Siente deseo pero detesta su deseo. [...] Quiere hacerte pagar su deseo. quiere convencerse de que todo lo que habéis hecho no fue porque él te deseara [...] quiere convencerse de que no estaba haciéndote el amor, sino que estaba ya robándote" (pág. 108). Pulsión erótica y violencia van a veces unidas, sobre todo cuando uno no es capaz de aceptarse porquew hay una homofobia latente, y al verse ante el espejo ha de descargar la furia sobre el otro, al no poder hacerlo sobre uno mismo. Parte de ese autoodio es cultural y religioso. El Islam no permite las relaciones homoeróticas.



Entre tantas paradojas, el autor se ve oponiéndose a la violencia sexual sufrida, incluso a un brote racista en sí mismo, y al tiempo a la represión estatal que se trasluce en el interrogatorio de la policía. La muy tolerante y moderna Francia está experimentando un movimiento regresivo importante, que se ha traducido en manifestaciones contra el derecho de los gais a casarse o a adoptar. Las agresiones contra ellos se han multiplicado y todo resulta más difícil para quienes quieren vivir su sexualidad de otra manera. Todo ello se trasluce en el libro y lo que lo hace interesante desde el punto de vista de la literatura y no sólo desde el de las ideas, es la manera en que está concebido y traducido a palabras. Una narración polifónica. De un lado, a modo de distanciamiento de lo sucedido escuchamos la narración de lo sucedido por persona interpuesta, la de la hermana del protagonista, Clara, a su marido, mientras aquél permaneces escondido escuchando: "Ella toma aliento para seguir. Dice que yo estacioné mi bici" (pág. 33). Y sin ninguna indicación y dentro del mismo párrafo toma el hilo de lo narrado el propio protagonista en primera persona: "quise dejarla un poco más lejos de lo habitual" (pág. 33).Y además el autor utiliza la cursiva para comentar en sordina lo que su hermana va contando, como si necesitara precisar o rebatir lo que escucha, aunque sólo sea para sí mismo o para el lector de la historia. Y estas dos maneras de contar se alternan con la narración de los hechos que el violado realiza ante la policía, sustentada en las preguntas tendenciosas que estos le plantean:: "El policía me hizo esta pregunta "¿Y usted hizo subir a un desconocido a su casa, así, en plena noche?" [ahora las comillas son del texto para indicar el estilo directo]. Yo respondí: "¿Sabe? Todo el mundo lo hace...", y él replicó: "¿Todo el mundo?", en tono irónico, burlón, sarcástico" (pág. 42). Hay una forma obsesiva de contar el suceso traumático:  "Volvía de continuo sobre la misma cosa [...] repetía con otras palabras, con otra entonación, como intentando llegar así a la verdad" (pág. 42). Y por último el recurso a la segunda persona del singular, como corriente de conciencia ya conocida y usada para objetivar lo que se cuenta, para tomar distancia. "Te habías mudado a París. De eso hace ya cuatro años" (pág. 106). La mezcla de atracción, sexo, violencia, angustia, rechazo, compone un cóctel verídico y nauseabundo, doloroso y real. El libro se cierra con una cita de otro autor admirado por el escritor, Imre Kertész, "Descubrí que escribir sobre la vida equivale a pensar sobre ella, que pensar  sobre la vida equivale a cuestionarla, y que sólo cuestiona su propio elemento vital aquel a quien este elemento asfixia o quien de alguna manera se mueve  en él de un modo contrario a su naturaleza [...] Descubrí que [...] por medio de la escritura busco el dolor [...] porque la verdad es dolor" (pág. 187). Libro escrito desde una herida íntima y sangrante por brutal y por contradictoria.

José Manuel Mora.   


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