"The night of...". de Richard Price

 Otra de asesinatos...

Vayamos por partes, que decía Jack el Destripador: quiero empezar por los créditos, en blanco y negro, con un aire de peli de los años cuarenta, de cine negro, y con una magnífica banda sonora, envolvente, hipnótica, obsesiva, que te predisponen al seguimiento de la serie. Suelo comentar también cómo llego a elegir entre la maraña de títulos de la plataforma HBO, que es la que tengo contratada. Esta vez han sido dos de mis antiguos alumnos, con buen olfato cinematográfico, Paco Serrano y Jonás Giner, quienes me pusieron sobre la pista. Y al preparar esta entrada, me entero de que el creador de The Night Of... es  Richard Price, novelista y guionista que debía haber recordado, siendo el autor del guión de una peli que me encantó en su momento, The Color of Money (1986) y que fue premiado por su contribución en la quinta temporada de The Wire, aquí comentada de forma elogiosa. El corresponsable, Steven Zaillian, también había trabajado con Scorsese en el guión de Gangs of New York ; item más, ganó un Oscar en 1993 por  La lista de Schindler de Spielberg. Buenas credenciales, aunque sea a posteriori. También me entero luego de que se trata de un remake de una serie británica del mismo título.


Que en el episodio piloto se plantee como una cadena de imponderables, una serie de sucesos que terminan en un crimen horrendo, es algo no demasiado novedoso, aunque esa sucesión de "causalidades" me trajera a la mente, aunque aquella en tono de comedia desopilante, Jo, qué noche!, de M. Scorsese, y aquí el ambiente sea más bien inquietante desde el principio. Inicialmente la detención del protagonista, Nazir, nos presenta de forma muy crítica lo que puede ser el trabajo de la policía de Nueva York, de sus agentes y de uno de sus cuartelillos, con un jefe a punto de jubilarse y que se las sabe todas. Que el supuesto asesino sea un universitario neoyorquino de familia paquistaní no le va a facilitar las cosas tras los atentados de la torres. Que lo manden a continuación a prisión preventiva en una de las cárceles más extremas, la de la isla de Rikers, transforma la historia en un drama carcelario con sus componentes típicos matones, droga, corrupción policial... Uno de esos sitios de los que no se sale indemne. Cuando por fin comienza el juicio, con una fiscal que ejerce de manera implacable ante un jurado, se evidencian los múltiples fallos de un sistema judicial que, queriéndose garantista, presenta muchas goteras. Me vinieron a la cabeza muchos de los episodios de la antigua serie Perry Mason (1960). ¿Qué ha hecho, pues, que me haya visto los ocho capítulos en tres tardes de calor?


De una parte, la magnética interpretación de un abogado muerto de hambre, justo la contrafigura del que sabemos que ganará el juicio al final, que hace el impecable John Turturro. Desde los tiempos de su trabajo en las pelis de los Coen es un actor que siempre me resulta  creíble. Aquí lo está hasta extremos indecibles, apoyado en una par de rasgos físicos: su eccema plantar, que lo hace ir en sandalias y rascándose constantemente, y su larga gabardina de la que no se desprende ni en el metro, por no hablar de la valentía con la que afronta los primeros planos o los registros de su habla (la he visto en V.O.S.), capaz de adaptarse a la sala del juicio o a un vendedor hispano. 


 














De otra, el descubrimiento de Riz Ahmed. Me entero de que es londinense, de ascendencia pakistaní, y que además de actor, es rapero. Como no sigo la serie de Star Wars, no sabía que había protagonizado el episodio Rogue One. El desvalimiento de su personaje, la intensidad de su mirada, la autenticidad de su desmemoria de los hechos, lo hacen enormemente atractivo. Y ése es el tercer elemento que me ha mantenido pegado al sofá. Ni él mismo sabe si cometió o no el crimen pues, cuando se despertó de una noche de sexo y drogas (sin R&R), se encontró con el cadáver, y lo único que supo hacer fue cometer una serie de errores que lo llevan hasta el banquillo de los acusados. La serie posee un final abierto, lo que da pie a que en una continuación, sepamos quién de los sospechosos cometió la agresión. Pero a mí me ha parecido bastante redonda así. Es cierto que, con todos los controles de seguridad de las cárceles, es poco creíble el trapicheo que se da entre visitantes y presos, pero son detalles menores. Una buena opción para estos días de ola de calor que se avecinan.

José Manuel Mora.



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