Disobedience, de Sebastián Lelio

 Hermosa historia de amor.

Los buenos paladares sirven para confiar en sus recomendaciones. Había leído la crítica, sabía que era de las que valían la pena, pero sin la recomendación personalizada de mi amiga Isabel, tal vez se me hubiera escapado. Además estaba el atractivo de verla en V.O.S., cosa poco frecuente en nuestra ciudad, como saben los que curiosean estas páginas y los espectadores alicantinos. La peli es británica, aunque dirigida por Sebastián Lelio quien, aunque nació en Mendoza (Argentina), ha vivido desde chico en Chile y es de allá de donde se siente, aunque ahora se haya trasladado a Berlín. Curiosamente tenía referencia de dos de sus cintas anteriores por lo premiadas que habían sido (Gloria, 2013 y Una mujer fantástica, 2017, oscar a la mejor peli de habla no inglesa y ambas con protagonistas femeninas potentes), aunque yo no había visto ninguna de las dos. Para Disobedience ha partido de una novela de Naomi Alderman en la que ha trabajado como guionista otra mujer, Rebecca Lenkiewicz, junto con el propio director. Toda esa presencia femenina se hace patente en la historia y en la manera de contarla. Las dos actrices protagonistas ponen también lo suyo.


La presentación de uno de los dos personajes principales en Nueva York, como fotógrafa resolutiva, se ve alterada de repente por una llamada telefónica. El patinaje desorientado en una pista de hielo y el desgarro de su ropa con los propios dientes y manos cobrarán sentido al llegar a Londres, donde pretende asistir al funeral de su padre (de ahí el "rasgarse las vestiduras", del dicho del que ya nadie sabe su sentido original, al destrozarse las ropas para mostrar el duelo), rabino de una comunidad judía ultraortodoxa, en la que era muy respetado. Sus palabras en la sinagoga en la escena inicial se entenderán de otro modo al final de la película. Los ángeles no tienen más voluntad que la divina; las bestias responden a sus instintos; somos las personas las que tenemos la posibilidad de rebelarnos, de elgir, de decir no, de desobedecer.No todo el mundo puede. Las dos protagonistas, amigas desde el colegio, reaccionaron a los tabúes comunitarios y a las condenas subsiguientes por atreverse a romperlos de dos maneras distintas. La marcha a los USA dejó a la una sin comunidad ni referencias, sin familia, sin padre, pero con libertad. La otra se doblegó y mantuvo los referentes pero perdió su cuerpo, su ser más íntimo, sus deseos inquebrantables. Rachel Weisz con su mirada magnética y su poderosa voz, da unas réplicas punzantes a quienes no entienden su regreso a la comunidad., y Rachel McAdams, a quien había visto hacía poco en Spotlight, está aquí casi irreconocible con su peluca de mujer piadosa, que ciñe como un cinturón de castidad constrictivo, hasta que logra arrancársela y vivir una larga y tórrida escena de sexo/amor con su amiga/amante, en la que ambas se muestran muy valientes ante la cámara. El que el director haya evitado los desnudos integrales tal vez las haya ayudado. La imaginación es la que trabaja en los espectadores.


El tercer vértice del triángulo, , es el marido de esta última, alumno aventajado del rabino muerto y llamado a sucederlo, y que es estricto intérprete y cumplidor de las normas establecidas en la Torah, patriarcales, off course. Con la poblada barba que exige su condición no lo he reconocido, a pesar de haberlo visto en Selma (2014). El conflicto íntimo que le toca vivir, entre normas que ha introyectado y que le exigen la severidad de comportamiento, y la bonhomía de su carácter, lo desgarra profundamente. Serán las enseñanzas de su viejo maestro las que lo iluminen a la hora de tomar decisiones definitivas. Parece increíble que en el modernísimo y multicultural Londres actual  perviva una comunidad tan estricta y fiel a sus costumbres y normas. Y más todavía que personas que han adquirido una formación y que conviven con gentes de toda clase, puedan seguir aferradas a creencias tan discriminatorias y tan atentatorias contra su propia libertad como la que aquí se retrata, en la que se crea un ambiente de relaciones gélido y en la que las mujeres siempre se ven sometidas. La llegada de la expatriada, Ronit, será el revulsivo que haga salir a la luz tanta contradicción, tanta represión, tanta infelicidad. Ella reclama su derecho a vivir el duelo por la muerte de su padre, aunque éste la hubiera repudiado y su derecho a amar a quien sabe que la ama. Ambas mujeres se presentan con una contención dramática que aleja el filme del folletín y que estalla en esti ante su marido y en Roni en el taxi de vuelta al aeropuerto. Maravillosas ambas. 

José Manuel Mora.


https://youtu.be/p7h11Nro9Is

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