Palermo es mi ciudad, de Simonetta Agnello

 Apegos.

Esta vez he llegado a este libro por dos razones: la primera, por la recomendación de su traductora del original italiano, mi amiga Teresa Clavel, quien ha realizado un trabajo de orfebrería, delicadísimo en la traslación de un idioma que, por ser bastante semejante al nuestro, se presta a los calcos semánticos y otros resabalones; la segunda, porque pensaba reencontrarme con la ciudad en la que pasé unos días espléndidos el verano pasado en mi viaje a Sicilia. Verme con el libro en la manos, de suave tacto en su cubierta y con la foto de la Fontana Pretoria, llamada de "la Vergogna", era un atractivo adicional. No había oído hablar de su publicación ni de su autora, pero la editorial ya me ha proporcionado buenos momentos de lectura. Por todo ello me decidí a iniciar la obra de AGNELLO HORNBY, SIMONETTA. Palermo es mi ciudad. Barcelona: Gatopardo ediciones, 2018. Animado también por no ser demasiado extenso, apenas 266 páginas, más el pertinente glosario para los términos que Clavel no traduce por ser específicos en la cocina tradicional siciliana.


La escritora, nacida en 1942 en la capital siciliana, vive en Londres prácticamente toda su vida adulta, donde trabaja como abogada. Ha presidido la asociación dedicada a las necesidades educativas especiales de los discapacitados y últimamente lucha por la eliminación de la violencia doméstica desde la Fundación Global para atajar ese problema. A pesar de no haberla oído nombrar nunca, ha escrito diversos textos narrativos. Comenzó con La Mennulara (2002), gran éxito de ventas, y ha seguido publicando incluso un par de títulos al alimón con su hermana Chiara Agnello: Il pranzo di Mosè (2014). También ha dedicado uno a la ciudad en la que vive desde hace más de cuarenta años: Mi Londres (2015). Pero como señala desde el título del presente libro, Palermo es "su ciudad" por decisión propia: "La ciudad entera sería , toda Palermo me pertenecía, como yo le pertenecía a ella" (pág. 27).


La narradora y protagonista, la propia autora, cuenta el cambio de localidad desde Agrigento, donde vivía con su familia, a Palermo en 1958, donde podrá estudiar. Si, como decía, creo que Max Aub, "uno es de donde hace el bachillerato", Agnello puede corroborarlo tanto como yo. Ella, nacida en la capital, se crió en la casa familiar de Agrigento, cerca de Mosè, donde su padre tenía tierras, y vivió su adolescencia en Palermo. Yo, nacido en Yecla por vacaciones escolares maternas, vine a vivir recién nacido a Alicante y, llegado el momento, entonces muy pronto, con diez años, empecé a subir al Instituto "Jorge Juan", donde pasé hasta los 17 años. Ese periodo en el que uno va soltándose de la tutela familiar, en el que va haciendo amigos "para siempre", aunque luego la vida acabe por separarlos, en el que se descubren los primeros libros recomendados fuera de casa (la terrible y entrañable Dª María Pascual, única catedrática de Lengua y Literatura en toda la provincia, influyó definitivamente en mi vida profesional futura), en la que los paseos por la ciudad se unen a momentos inolvidables como los vividos desde el mirador del Raval Roig frente al Postiguet, ese periodo nos marca indeleblemente porque nos conforma en sensibilidad y afectos. Soy alicantino, sin serlo, como Agnello es palermitana de autoadopción . 


















El ambiente familiar es el de una vieja nobleza venida a menos, a pesar de seguir usando los títulos en el trato con los que no pertenecen a esa clase, baronessa, principessa. Títulos que no dan de comer. "Ninguno de nuestros familiares tenía empleo" (pág. 37). De hecho pretenden vivir de las rentas de las tierras que poseen y de las que habrá que ir desprendiéndose con el consiguiente descalabro económico. Ese ambiente decadente me ha recordado al de El Gatopardo, de Lampedusa, ambientada en el siglo anterior, retrato de la clase declinante ante el empuje de Garibaldi y de la burguesía que lo apoyaba. Hay toda una serie de personajes, familiares directos y lejanos, amigos de la casa, sirvientes, que conforman una maraña que queda reducida a meros nombres, puesto que pocos llegan a individualizarse como personajes con profundidad psicológica. No es eso lo que parece importar a la autora. Ellos conforman el paisaje humano necesario para encuadrar sus reacciones y su aprendizaje, en el que se mueve la protagonista en medio de la ciudad y cerca del teatro Politeama, su punto de referencia. Una vez más se trata de un relato de aprendizaje.
Y, además de aprender a situarse, frente al cáncer cada vez más poderoso de la mafia y de su clientelismo impuesto entoda la isla, gracias a las opiniones de su padre, "Papá [...] creía en la democracia, lo había pasado mal con el fascismo y odiaba a la mafia" (pág. 39), o bien,  "como mi padre, yo también despreciaba la omertà" (pág. 180), hay otros aprendizajes más definitivos para ella. Por parte de su padre, el consejo que probablemente marcará su vida: "Debes trabajar" (pág. 188) y, situada entre las opiniones de su madre y de su tía respecto a la conducta esperable en una señorita de buena familia, pronto se hace consciente de que "en Sicilia había dos morales distintas, una para los hombres y otra para las mujeres" (pág. 114) y ello le conduce a sacar sus propias conclusiones: "¿Qué sentido tenía conservar la virginidad para un hombre que no era virgen? Me parecía una injusticia y una ofensa para mí, Simonetta, como mujer" (pág. 216). Por lo demás no hay en ese momento de paso de la preadolescencia a ser adulta ningún suceso drmático ni terrible: amistades escolares, primera asistencia al teatro Massimo para ver ópera o al cine con la carabina pertinente en la fila de atrás, primer baile, primeros viajes al continente o incluso al extranjero, primera decepción ante el mundo adulto... Todo contado con un esmero y una precisión como de encaje finísimo, desde las recetas culinarias familiares a las conversaciones espiadas a los mayores detrás de las puertas. Es experta la autora en trasladar sensaciones: "Sumergía la nariz en la seda, tratando de diferenciar el olor del polvo del que dejaba el humo, y también de identificar otros ocasionales: el denso y aromático del clavo cuando ponían encima de la mesa la cotognata para que se secara" (pág. 21). Y hay en el libro una apertura y un cierre casi simétricos de la vista de la ciudad: "Magnífica, incrustada como un broche de esmalte entre el verde de los huertos de naranjos y el azul del mar" (pág. 26) dice al principio, y que yo pude percibir desde el Monasterio de Monreale, desde donde se apreciaba toda la Conca d'Oro; para concluir: "O la ráfaga de intenso perfume de jazmín agarrado a la barandilla de un balcón hundido, que parecía que quisiera envenenarme con la belleza destrozada de mi Palermo. Majestuosa incluso en la sordidez". (pág. 227). Yo he visto ese derrumbe, hermoso incluso en su desvencijado desmoronarse palermitano. Libro, pues, lleno de una descripción prolija de sensaciones y vivencias, que pasan, como la vida misma, sin que nos demos cuenta, y que sirven para rememorarlas con el paso de los años.  

José Manuel Mora. 

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