Las Rocosas: Mount Robson. VI

 Ahora sí: las Rocosas.

La segunda y seguramente última paliza autobusera. Hoy 430 kms. Ha amanecido nublado y, el paisaje sigue siendo el mismo: árboles altos en las laderas en las que se enganchan nubes deshilachadas, algunos que se han vuelto locos de otoño o han enrojecido de vergüenza tal vez, y el Thompson que continúa a nuestra derecha. En abrupto contraste algunas lomas están completamente devastadas por los incendios. El cambio climático afecta a todo el planeta y parece que aquí los ha habido importantes. El panorama recuerda a un ejército derrotado, caído en la batalla, del que algunos soldados se mantienen en pie contra todo pronóstico, rodeados de los que sucumbieron, que yacen en tierra.










Y hacemos una parada técnica en Clearwater. Los locales siguen dando muestras de lo hábiles que son trabajando la madera. Lo bueno de llevar a Graciela es que se trata de una experta que conoce bien la ruta y sabe cómo va a encontrarse cada cosa. Parece que por fin vamos entrando en la cadena montañosa que hemos venido a ver: Las Rocosas. Atravesamos viejos puentes que, sin ser los de Madison, tienen la belleza ajada de la ingeniería del hiero finisecular, finisecular del XIX. Algunos picos comienzan a blanquear. Algunos moteles junto a la carretera tienen todo el aire de una peli de Tarantino, en medio de ninguna parte, sin gracia alguna, aunque no sean tan cutres como los que vi en los USA hace ya tantos años.











 















Sin esperar nada se viaja mejor. Y así, Graciela nos tiene preparada una sopresa: las cataratas Rearguard que son el límite de las 800 millas que son capaces de remontar los salmones desde el Pacífico. Sólo algunos, los más fuertes y grandes. logran llegar hasta aquí en verano. Una senda de tierra serpentea entre árboles que están amarilleando. Y por fin la balconada sobre la corriente, que llega mansa y se rompe entre rocas negras en medio del agua. Nos quedamos mudos. El verdor entre diamantino y esmeralda contra la dureza de la piedra milenaria, el fragor espumoso de su caída y la tranquilidad de la derrota en su curso inferior por donde continúa como si nada, nos tienen fascinados. Fotos, fotos, fotos...






 




















Es una lástima que las nubes hayan decidido bajar hasta tocar los picos de la cordillera. Así sólo podemos intuir el imponente Mount Robson, de apenas 3.800 m., uno de los puntos fuertes del viaje de hoy. Llegamos a intuir que algunas de sus nieves son perpetuas. También es cierto que esa especie de niebla que corona toda la montaña le da un aire casi fantasmal, como de cuento infantil. Uno podría imaginar aquí mil aventuras para una peli o un tebeo de mi infancia.  Y para compensar la mala calidad de nuestras fotos dejo aquí, con el Copy correspondiente a Graciela, una imagen de lo que debe de ser ver esta cresta con sol y buena luz. No hará falta decir que, por mucho que se hayan visto documentales o imágenes de todo ello, la vivencia real frente a la mole lo hace a uno sentirse pequeño hasta que se le encogérsele el corazón.



















Comer en el restaurante de carretera que la guía conoce, frente  a semejante picacho, es todo un espectáculo que deberían cobrar como extra. El ventanal frontero posibilita su vista mientras una sopita de verduras con lentejas y sángüiches de ahumado y pollo con cervecitas, por el módico precio de 12€ cada uno nos sacia bastante. Una risa, para los precios canadienses. Es tan sólo un tentempié para aguantar hasta el hotel y la cena. 


Se nos advierte que, conforme nos adentremos en la provincia de Alberta, el arbolado verde intenso que nos ha ido acompañando, irá siendo sustituido por árboles de tono rojizo. Lo que nos parece una nueva fantasía paisajística es una auténtica desgracia: se trata de un insecto cuyas larvas se alimentan de la sabia de los ejemplares hasta dejarlos secos y de ese color entre rojo y mustio, ahora ya tan triste para quienes estamos en el secreto. El único consuelo que queda es que la madera se puede aprovechar y se tala y que los encargados de hacerlo se comprometen a reforestar. Y también que los de Columbia han sido capaces de prevenir la plaga y allí no ha llegado a afectar. Desde el mismo autobús salta la sorpresa en la cuneta de la carretera o al otro lado del quita miedos.
















El lugar de reposo vuelve a corresponder a la cadena Fairmont: el Jaspers Park Lodge. Se diseñó inicialmente en los años treinta del pasado siglo para acoger a los trabajadores del ferrocarril. Luego se remodeló a lo grande en los años 50 para atraer turistas a este lugar casi mágico, frente al lago Beauvert y en medio de un inmenso bosque. Se trata de un edificio extenso de una sola planta, aunque las tiene subtrerráneas, con lo que no rompe el paisaje, y de toda una serie de cabañas situadas entre los árboles del parque. El interior es cálido, todo de madera, de techos altos y con espacios variados según el momento o la finalidad. Una chimenea alta y ardiente y unos amplios ventanales que enfrentan el lago y una especie de jacuzzi/piscina en la que, a pesar del frío, la gente se está bañando. Aquí sí deben ser aguas termales.














La cena vuelve a estar incluida y es probablemente la comida más exquisita que hemos probado en este país, que no se caracteriza por una cocina demasiado específica. Crema de maíz, pescado blanco sobre lecho de pasta y postres deliciosos. Al acabar la cena, de camino a nuestra cabaña, me quedo enganchado en un singer extraordinario que canta sin que nadie le haga demasiado caso al parecer. A mí me hace seguir el ritmo y ponerme a bailar. El hombre me lo agradece con un gesto de cabeza y una sonrisa. No queda casi nadie. En medio de la noche, el frío y algo de lluvia nos reintegramos a la cabañita. Mañana toca madrugar.




Aunque el vídeo esté de lado, lo dejo para que escuchéis cómo cantaba el hombre.

José Manuel Mora.

Comentarios