Roma, de Alfonso Cuarón

 La "chacha".

Precedida por la polémica, pensé que no podría llegar a verla, puesto que no se proyecta en una sala. Nuevos tiempos imponen nuevos modos de ver cine al parecer y se presentó en el Festival de Cine de Venecia a modo de provocación, donde ganó el primer premio; sólo se verá en la plataforma para la que fue rodada, Netflix. Su director, guionista y responsable de la fotografía, el mexicano Alfonso Cuarón, argumenta que quién habría ido a un cine a ver una peli en blanco y negro, en español de México y con subtítulos para el idioma mixteco, tal como le sucede a su última criatura, Roma (México, 2018). Es posible que algo de razón tenga, pero también es cierto que de no haber contratado yo la plataforma por un mes, me hubiera quedado sin verla, como le sucederá a tantísima gente que tiene sólo un paquete básico de televisión en su casa. Seguramente el devenir de la industria irá marcando por dónde ésta acabará circulando. Ya es cierto que el mejor cine lo estoy viendo mayoritariamente gracias a guionistas y directores de series de televisión. Y quienes no se educaron para ello, consumen imágenes desde los móviles o las tabletas, en cualquier momento del día y de la noche, sin preocuparse por la calidad de la imagen o del sonido, ajenos a la magia del espacio compartido en una sala oscura, esas cosas tan antiguas... El cinemascope en la que está rodada hará que se pierda gran parte de la fuerza de sus imágenes si se contemplan en pantallitas.


 El sentido del título de la peli tal vez quede oculto para quienes no recuerdan la figura literaria que yo explicaba con un "palabro" griego: palíndromo, aquella que jugaba con una término que permitía leerlo de delante hacia atrás y al contrario, alcanzando otro significado. Y así, una historia desarrollada en el D. F. en los años setenta del pasado siglo, en la colonia capitalina del mismo nombre, planteaba la pregunta del porqué de un título meramente geográfico. Si se lee al revés, pasaría a titularse "amor". Y de eso trata la cinta. Cuarón llevaba tiempo alejado de su país a la hora de rodar, desde Y tu mamá también (2001), que tan buen sabor de boca me dejó. Más cerca, Gravity (2013) acabó superoscarizada y he de reconocer que me atrapó aquella aventura espacial a pesar de no ser fan del género de la ciencia ficción . Parece que ya llevaba en el magín la idea de la que ahora presenta.


Que alguien bucee en su propio pasado para contar una historia, con todos los cambios que le parezcan oportunos, no es nada novedoso en cine. El director dice haberse inspirado en la figura de Libo (en la foto supra), la que cuando yo era niño llamábamos la "chacha" (abreviación de muchacha) y que nunca tuvo en nuestra casa un tono despectivo, antes al contrario el afectuoso que merecía quien cuidó de mi hermano pequeño y de mí hasta que tuvimos edad para ir a la escuela, mientras mi madre ejercía de maestra. Ella, nuestra Ángeles, como la Cleo del filme, se ocupaba de la casa que compartía con nosotros. Era la que nos contaba cuentos con su memoria prodigiosa de cultura oral, pues era iletrada, la que nos cantaba y nos llevaba de paseo. En la cinta, que acaba y termina con la protagonista subiendo y bajando escaleras cargada de ropa, la diferencia de edad con la señora de la casa es menor, lo que permite alguna confidencia en momentos de angustia, incluso escenas de solidaridad entre féminas; su juventud le permite a Cleo cargar con el peso de la intendencia y de los cuatro hijos que la habitan, aunque no sean suyos, con toda la paciencia del mundo y la aceptación de que no tiene otra salida; en esa transferencia de afectos ella acaba encontrando un modo de realización.


Ambas, señora y empleada, viven una experiencia de soledad íntima ("Estamos solas, Cleo") y de profundo desamor, del marido y del novio, que Cleo sublima a través del trato con los más pequeños. El varón de la casa está prácticamente desaparecido y el retablo lo completa una abuela demediada. Todo transcurre en medio de una cotidianeidad anodina, de medias palabras, de sobreentendidos. La muchacha, sus ojos, es testigo silente de la vida de esa familia para la que ella parece invisible, salvo que se la necesite. Ha habido momentos en los que las imágenes me evocaban las del neorrealismo italiano de los años cuarenta, aunque sin su desgarro, o la aparente placidez del cine japonés de Ozu. Y sin embargo hay unos momentos puntuales que encienden la emoción dentro de la historia: la manifestación estudiantil vista desde el interior de unos grandes almacenes con la matanza del Jueves de Corpus de 1971 provocada por un grupo paramilitar al servicio del Estado es impactante, tal vez por estar mediatizada por los cristales que parecen aislar del exterior, hasta que la violencia se introduce en el interior.



Y la escena del parto, en un encadenado dramático de imágenes sin grandes aspavientos melodramáticos, junto con la escena final de la playa, auténticamente angustiosa, que podía haber desembocado en excesos y en la que se pone de manifiesto la entrega y la valentía de la cuidadora. No hay banda sonora fuera de la que las propias escenas proporcionan, con sonido ambiente estremecedor en ocasiones; la fotografía es muy bella, con algunos planos secuencia extraordinarios y seguramente la peli no habría sido lo que es sin la presencia de  Yalitza Aparicio, la protagonista absoluta, que era una profesora de origen mixteco de Oaxaca a la que se encontró en la selección de actrices de modo casual. Marina de Tavira, en el papel de madre, queda para mí un tanto desdibujada, salvo en los momentos en que intenta minimizar la ruptura matrimonial al explicarla a los niños. Éstos, por cierto, están impecables y creíbles al máximo. Todo retratado con un ritmo pausado que deja que el tiempo fluya entre las imágenes.


La evocación de su infancia no le ha restado al director su espíritu crítico a la hora de mostrar la vida de esos personajes separados por abismos de clase y que sin embargo son capaces de algún modo de solidaridad y grandeza de alma, en el caso de Cleo o en el de la abuela, que la ayuda a llegar al hospital. No voy a entrar en la famosa polémica sobre el doblaje al castellano peninsular, que no necesita de ninguna manera. Es hermoso escuchar nuestra lengua con otros acentos y otros términos: "¿Me va a correr la señora?", no permite ser malinterpretado, tan sólo se puede entender como la posibilidad de ser despedida. Así pues, sin llegar a las alabanzas desmedidas que he leído, creo que se deja ver a pesar de su premiosidad por momentos, gracias a los picos de emoción señalados y a la belleza de sus imágenes.

José Manuel Mora.


 
 
 
 

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