El reino, de Rodrigo Sorogoyen

 Merder.

Hay veces en que se acumula la faena y no da tiempo a todo. El inicio del curso siempre trae novedades. De un lado escribir sobre mi viaje a Canadá, de otro el principio de las clases de español al alumnado de Cruz Roja, con nuevo nivel y nuevo material, además de retomar los ensayos de canto coral y ver varias cosas que se han estrenado. No da uno abasto. Ayer tenía que asistir a la proyección de Cold War, antes de que la quitaran y comentarla después. Y hoy era el turno de El Reino, de  Rodrigo Sorogoyen, de quien ya vi dos trabajos suyos previos: Stocholm (2013), que dejé sin comentar aquí, y la estupenda Que Dios nos perdone.  Este chaval llegará lejos. Él y su coguionista, Isabel Peña, que ya participó en la citada anteriormente.


La peli viene ambientada en 2007, justo antes del estallido de la crisis, cuando algunos creían que la fiesta no se acabaría nunca y que de suceder no les tocaría a ellos porque la sensación de impunidad era total. El inicio es sintomático, con las comidas con marisco y los paseos en yate y las referencias a Suiza y Andorra. La naturaleza imita al arte, aunque sea ex ante. Era como estar repasando viejos periódicos o imágenes vistas en la tele. Pero nada es para siempre. Y, como en cualquier telediario de ahora mismo, las noticias sobre corrupción empiezan a sucederse, las cabezas empiezan a rodar y los que están dispuestos a tirar de la manta para aminorar sus condenas, lo hacen. Y ya no son problemas individuales Son asuntos que afectan a todo un partido, da igual el color; y a todo un país. Si se destapa el entramado de cohechos, sobornos, cobros en B, recalificaciones y ventas a precios estratosféricos, reparto de subvenciones europeas... todo el sistema saltará por los aires. Pero "el poder protege al poder" y así, cuando éste se ve en peligro, está dispuesto a todo con tal de mantenerse en la burra. No hay ubicación concreta ni se precisan los partidos afectados. No hace falta. La corrupción es general.


Además de los políticos y de los empresarios que los corrompen, también hay su tanda para los medios de comunicación que, pretendiendo denunciar, hacen buen negocio de la presentación de todos estos escándalos. Todo ello se plasma en la cinta mediante unos diálogos sin desperdicio y con un ritmo trepidante de planificación, largos travelings que siguen el paso del protagonista y que pueden dejarlo a uno exhausto por tanta adrenalina generada tras las dos horas de metraje. No hay banda sonora, pero el golpeteo salvaje y electrónico de Olivier Arson, acompaña los momentos más intensos. Y ese perpetuum mobile del personaje principal es una constante huida hacia adelante sin conocer adónde se quiere llegar. Antonio de la Torre está presente en toda la cinta y carga sobre sus espaldas el hacer cercano a un personaje inmoral pero que es capaz de presentar un perfil humano. Está superlativo, como suele.



Ana Wagener es esa secundaria perfecta y que aquí da la talla como cabeza del partido corrupto, con un acento andaluz tan impecable, como su lenguaje políticamente incorrecto, el del poder. Y Luis Zahera, a quien he visto en un montón de pelis sin quedarme con su nombre y que, tras la escena en el balcón, de un histrionismo necesario, no creo que se me despinte. Por no hablar del monstruo, Josep Maria Pou, aquí el jefe de todo esto. Imponente y peligroso con gestos mínimos. Una panda de gente de mucho dinero y de mucho mal gusto, ese que siempre señala la ostentación. Bárbara Lennie cierra la peli en un cara a cara brutal con de la Torre en presencia de las cámaras de televisión. La respuesta, después de la publicidad. Aunque todos sabemos ya, a estas alturas del telediario, cuál es la respuesta, y da gusto ir viéndolos entrar en chirona.
 José Manuel Mora.



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