El orden divino, de Petra Biondina Volpe

 Suiza, 1971.

Se preguntaba el malvado de Orson Welles, en  esa maravilla titulada El tercer hombre, qué se podía esperar de un país, Suiza, cuyo única aportación a la cultura occidental ha sido el reloj de cuco (sic). Los tópicos no son buenos, ni sobre las personas ni sobre los países, porque las etiquetas pueden ser positivas o negativas y cuesta mucho arrancarse las anteojeras del prejuicio una vez que éste ha tenido éxito. Un territorio encerrado entre montañas, durante mucho tiempo bastante aislado y que se ha enorgullecido de permanecer neutral en todos los conflictos europeos del pasado siglo, con un nivel de vida elevado, supuso un atractivo en los años sesenta para muchos españolitos de a pie, que se fueron para allá intentando buscarse la vida, como sigue sucediendo hoy desde otras latitudes. Sin embargo, en 1971, fecha en la que arranca la peli, las mujeres no tenían allí derecho al voto. Lo habían intentado desde los años cincuenta, en sucesivos plebiscitos a los que tan aficionados son por allí, y que siempre ganaban los varones. Sin embargo tras el Mai 68 y la contracultura de la costa Oeste de los USA, algo estaba cambiando y las mujeres helvéticas se contagiaron de aquella marea. 


Y por seguir con los clichés, la retrógrada España resulta que había conseguido ese derecho en tiempos de la II República, nada menos que en 1933. Ello dio la mayoría de edad a las mujeres a nivel cívico, pero quedaban muchas cosas por las que seguir peleando. Y allí, como aquí bajo el régimen franquista, la mujer no podía tener una cuenta bancaria a su nombre, no podía trabajar sin permiso del esposo, o si tenía que recibir una herencia personal había de ser a través de su marido, si estaba casada. "La mujer con la pata quebrada y en casa", era un refrán aplicable a los dos países, sólo que aquí hubo que esperar a que muriera el dictador para que, ya en periodo democrático, las féminas comenzara a recorrer el camino de su emancipación que sigue sin concluir según las noticias de cada día. No deja de resultar paradójico que sólo los varones decidieran si las mujeres tenían derecho a votar.


Pero vayamos a la peli, ganadora de tres premios en el Festival Tribeca, incluido el del público, aunque lo anterior no venga mal recordarlo para mejor contextualizarla y para que la gente joven que pueda verla sepa de dónde venimos. A la salida del cine, la cola era exclusivamente femenina y creo que todas ellas llegaban ya convencidas. La directora me resulta absolutamente desconocida: Petra Biondina Volpe, nacida un año antes de los sucesos de su cinta, es guionista y ya dirigió su primer filme, Traumland (2013), que no sé si llegó aquí. Yo no lo vi. De la insatisfacción de la protagonista, casada y con dos hijos y un suegro a su cargo y desconocedora de lo que es un orgasmo, imposibilitada de aceptar un trabajo a media jornada por la oposición del marido, surge su arranque de protesta, que acaba siendo una enmienda a la totalidad, puesto que su rebelión atenta contra "el orden divino" ya que, como decía Pablo de Tarso, Mulier in ecclesiam, taceat (la mujer en la asamblea, que se calle, o dicho de otro modo, que no vote): manifestación en la capital, reunión para concienciar a las del pueblo, hasta plantearse una huelga de mujeres, algo ya visto en la Lisístrata de Aristófanes, aunque allí el motivo fuera un "no a la guerra" avant la lettre. En ese sentido el clásico griego es mucho más radical que lo que vemos aquí, puesto que lo que plantean es una huelga de "sexos caídos".


Es cierto que los personajes están bien dibujados y que resultan coherentes  con el momento en que viven, además de que su evolución parece creíble. Marie Leuenberger, la protagonista, logró el premio a la mejor interpretación femenina en el festival citado, y es sorprendente el cambio en su caracterización; la fotografía de Judith Kaufmann tiene un cierto aire sepia muy de la época. La directora ha preferido el didactismo, que suele ir acompañado de maniqueísmo en los personajes,  y un cierto tono de comedia con tintes dramáticos para que pueda pasar mejor. Creo que lo único que me ha molestado algo ha sido el exceso de violines en la música, aunque me parece un acierto el Respect que suena al final durante los títulos de crédito y las imágenes de la época. Queda clara lo muy conservadora que era la sociedad suiza y aún lo sigue siendo en tantas cosas, aunque sea avanzada en otras.

José Manuel Mora. 




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