Moby Dick, de A. Lima y J. M. Pou

 Obsesión.

Entre mis múltiples lagunas, referentes a clásicos de la literatura universal, esos que se considera que deben formar parte del acerbo cultural de lo imprescindible, está un título mítico que no leí en su momento, Moby Dick, del estadounidense Herman Melville (1850). Sí vi la película que ponía en imágenes la historia y que me dejó hondamente impresionado. Para mí, el ballenero tendrá siempre la cara de G. Peck. Sin olvidar la imagen de un O. Welles tronante al inicio del filme de J. Huston, de 1956, tras la frase inaugural del narrador: Llamadme Ismael, que aquí es la que concluye el drama. Y es curioso porque, a pesar de saber que está rodada en color, yo la recuerdo en blanco y negro. Y eso que la he vuelto a ver en algún pase reciente en televisión. Y me preguntaba cómo habían podido pasar las cerca de setecientas páginas de la novela a los 80 minutos de la daptación teatral que, gracias a la renovada programación del Principal, hemos podido ver en Alicante. Efectivamente ha debido de ser una ardua tarea de traslación de la narrativa a las tablas la realizada por J. Cavestany que parece haber optado por quedarse con lo fundamental de la historia, la confrontación.  




Andrés Lima ha sido el encargado de dirigir la pieza. Aunque sus trabajos con el grupo Animalario han sido muy celebrados, la verdad es que se me han escapado todos. LLeva trabajando muchos años con Cavestany, lo que supone una ventaja a la hora de enfrentarse a un reto como éste. Ha debido de ser una tarea titánica, tanto la adaptación como la puesta en escena. Sostener en un único espacio escénico, inteligente y bellamente diseñado con esas imágenes en blanco y negro del mar embravecido, el conflicto interior del capitán Ahab, consigo mismo, con su dolor, con su tendencia suicida, con su enloquecida obsesión por vengarse de la ballena que lo mutiló (“Soy la locura enloquecida”), es muy difícil. Hay también un enfrentamiento externo, con los elementos, con los hombres de la tripulación del  Pequod, que se embarcaron para ganarse la vida y, viéndola en peligro, plantan cara al capitán que los lleva a una muerte cierta. Pero todo ello es duro de mantener emocionalmente y que logre traspasar la cuarta pared para calar en el sentimiento de los espectadores. Sobre todo porque es casi una única situación repetida in crescendo hasta llegar al encuentro con la ballena asesina. Hay ecos del coronel Kurz en ese largo viaje hacia la noche, hacia el corazón de la tiniebla blanca.

Josep Maria Pou es uno de los grandes de la escena española y yo lo he visto encarnar personajes muy diversos, desde el loco de El rei Lear (2004), a las órdenes de C. Bieito, hasta un personaje conmovedor en Arte (1998), en un mano a mano magnífico con Flotats. Sé pues de lo que es capaz y el capitán parece llegarle en el momento justo por edad y conocimiento. Sin embargo, junto a lo dicho más arriba, hay un handicap peliagudo: sostener ese tono embravecido todo el tiempo, aunque ya sé que no es una puesta naturalista pero su voz le ayuda, y luchar contra una sonorización adecuada para ambientar la pelea contra el monstruo blanco (qué difícil ha debido de ser grabar esos coros de melopea vocal), pero que en ocasiones se comía las palabras del actor. Estando impecable, no ha llegado a conmoverme. Lo he visto toda la función desde fuera, con un par de momentos en los que ha dejado de lado ese deambular enloquecido por el barco apoyado en su bastón: el enfrentamiento con el que se atreve a plantarle cara y al que mira a los ojos, y el pobre Pip, al que acaricia con ternura.




 Oscar Kapoya es un Pip al que parece que le han marcado una postura casi simiesca, de la que sólo se libra en los momentos en que tiene un arpón en la mano desde la borda del barco. Jacob Torres, hace de Starbuck y de Ismael definiendo ambos de manera diferenciada. Los dos están en manos de Ahab. Lo dejan solo en su enfrentamiento con la ballena en los tres intentos de lanzarle el arpón, con una solución escénica espectacular, como lo es el final, plásticamente perfecto, y que ha acabado arrancando aplausos interminables entre un público puesto en pie. 

José Manuel Mora.



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