Canadá occidental: Whistler. II

"Sea to sky"

Según dice nuestro programa de viaje hoy tomaremos una autopista que se denomina "Sea to sky" que, como su propio nombre indica, señala que nos llevará desde el mar hasta las nubes. Lo del cielo me parece exagerar. Llueve continua y mansamente. La niebla en el exterior y el vapor de nuestras respiraciones crea una capa translúcida que nos dificulta la visión. todo es así más irreal, casi mágico. El guía, Javier, un madrileño joven con años por aquí, nos habla del fiordo que vamos bordeando, de su profundidad, de cómo el mar lo invadió cuando los hielos se retiraron. Le tenemos que echar imaginación. Y así llegamos a Capilano, cuyo nombre corresponde a un río y al puente colgante que lo cruza. Se halla suspendido a setenta metros por encima de las aguas y tiene 140 m. de largo. Felizmente llegamos de los primeros (al año recibe unos 800.000 visitantes a pesar de ser privado y por lo tanto, de pago) y hay poca gente atravesándolo, con lo que las vibraciones y el balanceo no son excesivos. con todo el suelo es de lamas de acero que permiten ver el vacío bajo los pies, lo que lo hace todavía más excitante para los amantes de la adrenalina. Abstenerse quienes tengan vértigo.  


 





















Al otro lado del puente uno se siente trnasportado al país de los elfos, o a un bosque de druidas con abetos altísimos y a un ambiente de selva sin calor, pero igual de húmeda. Da la impresión de estar en una una inmensa catedral de troncos, jojas,  nubes y lluvia., cuyo interior trae a la cabeza los grabados imposibles de Escher. Se inicia una pasarela de madera que va colgada de los árboles. Como sigue lloviendo, está resbaladiza y hay que andar con tiento. Vamos todos enfundados en unos plásticos verdes que nos hacen sudar a modo, pero lo hacemos con buen talente y muy divertidos por el tono de aventura a lo Indiana Jones del lugar. Hace poco han añadido un recorrido en acero sujeto a una pared cortada a pico sobre el lecho del río, que allá abajo casi ni se escucha, mientras se deliza plácidamente hacia el cercano océano. El tránsito del puente principal, de regreso, parece una romería de paraguas y chubasqueros. Chinos, chinos, chinos...



 

 



















La catarata Shannon, que se despeña desde los 335 m. en sucesivos saltos, es la siguiente parada. Por un sendero abovedado de árboles que bordea el riachuelo proveniente del salto, se llega casi al mismo pie de la cola de agua tronante y blanca que nos acaba de mojar del todo, lo que todavía nos hace estar más gozosos. Parecemos criaturas. El circuito casi se completa con la subida a una "góndola" de teleférico que nos permite salvar una pared enorme de duro color gris. En lo más alto hay un mirador sobre el vacío y el fiordo allá lejos entre la bruma. Con sol debe de ser glorioso, pero con esta neblina que se deshilacha por momentos también tiene su encanto. Y hay también un nuevo puente colgante de acero que por estar vacío tiene su punto.


 


 


















En la cestita que nos baja a ras de suelo, vamos con una matrimonio mexicano divertido y culto. Ella ha visto "La casa de las flores", lo que nos permite platicar en plan cómplice. Viajan con su nieta. El recorrido siguiente atraviesa unas vías de tren que no parecen llevar a ninguna parte. Se adentra en un bosque encantado de troncos derribados cubiertos de líquenes, piedras que parecen basalto, desmoronadas desde lo alto con verdín atrayente y que parecen colocadas estratégicamente, como en un sabio decorado teatral. El mago Merlín podría aparecer en cualquier momento.





 


















El sendero nos conduce a una nueva catarata que se despeña desde un balcón estecho, al estilo de la del río Mundo, alta entre los abetos y rugiente por la cantidad de caudal que lleva. Los estratos del terreno se pueden estudiar a la perfección. El agua da la impresión de desaparecer como absorbida en su lecho pero, con una mayor perspectiva y con la niebla por fin levantada, vemos que va a parar al fiordo, que ahora se deja contemplar en toda su grandeza. Sus aguas, encerradas entre montañas son de un plácido turquesa, color que veremos que se repite, pues no es otro que el de los árboles que lo circundan. Las imágenes no dan idea de la grandeza del lugar y de la pequeñez que uno siente frente a él al avistarlo casi en soledad. Nos hemos quedado solos.



















Whistler, el objeto y final de la excursión es un pueblo que se creó como estación de esquí. Con los Juegos Olímpicos de invierno de 2010 se expnadió enormemente. Está peatonalizado y, aunque tiene un cierto aire alpino y sus calles están peatonalizadas, lo vemos sin gracia ninguna. Es cierto que ese alto en el camino nos permite comer en uno de los numerosos restaurantes para turistas, completamente intercambiables. De regreso paramos ante una mole de bsalto, el Chief, sólo superado en altura por la de Gibraltar. Con todo, lo que nos deja fascinados es el camino de vuelta, a ras de mar, con las montañas del otro lado del fiordo, coronadas de las primeras nieves y todavía envueltas en la ruma. Es una puesta en escena perfecta para el final del viaje.


Y aún tenemos arrestos para volver a salir del hotel, ya de atardecida, y recorrer la  Robson St. Pasamos por delante de la Biblioteca Pública de la ciudad, de un posmoderno circular, con atrio abovedado de cristal que conforma una plaza para los usuarios ávidos de luz y wifi. A ras de calle se ven los compactus en el interior del edificio y los puestos de lectura. Me quedo con las gans de una visita de especialista. Desde allí se llega en un paseo hasta el Place Stadium iluminado en verde. 



 

 



















Todo tiene ya un aire fantasmagórico. Se nota que es domingo y casi no queda gente en las calles. La sensación de seguridad es total. Curiosamente el teatro, The Vancouver Playhouse, cuya caja está iluminada de azul, sigue abierto. Esa hubiera sido otra experiencia, pero el cansancio nos puede y el hotel nos espera porque toca hacer equipaje pequeño para el viaje de mañana. Merecerá la pena seguir con la lectura.



























 José Manuel Mora.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Hola Josema:
podrías escribirme a la siguiente dirección:
acostamoriel@abacorporation.mx

Tengo unos videos que prometí enviarte cuando coincidimos en Victoria (Canadá)

Soy Ruth

Saludos mientras tanto
Unknown ha dicho que…
Soy una despistada y apenas te he leído, por eso he vuelto a escribirte. Aunque hace unos días te quise contactar en otra de tus etiquetas, No se si lo recuerdas, pero no soy de redes sociales, por lo que me considero una verdadera neófita en estos asuntos de la tecnología.
Me halagó mucho que nos mencionaras; gracias a la nieta es que puedo ahora mismo entablar este monólogo, pero es que no le sé bien a ésto y ella me ha ilustrado cómo llegar a tí. (al fin jóvenes que nacieron y crecieron con la tecnología como si de comer se tratara)
Estoy fascinada leyendo todo tu acervo.
Espero tus noticias para hacerte llegar los videos de tu encanto personal, a través de tus poesías, además de que me recuerdes la cantidad de películas que nos recomendaste mientras viajábamos por aquellos lares y que según yo las anoté, pero terminé arruinándolo por un fallo en mi dispositivo (celular, como le llamamos aquí en México) o móvil como le llaman ustedes.

Afectuosamente,

RUTH Acostamoriel