Clerambault, Romain Rolland

 Contra la guerra y los nacionalismos que la provocan.

Sin proponérmelo e ido a parar a un libro que me parece adecuado, ahora que se acaba de cumplir el primer centenario del final de la Gran Guerra. Mi elección se debió a que no había leído nada de su autor, a pesar de haber sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura (1915). He de reconocer que la fisicidad del libro, su cubierta, así como el carmesí de las páginas de respeto de una editorial nueva para mí hicieron el resto. ROLLAND, ROMAIN. Clerambault. Historia de una conciencia libre durante la guerra. Barcelona: Editorial Contraescritura, 2018. Trad. Núria Molines, 255 págs. He de confesar que me han molestado las notas al pie, con letra tan mínima que tenía deficultad para leerlas. También algunas opciones de la traductora que no he encontrado en los diccionarios que he consultado, como "absurdidez", en vez de "lo absurdo"; o traducir "en casa de", calco literal del tan francés chez quelqu'un.


Rolland nació en 1866 y murió en 1944. Se licenció en Historia y ejerció como profesor de instituto antes de dar clase Historia de la Música, de la que era un apasionado, en la Sorbona. Abandonó la docencia porque pensaba que podría subsistir con sus textos literarios, lo que vino a confirmarse con la concesión del Nobel. Muy probablemente su actitud pacifista en plena contienda debió de influir en los académicos suecos. Su pacifismo lo entronca con otro grande de esa corriente de pensamiento, Tolstoi, pero sobre todo con Gandhi, a quien llegó a conocer. Viajó a la URSS invitado por Gorki y ejerció de forma no oficial como embajador de los escritores franceses en la época de Stalin. Tuvo tiempo de ver aún cómo su país era invadido nuevamente por los alemanes, lo que hizo que se encerrara en sus escritos. S. Zweig, que lo admiraba, escribió su biografía, El hombre y sus obras. De él dijo que era "la conciencia moral de Europa". Durante la contienda inicial fue desterrado a Suiza y allí se dedicó a trabajar a favor de sus ideas de pacifismo. Escribió novela, teatro y ensayo, biografías y unos cuadernillos de carácter autobiográfico.


En el origen del libro está la muerte de su hijo durante el conflicto armado que destrozó Europa del 14 al 18. La tragedia personal no hizo sino reforzar sus ideas. Aun teniendo un tono novelado, el protagonista no deja de ser un trasunto del propio autor. Zweig la considera una "biografía imaginaria [...] Rolland ha comprendido que la humanidad quiere que la engañen [...] para refugiarse en la tibia esclavitud de una ilusión colectiva [qué actual, ¿no?]" (págs. 7-8). Es el vivo reflejo de muchos sucesos de la vida del autor. La traductora, que ha preparado también esta edición, dice en una nota introductoria que "Clerambault al comenzar la guerra, aunque se considera humanista y pacifista, movido por la opinión pública, se vuelve un encendido patriota" (pág. 8). En la historia conviven diversas voces: la narrativa, la del protagonista a través de los escritos que publica, la reflexiva que no se pone en boca de nadie, pero que es claramente la del autor... El propio Rolland reconoce en una advertencia previa, escrita al finalizar la novela en 1920, que es "la Confesión de un alma libre en medio del tormento, la historia de sus errores, de sus angustias y sus luchas" (pág. 11). Antes de concluirlo afirma que "Este libro trata de cómo el abismo del alma colectiva engulle el alma individual" (pág. 13). Ya dentro del cuerpo de la narración insiste en esa idea: "La humanidad caminaba hacia el ideal del hormiguero" (pág. 20). Como sus coetáneos, artistas y literatos, "Clerambault sólo albergaba un deseo: unirse al rebaño" (pág. 27).


"Clerambault simpatizaba con los partidos progresistas, los obreros, los oprimidos, el pueblo -al que apenas conocía, pues era el perfecto burgués de ideas generosas y vagas-" (pág. 19). Un buen autorretrato inicial. Y como tantos de sus conciudadanos, llevados por estos altos ideales, se autoconvencía de que "hacer la guerra al enemigo era, todavía, desear la paz" (pág. 34; la cursiva es mía), sin caer en la cuenta de la flagrante contradicción. Para que todo ello salte en pedazos, es necesario que el hijo vuelva de permiso unos días. Quien había comulgado con el entusiasmo que invadía a los jóvenes franceses en los inicios del conflicto, "el desengaño le llegó allá, en contacto con el sufrimiento y la muerte de verdad [...] El abismo que había constatado  entre el frente y  y la retaguardia le parecía más profundo que el de las trincheras" (págs. 52-53). Y aquí no he podido sustraerme de las imágenes que tanto me impactaron cuando vi Senderos de gloria, de Kubrick. Y eso que la realidad era mucho más terrible que la recreada por el cineasta. Hay multitud de imágenes al respecto, incluso ya con color.


Pero todo va encharcándose a medida que la guerra se prolonga en las trincheras. "Los únicos que generan confusión son los que van a sacar provecho" (pág. 64 [la industria armamentística sobre todo, as usual]). Y viene la crítica a la intelectualidad belicista: profesores, filósofos, historiadores, científicos, religiosos... defensores de "la Familia, la Patria y la moral cerrada" (pág. 78); "tenéis las entrañas llenas de osamentas de muertos" (pág. 138).  Pero Clerambault se va haciendo consciente de que "la sangre de los jóvenes de Europa, de todas las naciones, salpica el rostro del pensamiento europeo" (pág. 70). Y, como reacción, tiene una idea premonitoria: "Ahora que se han logrado las unidades nacionales se gesta una unidad más vasta [...] ¿Será Occidente o Europa?" (pág. 94). El recuerdo de la contienda va tiñendo de dramatismo lo expuesto. Hasta que llega la noticia de la muerte del hijo. Y "el silencio del pueblo, metido en su lecho de agonía, le hizo hablar" (pág. 105). Y es capaz de inventar un término para aquellos que pierden a sus hijos: "Padres de Europa [...] padres viudos de vuestros hijos" (pág. 109). 


Y ese alzar la voz comporta un linchamiento en prensa por atreverse a disentir de la mayoría, ya que "la Patria no se discute" (pág. 128). Algo que también me ha hecho pensar en el famoso affaire Dreyfus y en realidades más cercanas. Y nuevamente Rolland se muestra como una auténtico visionario a través de su personaje: "¿Le tocará entonces al vencido coger el testigo de la voluntad maníaca de venganza?" Como así fue unos pocos años después del fallido tratado de Versalles, con el inicio de una segunda contienda más mortífera todavía que la primera. "Esta guerra [...] ya ha empezado a sembrar guerras nuevas, futuras" (pág. 196).  Clerambault y unos pocos de sus amigos, en torno a un joven que ha regresado físicamente destrozado del frente, se hacen conscientes de que "lo verdaderamente horrendo era no saber por qué sacrificaban esa vida [porque la sospecha era que] para nada" (pág. 173). La conclusión del escritor: "sólo la vida es sagrada" (pág. 137). 


Pero, para quienes seguían cabalgando sobre el odio a los distintos y sobre los beneficios que algunos obtenían de todo el desbarajuste, estas afirmaciones se convertían en delito de lesa patria. A los derrotistas "no quedaba más que quemarlos" (pág. 211). Rolland realiza en este libro un "canto a la paz, a la verdad, y sobre todo a la independencia del espíritu por encima de las naciones", en palabras de Molines. Y, entre tanto horror, el escritor tiene espacio para la delicadeza amarga y el lirismo oscuro. "Su mirada era un lago congelándose" (pág. 31), o bien "el sombrío invierno de espera, de muerte inmóvil" (pág. 54). Hay, a pesar de la conmoción que supuso para Rolland todo lo vivido, una "fe perpetua en el amor y la unión de los hombres" (pág. 239). Una conclusión no sé si demasiado optimista, a la vista de cómo ha continuado la Historia, hasta hoy. Me siguen resultando igual de preocupantes el borreguismo que las patrias concitan, a mí, que no tengo más patria que las personas a las que quiero. Esas masas que se dejan llevar por los sentimientos que estallan en las redes sin reflexionar sobre lo que sucede... ¡Qué triste!...

José Manuel Mora.

Comentarios