Mary Shelley, de Haifaa Al-Mansour

 Desmelene romántico.

Sólo el título de la peli era para mí una invitación a correr y verla. A ello se añadía que está dirigida por una mujer, que además es saudí. Y ahí lo dejo. O no. Tal vez convenga recordar que esta directora procede de Riad, de una familia tradicional de doce hermanos y que, de forma excepcional, yo ya conocía por su película anterior, La bicicleta verde (2012) (http://mbadalicante.blogspot.com/2013/07/la-bicicleta-verde-de-haifaa-al-mansour.html), que me pareció un prodigio de sensibilidad por la historia elegida, por su modo de contarla y por la manera de dirigir a la niña protagonista. La elección de su siguiente largo no es casual según veremos. Mary Shelley, de r, sobre un guión coescrito por ella y Emma Jensen, sobre una figura femenina,  mítica en la literatura británica y fuera de ella. 


En realidad tomó el apellido de su marido, el poeta Percy Shelley, aunque su nombre de familia es importante señalarlo, como ahora diré. Mary Wollstonecraft Godwin (Londres, 1797-1851) era hija de un librero (lo que le dio acceso a multitud de obras clásicas, dado que su padre se peocupó en enseñarle incluso latín), filósofo y político, que llegó a publicar algún libro, y en cuyas tertulias librescas aparecían Samuel Taylor Coleridge y William Wordsworth, padres de la poesía moderna inglesa, del Romanticismo conocido como lakista; y de una mujer, Mary Wollstonecraft (autora de The Vindication of the Rights of Woman, 1792; el título lo dice todo), que es considerada como una pionera del feminismo avant la lettre. Inculcó a su hija a través de su marido, puesto que ella murió al poco de nacer Mary,  la idea de que nadie posee a nadie, que los seres humanos somos intrínsecamente libres y que ni siquiera el amor puede sujetar al ser que amamos. Se declaraba incluso partidaria de los ménage à trois, con el consiguiente escándalo en su ambiente,  y sabía que no se puede retener a alguien cuando la relación se ha deteriorado o acabado. Con este ambiente familiar no es de extrañar que la muchacha se enamorara perdidamente de Shelley, pocos años mayor que ella, que tenía sólo dieciséis. Y eso que pronto descubrió que él estaba desdichadamente casado ya  y con una hija, lo que no le impidió seguirlo adonde él dijera, a pesar de comprobar que era un manirroto que no conseguía sentar la cabeza.

























Además de la turbulenta historia de amor entre los dos personajes, en ella se cruza la figura del otro gran poeta romántico inglés, el excéntrico Lord Byron quien, poseedor de un título nobiliario, podía permitirse cualquier capricho, como invitar a Mary, que acababa de perder a una hija nacida antes de tiempo, a su hermana, con la que el lord mantenía un affair, y a Shelley, además de a un médico amigo suyo, J. Polidory, a pasar una temporada en Villa Deodati, cerca de Ginebra. Fue aquel un tiempo, el de 1816,  particularmente extraño puesto que, debido a  la erupción de un volcán, el hemisferio norte sufrió unos meses particularmente fríos y sin luz. Todo muy "romántico". Toda esta larga introducción es necesaria para entender el entorno en el que Byron plantea a sus invitados el reto de crear un cuento de terror en una sola noche y leerlo al día siguiente para ver quién resulta ganador. El único que logró concluirlo fue Polidory, con  El vampiro, de gran eco en Europa por el terror gótico de sus páginas y que quedó eclipsado al atribuírselo a Byron y por la fuerza del que esa noche concibió Mary, Frankenstein, or the Modern Prometheus, aunque ésta tardara un tiempo en publicarlo (1818), y de forma anónima para no ser acusada de haberlo escrito su marido. Cuando se reeditó ya con su nombre constituyó un éxito del que han bebido muchos creadores del cine de terror. Las versiones del monstruo son numerosas.


Las contradicciones íntimas en que Mary se mueve, la alegría vitalista cuando todo parece ir como en volandas,  la intensidad con que vive sus afectos y sus desengaños, la capacidad luchadora para sobreponerse a la muerte de su hija o a los contratiempos que una sociedad patriarcal pone en su camino de mujer y de escritora, todo está presentado en la cinta con una gran fidelidad a lo sucedido. La ambientación es magnífica; la iluminación de la fotografía corresponde a una época en que se alumbraban con velas y las primeras farolas de gas, y resulta matizadísima y natural; las localizaciones, de lo más adecuado (impresionante la villa, como el vestuario estudiadísimo en la pintura de la época, y la música que es tan hermosa, que  no importa que a veces subraye de más los acontecimientos).  Todo ello no se hubiera mantenido de no ser por un plantel de actores de la escuela británica, todos impecables, empezando por Elle Fanning, que encarna a la jovencísima y sensible escritora con una verdad en los primeros planos del todo conmovedora. Sorprende en un cameo Maisie Williams, la vengativa hija pequeña de los Stark. Y a mí especialmente me ha encantado la interpretación de Stephen Dillane, que tanto me gustó en Las horas y que aquí está conmovedor y contradictorio ejerciendo de padre.


Además de todo lo anterior, me ha resultado fascinante la lucha de la joven por encontrar su propia voz en un mundo de varones que menospreciaban a las mujeres creadoras (le dicer Byron que es la primera mujer que él piensa que podrá entender sus versos, sino incluso comentárselos). Hay ahí claramente, en esa pelea por la autoafirmación de las mujeres árabes, una identificación entre la directora saudita y su protagonista, y me parece sugerente que la criatura ideada por Mary tenga algo de la soledad que ella experimentaba en aquellos momentos, algo de su desvalimiento, que tan bien mostró V. Erice en su versión del monstruo que aparece en El espíritu de la colmena. Una película intensa, espléndida de ver y con una frase final que no me resisto a incluir, puesto que es un retrato de la escritora y de mí mismo: "Mis elecciones me han hecho quien soy y no me arrepiento de nada". Toda una declaración.

José Manuel Mora.






































Comentarios