Las estrellas de cine no mueren en Liverpool, de Paul McGuigan

 Amor y ocaso

A veces basta saber que una actriz aparece en un filme para encontrar razones suficientes para tener que ir a verla. Si a ello se le añade el hecho de que ésta encarne a una animal cinematográfico del cine de los años cincuenta, una femme fatale que a mí me fascinó en los sesenta, cuando se pasaban sus películas en la tele de un solo canal, en B/N, off course, aunque dobladas, los motivos se duplican al menos. Soy mitómano, qué le vamos a hacer... No es en todo caso el director, para mí un desconocido, lo que me ha llevado a una sala inmensa con sólo siete personas, sino también la historia que contaba, leída en sinopsis y basada en una de esas true stories. Las estrellas de cine no mueren en Liverpool, dirigida por el británico Paul McGuigan.


La peli parte de las memorias del entonces joven actor,  Peter Turner (Liverpool, 1952), quien conoció en su ciudad a una Gloria Graham, que ya había ganado un Oscar por su peli Cautivos del mal (escena que cierra la cinta con imágenes reales de la recogida del premio por la actriz), y en las que cuenta el enamoramiento instantáneo que surgió entre ellos. La historia bascula entre 1979 y 1981, fechas de su flechazo y su reencuentro en la ciudad inglesa, donde ella llega ya gravemente enferma. Ese tránsito entre esos años se efectúa cinematográficamente con una delicadeza y una naturalidad pasmosa, con el simple gesto de abrir una puerta o citar un nombre. Es también importante la repetición de la escena de la ruptura a base de cambiar la perspectiva del personaje para mejor entender lo que sucede. No hay por parte del director, ni del autor de las memorias, un subrayado de la diferencia de edad. No parece ser eso lo importante, sino el amor y la entrega que ambos seres viven en ese breve espacio de tiempo, que se nos presenta con una naturalidad pasmosa. La entrega es compartida por la familia de él, al estar la familia de ella tan lejos en los USA. La ambientación, la fotografía oscura a veces, otras luminosa, según los momentos emocionales, es adecuadísima. Y creo que no había escuchado una versión tan triste de California dreamin' que la que aquí interpreta José Feliciano.


Seguramente esta historia de amor desaforado, a la vez que contenido en las imágenes que lo muestran, no hubiera sido creíble si no hubiera estado servida por Annette Bening, que aquí tiene un papel memorable y a la que sigo desde hace muchos años. Yo, que casi todo lo olvido, no creo que borre de mi memoria esta mujer tan fuerte, tan vital, tan vulnerable, tan libre, tan entregada. Qué valiente la actriz, capaz de aguantar primeros planos sin maquillaje y con la arruga puesta. Y la réplica que le da Jamie Bell, a quien he sido capaz de reconocer como el Billy Elliot que me cautivó hace ya años, es perfecta, conmovedora, intensa, auténtica, con ojos arradados en llanto sin una sola lágrima. Este chico se ha convertido en un actorazo (sigue bailando bien, como se comprueba en la escena inicial de los dos, descacharrante y llena de ritmo). Ambos han debido de experimentar una química mutua durante el rodaje, dada la complicidad que destilan. Por no hablar del papel de una sola escena de la inconmensurable Vanessa Redgrave, que sirve al Bardo a poco que la dejen, como hacen los protagonistas en la impresionante escena de los enamorados de Romeo y Julieta, que en absoluto cae en el ridículo, antes bien resulta enteramente conmovedora.  Y de la que hace el papel de madre de Peter, la estupenda Julie Walters, justamente premiada aquí.


No cabe duda de que el paso del tiempo, el miedo a la muerte, la soledad y el dolor son también elementos que me han llegado bien cerca hasta emocionarme sin remedio. Más que un biopic, la peli es una maravillosa hstoria de amor.

José Manuel Mora.


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