The Opera Locos, de Yllana

 Ópera desacralizada.

Por una vez puedo anticiparme al espectáculo que trae el Teatro Principal para el día 16 de diciembre. Lo vimos en Madrid antes de salir para Canadá, en los Teatros del Canal con la sala llena. No teníamos ninguna referencia pero era el único para el que quedaban entradas. The Opera Locos no me parecía un título demasiado acertado por lo incongruente de su formulación. De la compañía sí tenía noticia. Yllana, que comenzó como una compañía teatral sin palabras, rompedora en su humor, lleva funcionando en Madrid, donde tiene su sede en el teatro Alfil, y en las giras que ha hecho durante 25 años por todos los continentes. Los toros, la pena de muerte, la religión, ahora tocaba la ópera. Y con sólo cinco actores en escena son capaces de sostener un espectáculo de casi hora y media. Aquí el montaje es una coproducción con Klemark Espectáculos Teatrales S.A. y Rami Eldar.


 Lo primero que hay que decir es que se trata de cinco grandes intérpretes de ópera, pero en su versatilidad ejercen de payasos extraordinarios, de contorsionistas de una preparación física y no sólo vocal encomiable. Soprano, contralto, barítono, tenor y contratenor (María Rey Joly, Mayca Teba, Toni Comas, Enrique Sánchez Ramos y Jesús Gallera); no sabría identificar quién es quién, pero merece la pena citarlos a los cinco. Son geniales. Como en la vieja farsa, bastan unos cortinones al fondo del escenario a modo de telón y unas candilejas rutilantes para que puedan montar el chou. La escenografía y los elementos de atrezzo son mínimos y muy bien manejados, así como una sabia iluminación para crear los ambientes adecuados a cada número. El vestuario se ajusta perfectamente a la personalidad de cada personaje y lo transforma en un momento ante nuestros ojos. 


El maquillaje es aquí importantísimo, y es perfecto. Además de las voces, pronto pasan a mostrarse como caracteres humanos y teatrales diversificados, con sus temores, sus envidias, sus frustraciones, sus egos... Como en la vida, se muestran capaces de casi cualquier cosa para conseguir la atención de su oponente o del objeto de sus deseos latu sensu, pero sobrre todo del público, los tres minutos de fama, que decía Warhol, aunque eso les pueda suponer el mayor de los ridículos. No por ello fallan una nota ni pierden el ritmo endiablado con el que está tratado todo el montaje. Por supuesto, cantan en riguroso directo al tiempo que actúan en el registro correspondiente a cada número.


  La diversión, que sin duda viven los actores durante la representación, se traslada al patio de butacas. Parece evidente que hay elementos de improvisación que los soprenden a ellos mismos, a lo que se añade la siempre inesperada reacción del público, capaz de llevar el ritmo con palmas, de cantar a dúo con alguno que baja de la escena  y que vibra entre el asombro y la risa, y por qué no decirlo ante la delicia de las interpretaciones operísticas que son capaces de levantar, entre el lirismo más desatado, el belcantismo delicado o la ópera bufa, a la que ayuda la vis cómica de la que hacen gala y la capacidad de adaptación a diferentes géneros, ya que pasan desde la lírica elevada al rock sin despeinarse. Todo cabe aquí y nada desentona, porque todo acaba encajando. El humor y el talento de los intérpretes no dejan frío al respetable. Al menos en la representación a la que asistí. Si la de Alicante transcurre por los mismos derroteros, tenéis la diversión asegurada. Quienes crean que la ópera es un espectáculo demodé, que se vayan preparando. Dejo el vídeo/trailer como muestra.

José Manuel Mora.


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