La maldición de Hill House, de Mike Flanagan

 Terror psicológico.

No soy amigo del género de terror. Siempre me pareció algo efectista y repetidor de fórmulas tendentes al chirrido de una puerta, la oscuridad y el grito, con una potentísima banda sonora y mucho efecto especial y buenas capas de maquillaje. Por supuesto he hecho excepciones. Recuerdo con auténtico placer la serie de TVE, Historias para no dormir, dirigida por Narciso Ibáñez Serrador. Es verdad que tenía otra edad. Aún hoy me he perdido toda la saga de Crepúsculo y aquella otra de muertos vivientes de tantísimo éxito entre la juvenalia y tan adecuada a la noche de hoy, previa a Todos los Santos y al día de los difuntos. Pero a veces basta leer una buena reseña para que le entren a uno ganas de conocer algo que caba de estrenarse desde la factoría de Netflix. Parece que se trata de retomar la historia homónima de los años cincuenta, escrita por una autora para mí completamente desconocida,  Shirley Jackson (allá por 1959) y que ha sido adaptada por el director y guionista de algunos de los capítulos, Mike Flanagan, especialista en filmes de terror, del que no he visto nada con anterioridad. Se trata de la serie estadounidense, muy comentada a lo largo de este mes de octubre, La maldición de Hill House. Entrar una historia sin apenas referencias previas es más estimulante, creo. Y eso me ha pasado a mí. Como he terminado la bitácora de mi viaje a Canadá, he podido practicar el "maratonismo" serial y verme los diez capítulos en apenas dos tardes, sin poder cortar.




 


















Para cualquier mente infantil, al menos para las de mi época, entrar en una casa abandonada y con poca luz, podía convertirla de inmediato en una "casa encantada". Cualquier crujido de madera o chirrido de un gozne nos hacía salir de estampida. Por eso disfruté tanto ya con quince años de la versión fílmica de Otra vuelta de tuerca, de Henry James, con la subyugante Deborah  Kerr en un opresor B/N. Así que puedo entender perfectamente el miedo de los pequeños gemelos de  la familia Craig ante noches de apariciones que intentan resolverse con el abrazo de los padres. Si a eso se le añade un montacargas que baja a subterráneos llenos de polvo, un cuarto cerrado del que no hay llave, una amiga invisible, hipersensibilidades sensoriales heredadas de la madre, y un padre empeñado en restaurar el caserón para sacarle luego una buena plusvalía, tenemos los ingredientes habituales para estar dispuestos al susto. Pero la historia inmediantamente deviene en algo más complejo, cuando conocemos a los personajes ya adultos (la mayor, que regenta una funeraria, con el recuerdo obligado de la magnífica A dos metros bajo tierra; el segundo, escritor de éxito de libros de terror, descreído de lo que se supone sucedió en su casa; la tercera, psicóloga infantil que intuye realidades oscuras bajo los terrores de los niños que trata; y los dos gemelos: él, drogadicto reincidente y ella incapaz de dormir desde niña ante la presencia recurrente de una mujer con el cuello torcido). Con todo ello no estamos ante lo esperable, sino ante horrores explicables desde la historia personal de cada personaje, todas ligadas al viejo caserón y que acaban convirtiéndose en un dramón familiar, y las etapas  que se suelen atravesar para superar el duelo: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. Cada uno de estos estados vendría representado, según su creador, por uno de los cinco hijos de esta dolorida familia.



Lo que más me ha gustado tiene que ver con el dibujo de personajes, auténticos seres atormentados por sucesos de su pasado, como todos lo estamos de un modo u otro, complejos, contradictorios, vivos... Y, junto a esto, la doble línea narrativa, pasado y presente, potenciándose, explicándose mutuamente, acentuando lo que vemos, con una maestría en la planificación que hace que parezca un juego de niños pasar de un plano a otro, sin forzar nada, con total naturalidad, con un simple cambio de plano o una puerta que se abre a un tiempo diferente. Es como si se estuviera ante pases de prestidigitación. La intriga se ofrece en dosis casi homeopáticas, que le van haciendo a uno anticipar algo, o bien tener la certeza de que hay cosas que no sabemos y que explicarían los comportamientos de los personajes adultos. Iremos sabiendo cosas conforme avanza la serie.




El capítulo sexto, "Dos tormentas", funciona como gozne de la serie, puesto que en él empiezan a desvelarse las claves de la historia y está rodado en planos secuencia que quitan el hipo. Se trata de una auténtica coreografía de balé en la que los actores, siempre en situación emocional precisa, las cámaras, la iluminación y todos los que ayudan a rodar la escena han de estar perfectamente sincronizados. Sin embargo, y sé que con lo que voy a escribir me salgo de lo laudatoria que ha sido la recepción de la serie, a veces éstas, con tal de llegar a la duración estándar de capítulos, estiran el argumento innecesariamente. Y algo de eso me parece que hay aquí, con un continuo  volver sobre lo ya sabido, aunque ahondando en detalles. Hasta la resolución final. Me ha parecido algo excesivo por momentos.


Del elenco que integra el reparto sólo conocía con plena conciencia al que actúa como padre joven, Henry Thomas, el que fue niño prodigio en E.T., y su correspondiente adulto, Timothy Hutton, a quien he visto desde sus tiempos juveniles en sucesivas apariciones y que aquí aporta el peso específico de la veteranía. Mención especial merece Elizabeth Reaser, espléndida como la hija racional y estable que acaba de propietaria de una funeraria, y la magnética Carla Gugino, como la matriarca, con un aire gótico, frágil y atormentado. Espero no olvidarlas. A Michiel Huisman, el hijo mayor, lo tenía fresco al haberlo visto en la última peli comentada aquí, La sociedad literaria y el pastel de piel de patata, y lamento mucho no haber podido ver la serie en V.O.S., porque el doblaje era bastante deficiente. De su papel en Juego de tronos, con tanto personaje como hay, he de confesar que no lo tenía individualizado como conquistador de Daenerys Targaryen. Y a Oliver Jackson-Cohen, el pequeño de los gemelos, lo había disfrutado en unpapel que ha llegado poco por ser en una teleserie británica del año pasado, de dos horas de duración, producida por la BBC y que no dejo de recomendar, Man in an Orange (Shirt https://mbadalicante.blogspot.com/2018/08/man-in-orange-shirt-de-michael-samuels.html). 

 
Dicho todo lo anterior, he de reconocer que la he visto con gusto al no estar salpicada de sangre de botella, ni de sustos magnificados por la banda sonora o gritos espeluznantes. Los amantes del género la disfrutarán y los que no lo sean tanto pueden entrar en una historia con aire ya de "clásico". Amenazan con una segunda temporada. No creo que la siga.
 
José Manuel Mora.



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