Arde Madrid, de Paco León

 Ava.

Varias cosas me han hecho interesarme por esta serie (en Movistar +), antes incluso de verla. El periodo que retrata, el hecho de que sea un nuevo trabajo de Paco León como director, además de actuar en él, y que se trate de una rareza por venir filmada en B/N. Arde Madrid se centra en un periodo de la España de mi infancia que empiezo a recordar, aunque sea vagamente. Ava Gardner vino a España a rodar Pandora y el holandés errante, de Albert Lewin. Se enamoró del país, animada por su amigo E. Heminway y tal vez  debido a su debilidad por los toreros, el flamenco y la "fiesta" anónima que le podía procurar aquella sociedad pacata y reprimida bajo la dictadura franquista, que no sólo era política, sino de ideas y costumbres. Estableció su residencia en Madrid en 1954 y abandonó la ciudad en 1967. Tuvo la mala fortuna de coincidir con unos vecinos situados en las antípodas de su modo de vivir: J. D. Perón y su esposa, Isabelita. Y es ese periodo el que ha elegido el director para centrar su anécdota argumental. En la serie se cita la muerte del escritor, acaecida en 1961. Y no sé si es verdad lo que alguien ha dicho: para la gente de nuestra edad los recuerdos nos vienen a la mente en blanco y negro, aunque la vida la viviéramos en color.



El guión lo firma el propio León con Anna Rodríguez, dramaturga (El manual de la buena esposa, El banquete o Adiós, presidente, adiós y responsable de la serie catalana Ventdelpla) y profesora de interpretación en el Institut del Teatre. Ambos parecen saber lo que quieren. De entrada me ha llamado poderosísimamente la atención unos diálogos que parecen estar cortados a la medida de los que los tienen que decir para que suenen creíbles, retrecheros y divertidos. En ese ambiente de represión de costumbres la presencia de la actriz, hermosa y libre, remisa a someterse a ninguna norma, ni siquiera la de los estudios de Hollywood, podía haber causado una auténtica conmoción y sin embargo fue tolerada por el Régimen. Y en su casa se ponen a trabajar como doncella y chófer dos jóvenes de procedencia diversa: ella, una muchacha solterona, llegada de una albergue de Sección Femenina con el encargo de espiar las acciones posiblemente delictivas en el albergue de la actriz (inenarrable la Machi en el papel de camisa vieja); él, un pícaro buscavidas de los que abundaban en el Madrid de la época, necesitado de sobrevivir a base de engañar y que deben hacerse pasar por matrimonio. Inma Cuesta está impecable en su papel de coja reprimida con todas sus contradicciones íntimas; genial cómo va bajando la guardia por un lado y cómo se niega a ser un mero títere a un tiempo. León está cada vez mejor actor. Aquí da el personaje a la perfección, medio chuleta, cobarde, conquistador y pobre hombre. Debi Mazar es la bellísima actriz estadounidense que encarna con valentía a la Gardner (el parangón es imposible) mezclando con gracejo y picardía el inglés con el español en el que se va manejando cada vez con más soltura, desconocedora absoluta de la vida que llevaban los sirvientes a sus órdenes, que es la perspectiva que se adopta en la narración. Y asistimos de su mano a los conflictos con los vecinos ("Perón, maricón", le gritaba desde su terraza; es magnífica la composición que hacen los dos actores del matrimonio, Osmar Núñez y Fabiana García Lago), a las fiestas salvajes con coca, güisqui, jamón y mojama, a las corridas de toros  y a las zambras gitanas, a celebraciones en las que aparecen los personajes de la época, de Lola Flores (extraordinaria Mariola Fuentes) a Marisol, Carmen Sevilla y Algueró o la Duquesa de Alba interpretada por su propia hija. Anna Castillo completa el grupo de sirvientes, llena de ingenuidad y miedos y necesitada de romper corsés.


Desde la época en que filmó Carmina o revienta, (divertidísimo el cameo en ésta de Carmina Barrios, madre del director) en 2012, Paco León se ha ido afianzando como alguien que se suele salir de los parámetros del cine habitual en nuestro país. En Kiki, el amor se hace (2016) planteaba una serie de parejas cada una con una especificidad sexual expuesta sin tabú alguno. Ahora, con esta serie, parece que pretende volver a sorprender, empezando por el formato en blanco y negro, para trasladarnos a las imágenes del No-Do de la época, y siguiendo con la mezcla de géneros, entre la comedia dramática y su toque de thriller con gitanos de por medio, todo muy políticamente incorrecto, aunque claro, el humor consiste en reírnos de aquello de lo que no deberíamos. El cuidado con que se han recreado los espacios de la calle de Dr. Arce, el mobiliario, la iluminación, todo es de una fidelidad y un gusto exquisitos. Los exteriores están filmados en lugares reales, lo que contribuye a la verosimilitud. Las canciones elegidas para la banda sonora son geniales. Estamos ante una película coral, aunque los protagonismos estén claros. Un retrato de una época contradictoria, sancionadora y fetichista, reprimida y con ansias de experimentar. Ahí el toque libertario de León y Rodríguez es más que evidente.


En definitiva, un muy buen rato de ocho capítulos de media hora cada uno, que ya promete segunda temporada y en el que, otro acierto del director, León no ha querido ponerlo al servicio de su lucimiento. Prometo intentar ver la continuación.

José Manuel Mora.


Comentarios

Fran ha dicho que…
Me l'apunte per fer-li una ullada aquest estiu :)