"Vikingos", de Michael Hirst

 El septentrión y su mitología.

Ya lo he dicho en alguna ocasión. No se puede estar a todo.Y sé que he llegado tarde al mundo de las narraciones seriadas para poder convertirme en un "seriéfilo" de pro. Si además la serie no la has empezado a ver en origen y resulta que cuando te la recomiendan (gracias, Susana) te encuentras con cinco temporadas de diez capítulos cada una, lo normal es rendirse antes de entrar. Cometí el error de ver el primer capítulo de "Vikingos" (empezó a emitirse la primera en 2013) y la producción es tan esmerada, que pensé completarla. Pero al tener esta primera etapa un final en alto, tuve que meterme en la segunda, y la tercera... Adictiva, por decirlo suavemente desde los mismos títulos de crédito con esa pieza musical tan sugerente.


¿De dónde me viene a mí esta fascinación por ese mundo alejado en el espacio y en el tiempo? Tal vez lo más antiguo que recuerdo de estos personajes tan exóticos es una peli del mismo título de R. Fleischer con K. Douglas y T. Curtis del año 1958, que a mis diez añitos me dejó raya. La cosa se intensificó al comenzar a leer la colección de El Capitán Trueno, por ser la princesa Sigrid alguien proveniente de Thule, hija además de un tal Ragnar. Ahí ya se empezaban a citar todos los dioses de ese Olimpo helado, Thor y Odín, y el Walhalla como premio definitivo. Cuando en el 94 visité los fiordos noruegos y me encontré con un auténtico drakkar en el museo de Oslo, era como volver a hincarle el diente a la madalena proustiana.


 

 












 


Así pues, no es de extrañar que me haya enganchado a esta serie, de cuyo creador y responsable del guión,  Michael Hirst, no conozco títulos de los que había oído hablar debido a su prestigio, por ejemplo The Tudors (2007), pero sí había visto con fascinación el papelazo de C. Blanchet en la peli  Elizabeth (1998). Especializado en dramones históricos produjo también The Borgias (2011), dirigida por N. Jordan. Un poco sorprendente resulta que haya sido coproducida entre Canadá e Irlanda (rodada en este último país) para History Channel, y no por alguna cadena nórdica. Los directores de los capítulos han sido muy numerosos y entre ellos tan sólo hay un sueco, J. Renck, autor de los iniciales. Una vez más mi servidor de series, HBO, me permite verla aunque sea a toro pasado, como supongo que puede suceder con quienes se enfrenten a esta entrada. ¿Cuántos hay tan tardones como yo?


Las sagas nórdicas se cuentan entre las narraciones orales más antiguas. Como las gestas castellanas o las francesas, tienen un carácter épico que trata de ensalzar los orígenes de quienes lograron enseñorearse de los territorios y afianzar su poder hasta levantar un país. Sus protagonistas son héroes legendarios con alguna relación con personajes reales: el Cid, con R. Díaz de Vivar, Roland con su homónimo, o en este caso Ragnar Lothbrok, que parece que vivió en el s. IX y que extendió su poder hacia Suecia y Dinamarca (la saga es bastante posterior y viene firmada por Saxo Grammaticus, aunque también tengamos noticia de sus actividades a través de lo que dejaron escrito los monjes que sufrieron sus ataques). Como buen vikingo, una manera de consolidar su dominio se apoyó en las incursiones marítimas hasta la actual Gran Bretaña, Francia a través del Sena hasta París y, más al sur, hasta el Mediterráneo. Ello fue posible gracias a primitivos aparatos que permitían orientarse en la vastedad del mar, "tablero de sombras", especie de brújula, y otros que dejaban ver la ubicación del sol a través de nubes y nieblas bálticas. Otra de las hazañas que se dice lograron fue llegar hasta Groenlandia y Norteamérica. A ello se unió el perfeccionamiento en la construcción de los drakkar, barcos de remos de escasa quilla y muy marineros. La figura del héroe se caracteriza desde el principio por su valentía, su rebeldía ante lo establecido, su feroz individualismo y también por rasgos que eran comunes en su sociedad: su violencia, sus creencias en los dioses de la tribu, aunque llegue un momento en que son puestos en entredicho en contacto con el cristianismo, ("estamos solos y dependemos de nuestras solas fuerzas y no de la voluntad de los dioses", sic); la naturalidad con que se acepta la participación de la mujer en el gobierno y en los combates, la costumbre de compartir la pareja; la hospitalidad con los foráneos y su constante deseo de venganza. Contrapuestos a los cristianos, éstos no se quedan atrás en barbarie, crímenes, peleas por el poder, incestos... 


Todo está perfectamente ambientado: los ropajes, los peinados, los tatuajes (es evidente cómo se influyen mutuamente lo actual y lo presentado como antiguo en la ficción), las armas, el mobiliario, la ambientación de interiores y los maravillosos paisajes de los fiordos. Los combates están fastuosamente filmados, sin excesiva sangre y con un montaje brillante. Y los enfrentamientos entre hermanos, Ragnar (Travis Fimmel, de mirada penetrante) y Rollo (Clive Standen), las argucias de Floki (Gustaf Skarsgård), auténtico "creyente" fanático y algo lunático, constructor de barcos, la autoafirmación de Lagertha (Katheryn Winnick), compañera del rey, en el campo de batalla y en la cama,, los celos por la amistad del diferente, el monje Athelstan (George Blagden),  las traiciones de unos y otros, la manera en que se dejan llevar por las emociones y la aceptación del fatuum, el destino trazado por los dioses que pocos se atreven a desafiar, van conformando un entramado que nunca es demasiado complejo como para no seguirlo con facilidad a través de las sucesivas temporadas.   


A falta de ver la quinta temporada, que tendré que dejar para la vuelta del viaje, puedo asegurar que la serie tiene un poder adictivo importante, que resulta enormemente entretenida, que la fotografía es espléndida, así como los temas musicales, y que la fidelidad a los vikingos originales la hacen bastante creíble. Por poner una pega: en los scriptoria medievales no se usaba luz de candil para evitar incendios devastadores;
tan sólo se escribía, copiaba o iluminaban los códices a la luz del día; bueno, dos: en el s. IX los arcos ojivales todavía no habían desplazado a los románicos de medio punto. Minucias para tan gran empresa. Seguro que cabaré de verla completa. 

José Manuel Mora.


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