La sociedad literaria Guernsey y el pastel de piel de patata, de Mike Newell

 Espacio de libertad.

Suelo indicar qué me lleva a ver a una peli, como suelo contar también qué me impulsa a leer un  libro. Aquí el estímulo provenía de una parte del título, "la sociedad literaria", y el haber visto en el tráiler que un grupo de gente se reunía para leer juntos y comentar lo leído. Ahora que los artilugios electrónicos parecen estar condenando a los libros en papel a su desaparición, profecía antigua que no lleva trazas de cumplirse, a juzgar por el número de ejemplares que se imprimen y se venden, saber que en Cocentaina, Algorfa, Tibi, por citar sólo tres poblaciones en las que conozco a sus bibliotecarias (lo siento, Pere), se mantiene una inveterada costumbre, la de leer en comandita y comentar luego, los antiguos "clubes de lectura", me llena de enorme alegría y del convencimiento de que no está todo perdido. En mi época no existían, o no lo supe nunca, pero sí que disfruté del enorme enriquecimiento que para mí supuso el cine club universitario al que asistía en mis tiempos salmantinos. Los comentarios tras la proyección, así como su presentación previa de autor y movimiento, me aportaban un montón de conocimientos que no tenía y me ayudaban a "leer" mejor lo que había visto. Piensan más varias cabezas que una sola. Así que, en los pueblos citados, como en tantos otros que desconozco, carentes de otros foros culturales, la existencia de estos grupos de personas, apasionados todavía por la lectura y espoleados por los expertos que logran atraerlos, supone una posibilidad de socializar, en primer lugar y en segundo lugar, un "espacio de libertad" en el que compartir, discutir y contrastar lo que uno ha leído con la forma en que los demás lo han hecho. A Dolors, a Manuela, a Pere, todos ellos relacionados con mi antigua actividad en el Módulo de Biblioteconomía que da título a este blog, van dedicadas estas líneas. Ellos son conscientes del la importancia de la labor que llevan adelante, más cuando su público es mayoritariamente femenino. Las encuestas confirman año tras año que no hay "lector medio", sino "lectora media". Ellas leen mucho más que nosotros.

 






















El director del filme,  Mike Newell, no me sonaba por su nombre pero, al indagar en el buscador que de tantos apuros me saca, me entero de que ha firmado títulos que sí que he visto con agrado, Cuatro bodas y un funeral (1994), o La sonrisa de Mona Lisa (2003), entre otras. Muy british, el señor. Y aquí parece haber elegido además a dos escritoras estadounidenses, Mary Ann Shaffer y su sobrina, Annie Barrows, coautoras del título homónimo de 2008 publicado por Salamandra y que dejo arriba, por si pica alguien. Del mismo, modo la protagonista es una mujer, insegura aspirante a escritora quien, al recibir una carta desde la isla de Guernsey, en pleno canal de la Mancha, pero más cerca de Francia que de Inglaterra, y que por eso fue invadida por los nazis, descubre a un grupo de personas que se reúnen en la casa de una de ellas a leer en voz alta, a discutir sobre lo leído, a contrastar sus opiniones sobre textos y autoras. Y decide ir a visitarlos. Allí descubrirá que la guerra sigue presente en ese 1946 en el que se desarrolla, en la memoria de sus gentes y en sus vidas, traumatizadas por el horror vivido.


La manera en que el director va presentando los detalles de ese grupo de gente aparentemente estrafalario y que guarda un secreto en su interior es gradual y está perfectamente medida, en la medida que corre en paralelo a los decubrimientos que la futura escritora va realizando en el trato con todos ellos, al igual que el dibujo de sus personajes. La ambientación y las localizaciones son, como suelen en el cine británico, exquisitas. Del mismo modo que la interpretación de la para mí desconocida Lily James en el papel protagonista y su oponente, el muy creíble Michiel Huisman, a quien no he relacionado con el hijo mayor de la familia de The Haunting of Hill House que estoy viendo ahora y de la que hablaré próximamente. Sin embargo este tipo de pelis inglesas destacan por sus secundarios, y entre ellos esta vez había uno de lujo, el magnífico y veterano Tom Courtenay, que me captó en sus orígenes con La soledad del corredor de fondo (1962) y al que he seguido hasta su 45 años (2015). Viéndolo envejecer con dignidad y sabiduría, me doy cuenta de que no es el único que se hace mayor. Está espléndido. El que al final la cinta resulte algo convencional en su desenlace no empaña el trabajo bien hecho y la afabilidad que se desprende de sus imágenes. Con todo me ha gustado el arranque final de la protagonista, seguro que poco habitual para la época. Esos clubes de lectura siguen siendo la muestra de lonecesarios que siguen siendo los libros y quienes saben recomendarlos, ponerlos en circulación y desentrañarlos a través de un buen libro-fórum. Larga vida a las historias que nos siguen abriendo ventanas a la imaginación y a espacios de mayor libertad donde desarrollarnos.

José Manuel Mora.



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