La ternura, de Alfredo Sanzol

 Puro teatro

Las ideas se estructuran normalmente en ensayos de corte filosófico. El teatro sin embargo, como decía F. García Lorca, es la palabra puesta en pie. El conflicto entre personajes, intereses, sentimientos, ideas. Y se nota que el autor, Alberto Sanzol, es un hombre de teatro, no sólo de los que escriben literatura dramática, sino de los que conocen la profesión por dentro, en todos sus entresijos. Además de escribir, este pamplonica (1972) ha sido adaptador de textos clásicos, ayudante de escena y director. Por todo ello ha sido multipremiado con Premios Max y con el Nacional de Literatura Dramática en 2017. Ha formado un buen trío con otros dos de los más vanguardistas directores de la escena española, Andrés Lima y Miguel del Arco, y juntos fundaron en el 2015 el Teatro de la ciudad, aunque su actividad viene desarrollándose desde mediados de los años 90. Acaba de recibir el Premio Valle-Inclán justamente por la obra que nos llegó a Alicante de la mano del madrileño Teatro de La Abadía.No cito la larga lista de obras por él creadas, ya que ésta es la primera que veo. No siempre llega el buen teatro a nuestros escenarios a tiempo. Tenía la referencia esta vez de alguien que en Madrid había ido a ver la función en dos ocasiones.


Sanzol, tras una presentación de una madre, reina algo maga, y sus dos hijas destinadas a casarse en Inglaterra y a bordo de La Invencible, llegan, tras el pertinente naufragio y un lienzo mágico y trasportador, a una isla supuestamente desierta, aunque en realidad la habita un padre con sus dos hijos, huidos de la civilización y del tormento femenino. La presentación que cada progenitor hace del sexo opuesto en dos parlamentos desopilantes por antitéticos y llenos de lugares comunes, es divertidísima a base de ser tan políticamente incorrecta. Estamos desde el principio en una parodia de la guerra de los sexos, de amplia tradición en la escena. Hay un tono como de cuento tardomedieval de Boccaccio, con homenajes explícitos a algunas comedias de Shakespeare: la isla podría ser la de La Tempestad, y los sueños en el bosque traen a la mente El sueño de una noche de verano. Como en el Bardo, hay travestismo, lo que siempre provoca equívocos y enredos desaforados. Los pastores se sienten atraídos por los soldados, que no son otros que las princesas disfrazadas para mejor defenderse. La madre siempre tiene un plan, que fracasa al intentarlo llevar a la práctica, lo que no la desanima en absoluto. 


En realidad lo que los mueve no es más que un deseo que los une a todos: el de encontrar la ternura como sea, donde sea, con quien sea. Porque en definitiva de lo que se trata es de intentar ser felices. En ese sentido, a pesar de ser una obra "de época" por los trajes que visten y el lenguaje que usan, no deja de ser modernísima. Los caracteres de cada uno de ellos se van perfilando en lo que dicen y hacen y cada quien actúa como su corazón le dicta, en un crescendo absoluto de amores no correspondidos o que sí lo son aunque el serlo asuste a los amantes. Todo ello en medio de un decorado de altos cortinones azules que igual pueden, gracias a la iluminación, ser el bosque, que una cueva o el horizonte marino alzándose en forma de tormenta amenazadora. Los actores tienen poco en lo que apoyarse como no sea unos tocones de madera, un calderete, unas espadas y unas barbas postizas o un fular que permite identificar a un personaje que se hace pasar por otro siendo el mismo actor. Algo tan simple como eso.





Los elementos teatrales se suceden y uno de ellos resulta enormemente efectivo: la gesticulación y el mimo con ajuste de los labios perfecto para adecuarse a una voz que habla desde fuera de escena. El efecto es sorprendente y divertidísimo, además de lo difícil que debe de ser llevar a cabo esa sincronía. Por no hablar de la enumeración de los productos alimenticios que la reina dice haber olvidado en el barco. Retentiva sin asideros posibles, sin un "pie" en el que apoyarse para respirar y seguir. Es evidente que los actuantes, entre los que no conocía un solo nombre, se lo pasan muy bien durante la función y eso llega al público, que respondió puesto en pie con palmas y bravos. No sé si el éxito también tendrá algo que ver con esa reivindicación de la ternura que el escritor plantea, en este mundo tan lleno de violencia. Una auténtica delicia, en definitiva. Allá donde vaya, triunfará. Con toda seguridad.

José Manuel Mora.










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