La vuelta de Nora, Casa de muñecas, 2; de Lucas Hnath

 El portazo.

No sé el tiempo que hace que vi la pieza original, Casa de muñecas, de Henrik Ibsen; tantos que ni siquiera recuerdo cuál fue el reparto ni quién interpretaba a la protagonista (¿en teatro o en televisión?). Sí se me quedó grabada con fuerza la última escena: el portazo que daba Nora a su pasado, a lo que ella siempre pensó que era su confortable vida, tras descubrir el egoísmo de su marido y harta de ser una muñeca en sus manos, y en una sociedad donde lo que se esperaba de ella era la aceptación de ese papel y su sumisión a las normas. Que una mujer abandonara su hogar, dejando atrás lo que más quiere en el mundo, a sus hijos, para encontrar su lugar en el mundo, debió de suponer un auténtico escándalo, hasta el punto de prohibir su estreno. Acabó  en las tablas de un teatro de Copenhague en 1879. No quiero ni pensar lo que la pacata sociedad bienpensante española, bajo la potente férula de la Iglesia, sintió al llegar a Barcelona en 1893 en manos de una compañía de aficionados. En Madrid se estrenó en 1899.  La mujer aparecía juzgada desde la óptica masculina, única existente, social, religiosa y jurídicamente. Ha llovido mucho desde entonces. 


El autor de la secuela es  Lucas Hnath. Se trata de un relativamente joven autor estadounidense. Lleva escribiendo teatro desde 2012, ha recibido múltiples premios y la presente se estrenó en Brodway en 2017, así que podemos presumir de rabiosa actualidad gracias al Teatro Principal de Alicante, bajo la cuidada atención de su director, F. Sanguino, puesto que estamos ante un estreno nacional, lo que por aquí no es muy frecuente. Como "continuación", no me provocaba demasiado asistir a la función, a pesar de que la protagonista me parece una actriz que pone toda la carne en el asador en sus encarnaciones teatrales. Mis amigos Clara y Aurelio han sido los que con su generosidad me han animado a ir. La puesta corre a cargo de Andrés Lima, director de quien creo que se puede uno fiar desde su paso por la compañía Animalario, además de lo que supone que haya recibido el Premio Nacional de Teatro y varios Max. Decía que ha llovido mucho desde entonces y que probablemente Ibsen, aun siendo un escritor progresista, ni por época ni por ideología fuera un autor feminista; faltaba mucho para que las sufragistas se pusieran en marcha, aunque ya se había publicado la obra de la inglesa  Mary Wollstonecraft Godwin, capital para los inicios del movimiento, The Vindication of the Rights of Woman, 1792.



La obra arranca con esa vuelta de Nora a la que fue su casa, tras quince años de ausencia y silencio y con una defensa a ultranza por parte del personaje referente a su marcha anterior, impulsada por la necesidad de ser ella misma, de lograr escuchar su propia voz, aun a costa de las dificultades y de la soledad que conlleva el paso dado. Y tras su exposición escuchamos la perspectiva que de esos hechos tiene la criada, Torvald, el marido, y por último la hija pequeña, ya una mujer, que todavía vive en la casa. Cada uno expone sus razones y en ese sentido la obra no resulta panfletaria ni maniquea. Son cuatro seres humanos que buscan ser un poco felices a pesar de las barreras que la sociedad les opone a todos ellos. Hay una necesidad imperiosa de hablar para reconocerse frente a los demás y ser reconocidos como individuos que desean gestionar sus propias vidas, lo que no siempre resulta posible. El argumento de Nora como autodefensa ante el abandono de sus hijos resulta irrebatible: si el que abandona el hogar es el padre, la madre tendrá que hacerse cargo. Lo contrario se considera monstruoso. Hnath no se atreve a enmendarle la plana a Ibsen, pero construye a mi modo de ver una obra algo discursiva e incluso a veces reiterativa.
 

 No sé si es defecto del texto, de la puesta, con ese escenario tan desnudo, con esas luces tan hirientes, o de la falta de rodaje de una obra que se estrenaba esta noche. O bien los actores (Aitana Sánchez-Gijón, como Nora; Roberto Enríquez, en  el papel de Torvald; María Isabel Díaz la criada y Elena Ribera haciendo de hija) estaban demasiado contenidos por los nervios, o por la dirección, que así se lo ha marcado, el caso es que, salvo algún momento puntual, la representación me ha parecido glacial, como si las emociones de los personajes no lograran transpasar la famosa cuarta pared para llegar hasta donde estábamos. El público, que abarrotaba el teatro, no ha pensado lo mismo, puesto que ha aplaudido puesto en pie, obligando a salir al director y resto de responsables. El último parlamento de Nora resulta premonitorio. Las cosas no van a ser fáciles y seguramente tardemos más de lo que desearíamos en ver cambios reales que lleven a la igualdad entre varones y mujeres. Mientras tanto habrá que seguir peleando codo con codo por  que todos podamos tener nuestra propia voz, sin manipular ni oprimir a la persona con la que se comparte la vida de manera voluntaria y mientras dure el deseo de seguir juntos. El amor no es lo mismo que el matrimonio, se dice en la pieza. Para mucha gente, entre quienes se incluyen seguramente quienes aplaudían, eso seguirá siendo difícil de asumir. Queda mucho trecho para recorrer en el camino de la libertad y de la igualdad entre los seres humanos.

José Manuel Mora.

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