Canadá occidental: Vancouver. I


 Descubrimiento.

No estamos acostumbrados a pensar en tamaños continentales. Los países europeos se recorren de una tacada, casi sin darse uno cuenta. El viaje siciliano del verano pasado tenía jornadas máximas de 200 kms. y lo pude hacer conduciendo yo solo. Aquí, con las largas tiradas por carreteras desconocidas y con una meteorología incierta, decidimos realizar el viaje en grupo lo que siempre es un riesgo al tenerse que someter uno a una disciplina colectiva. Ya conocimos el este canadiense hace diez años; Toronto, Montreal, Quebec, Otawa... El avión desde  Madrid hacía escala en la primera de las ciudades, pero había que añadir luego otras cuatro horas hasta llegar a Vancouver, nuestro primer destino en el oeste, la capital financiera de la Columbia Británica, ya que la capital administrativa es Victoria. Parece que la designación para esta última la salvó de su posible desaparición ante la pujanza de la primera. El Fairmont Hotel, en el centro, tiene toda la prosapia de un edificio de hace cien años, con su tejado verde cobre, aunque con las comodidades de la remodelación. Es media tarde y eso nos permite salir a pasear por la cuadrícula que conforma la ciudad, erizada de edificios altos de acero y cristal, elegantes y sobrios. 





 




















Lo que más nos sorprende es la cantidad de chinos que vemos hablando en riguroso inglés. La guía nos dirá luego que son el 25% de la población. Llegaron en busca de oro a mediados del XIX. Una segunda oleada fue atraída por la construcción del tren que conecta el este con el oeste, el Transcanadian. La tercera llegó ante el atractivo de oportunidad que suponía la designación de Calgary como sede olímpica. A ellos se une la comunidad siji más numerosa fuera de India, más los paquistaníes, los africanos y los latinoamericanos por no hablar de cantidad de europeos que completan estudios o se buscan la vida mientras perfeccionan su inglés. Todos perfectamente integrados ya que se les considera una riqueza para el país. Los nativos originarios de estas tierras se ven reducidos a un 4%. Muchos de ellos viven en reservas, lo que no acabamos de ver muy claro en cuanto a la posible segregación. Ellos defienden que se trata de protegerlos, que están subvencionados, pero no vemos mucho nativo en cafeterías o comercios. Vancouver es una gran metrópoli. Aunque menos fría que otras partes de Canadá, llueve mucho y así es posible encontrar un centro comercial subterráneo, el Pacific Center, que conecta diversas calles sin necesidad de salir al exterior. Pero en esta primera tarde hace clima suave y la gente aprovecha para pasear.





















Al día siguiente, en el recorrido por la ciudad en el autobusito, con una diferencia horaria de nueve horas para nuestros cuerpos, resulta difícil mantenerse atento a los diferentes barrios que atravesamos. Una de las zonas que pretendía la guía visitar está cortada, debido al rodaje de una película. Contrariamente a lo que yo creía, la industria maderera  y la del petróleo, junto con la pesca son importantes, pero la cinematográfica es potentísima y muchos de los filmes estadounidenses se ruedan aquí, por ejemplo El renacido, que yo no vi. Acorde con la importante presencia de gentes de origen ¿oriental? (qué relativo es todo, para ellos debe de ser occidental), el barrio chino de la ciudad es un centro de actividad incesante, aunque en sábado por la mañana está un poco muerto. Me llama más la atención la zona conocida como Gastown, antiguamente ocupada por los dedicados a la madera. Hay cantidad de gentes sin techo de todas las edades y con diversos grados de degradación física y moral. Portales ocupados, carritos con las pertenencias, cartones de protección... Vienen porque llueve, pero hace menos frío que en otras partes del país. Es la cara menos amable de la ciudad. La municipalidad los ha reunido aquí para liberar otras zonas. Reciben una asignación económica que les permite sobrevivir, lo que explica que sea un territorio seguro. Si alguien cometiera una infracción iría a la cárcel y allí no se les suministra la droga que necesitan y que aquí pueden comprar. La parte fuerte de esta visita guiada es el recorrido a pie por parte del Stanley Park, más grande que el Central de N. Y., arboladísimo de abetos elevados, sequoias imponentes, y con una hermosa colección de ¿tótemes?, copias de los originales primigenios. Desde la orilla se divisa una panorámica ciudadana excelente y el contraste no deja de ser llamativo. Y acabamos comiendo en la islita unida a la grande por un puente conocida como Granville, en la que hay un antiguo mercado decimonónico restaurado al estilo de los vistos en Madrid o Barcelona, lleno de exquisiteces y de gente. 



















El día acaba con una excursión a la montaña Grouse, de 1000 m. de altura y a la que se llega en un teleférico casi perpendicular. En invierno hay pistas de esquí, pero aún no ha nevado y visitamos una reserva extensa en la que se pasea un oso pardo, indiferente a las cámaras que lo fotografían. Un poco más allá hay una exhibición de animales de presa amaestrados, aguiluchos, buhos, alcones, águilas no sé si reales pero de envergadura, que vuelan con una rapidez y una precisión sorprendentes hasta las manos de sus adiestradores para poder recibir su premio en carne. Sus vuelos sobre nuestras cabezas son rasantes.




















La vista panorámica de la bahía de Vancouver es magnífica, a pesar de las nubes y la llovizna. La zona del extrarradio, residencial y carísima exige desplazamientos al centro para ir a trabajar o de compras. Contrastan enormemente las casas unifamiliares que se intuyen de lujo, con las construidas para la reserva de los nativos. todas de madera prefabricada. El entorno en cualquier caso asombra a quienes venimos del Mediterráneo.  La lluvia y el frío, más la oscuridad invernal deben de hcerlo menos bucólico de como se ve ahora.



















Al día siguiente nos espera la primera gran excursión a la zona de los fiordos, sí, aquí también los hay, pero lo dejo para la próxima entrada. 

José Manuel Mora.

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