Lazzaro feliz, de Alice Rohrwacher

Parábola neorrealista.

Empiezo a pensar que ni siquiera las reseñas que escribo en este blog me sirven para retener lo que veo. Es cierto que el nombre de la directora es de difícil pronunciación y tal vez por eso, cuesta retener. Sin embargo, cuando ayer fui al cine, lo hice llevado de un lejano rumor de crítica positiva leída sin mayor detalle, y no por el hecho de haber visto el título anterior de la creadora ya aquí comentado en 2015 y premiado en Cannes, El país de las maravillasAlice Rohrwacher se ha basado, para rodar su Lazzaro feliz, en un hecho real acaecido en los años 80 en Italia. Una marquesa explotaba a un grupo de personas como aparceros, figura desaparecida en las leyes italianas, para su industria del tabaco. No sólo no les pagaba, sino que siempre le estaban debiendo. Y ellos, desconocedores de otra realidad, aceptaban el hecho con naturalidad, incluso el no poder abandonar la tierra sin el permiso de ella, como los siervos de la gleba medieval. Se trata de una realidad atemporal, que me ha traído a la cabeza al grupo de peronajes de Delibes en Los santos inocentes. "Lo que mande el amo", decía uno de ellos.


Como a contrapunto a ese personaje banal en su maldad (Hannah Arendt dixit), en el grupo de campesinos trabajadores hay un muchacho de una bondad incontrovertible, Lázaro, a quien todo el mundo recurre para recibir su ayuda y de quien todos parecen olvidarse cuando se trata de compartir con él cualquier cosa. Como dice la malvada marquesa, " Yo los exploto, y ellos lo explotan a él". Viven en medio de ninguna parte, Inviolata, nombre bien metafórico, aislados de todo por un río cuyo único puente, que comunicaba el pueblo con el mundo lejano, se vino abajo. Los exteriores, rodados en los alrededores de Viterbo, parecen surgidos de una película de anticipación.


Y cuando el espectador no sabe en qué momento histórico está, aparece el hijo de la marquesa con un teléfono móvil: la actualidad. Y entre él y Lázaro surgirá una extraña fraternidad que este último mantendrá como un pacto firmado con sangre. En un giro sorprendente de guión, premiado éste  nuevamente en Cannes, los personajes han pasado a vivir en la ciudad, ¿Torino, Milano?, han envejecido, pero siguen malviviendo en la misma miseria, ahora en las afueras de la urbe, degradada y sucia. Y Lázaro se los vuelve a encontrar. Su bondad permanece y la utilización que hacen de él también. Hay aquí un tono marcadamente simbólico, que podía haber hecho descarrilar la película. La directora sabe mantener el pulso con una realidad reconocible, con aires de neorrealismo "revisitado", que dicen los modernos. Los críticos han hablado de De Sica, de Olmi, de Pasolini; a mí me han venido a la cabeza en esta segunda parte imágenes de Rocco y sus hermanos. Uno se pregunta todo el tiempo cómo resolverá la directora-guionista el asunto. Y la resolución no puede ser otra que la que nos ofrece.


Seguramente la peli no habría sido lo que es sin la presencia de Adriano Tardiolo, a quien veo por primera vez, y que tiene una mirada limpia y desarmante, solidaria y fraterna sin caer en la bobería. Y Rohrwacher vuelve a contar con su hermana como actriz, Alba Rohrwacher, espléndida y creíble en su acercamiento final a Lázaro. Sergi López aparece tan trasmutado, que me ha sido difícil reconocerlo. Los "secundarios" que conforman la troupe inicial no sé de dónde habrán salido. Si ha sido de una selección actoral, me parecen perfectos, pero podrían ser figurantes auténticos. No es una película al uso, de las que se suelen estrenar y, como he tardado en escribir estas notas, cuando quiera publicarlas habrán dejado de proyectarla en Alicante. En el cine éramos seis personas el miércoles. Cosas de la taquilla. Una lástima.

José Manuel Mora.




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